Hace días que no llueve, el calor envuelve todo y hoy, justo hoy que las temperaturas parecen desafiar al termómetro, Ana me pide ayuda para pintar su nuevo piso. Lo que se hace por las amigas…

Con todo el material ya preparado y nosotras con nuestras galas más desastrosas, comenzamos la tarea entre conversaciones, risas y bromas. Nos fundiremos del calor, pero al menos no nos aburriremos. La música suena de fondo y bailoteamos entre la pintura intercambiando brochas y pinceles. El baile, junto con el esfuerzo físico del rodillo, acentúa la temperatura entre esas cuatro paredes.

Gotas de sudor empiezan a brotar de nuestra piel y mientras me seco la cara con la camiseta, Ana se recoge el pelo en un moño. Lo hace con calma, aprovechando los minutos para tomarse un respiro. Recoge cada mechón y se peina con las manos antes de anudar su pelo en lo alto de la cabeza. Al terminar, baja las manos por su nuca y las desliza por los hombros. No puedo dejar de mirarla sin parar de pasar la brocha una y otra vez por el mismo sitio, absorta en el erotismo cotidiano de su gesto.

Vuelve a la tarea con la agilidad de quien ya ha pintado, quizá, demasiadas casas nuevas. Se maneja con soltura y me atrapa en ese rítmico trabajo manual, sin perder velocidad ni precisión avanza a gran velocidad. La sigo con la mirada dejando que mi mano fluya por la pared emborronándola de pintura con una brocha probablemente poco apropiada, hasta que me da una voz: “Vaya ayuda, amiga…”, me dice, y miro el estropicio de color acto de la abstracción. “Deja, que te enseño, porque si no…”. Se acerca a mí y me coge la mano moviéndola por la irregular pared, cubriendo hábilmente cada centímetro.

El sudor me cae por el pecho, hace demasiado calor y no creo que todo sea culpa del calentamiento global. Nunca pensé que podría parecerme tan erótico pintar un piso, aunque probablemente sea el cuerpo de Ana junto al mío, su sonrisa abierta, o los vapores de la pintura, ¡quién sabe!

Con la mano libre busco su cuerpo tras el mío y la acaricio. Ella, sin sobresaltarse, deja de guiar mi mano sobre la brocha y recoge con los dedos la humedad que resbala de mi cuello, baja por el pecho y lo agarra con firmeza mientras me pega contra la pared. “Verás tú para limpiar esto…”, digo en alto; “verás tú para olvidar esto…”, responde ella llevando su mano bajo mis bragas, percibiendo que la humedad ya me abarca por completo.

Apoyo las manos sobre la pared manchándomelas con la pintura fresca, abro las piernas y dejo que Ana encuentre el tono para pintarme un orgasmo en el rostro. Su arte con la brocha no es nada comparado con lo hábil que es activando el punto concreto con la intensidad adecuada. Antes de que pueda reaccionar me empuja de nuevo contra la pared, fuerte, y me corro sin remedio entre sus dedos, convulsionando y viendo en aquella pared mal pintada todos los colores del universo.

Respiro agitada; el placer, el orgasmo, el calor, el morbo, la vergüenza… ¡Ana es mi amiga, qué estoy haciendo! Y sus dedos vuelven a la carga borrándome la pregunta de la mente ante un nuevo orgasmo. Libera su mano de mi entrepierna con lentitud, casi apaciguándome, pero aún noto cómo me palpita el clítoris, cómo la humedad excede la capacidad absorbente de mi ropa, cómo su cuerpo se separa del mío y me acaricia el hombro…

 

...

 

“Eh, que te has quedado pillada… ¿Vas a pintar toda la pared así de mal, o vas a ponerte en serio?”, me dice. Reacciono con brusquedad, miro la pared y no veo mis manos marcadas en ella, ni mi cuerpo manchado de pintura. Vuelvo a mirarla y me cuesta discernir lo que pasa. El problema es que no pasa nada o, más bien, no ha pasado nada, por más que note mi entrepierna más lubricada de lo natural.

“Perdona, estaba pensando en algo que tengo que resolver, un día de estos…” le respondo con una sonrisa, recreando en mi mente de nuevo sus manos contra mi piel y deseando probarlas fuera de mi imaginación.