Finalista del concurso de microrrelatos eróticos

Me crucé a mi primer amor una calurosa tarde de primavera en el parque. Caminábamos en la misma dirección y él aún no me había visto, pero yo instintivamente había posado mi mirada en aquel chico que años atrás había sido el protagonista de todas mis canciones de amor.

Llovía y yo casi me escondía tras mi paraguas como una adolescente tímida; hasta que me di cuenta de que él no tenía forma de refugiarse de la lluvia. Sin paraguas que cubriera su rostro del agua, que se deslizaba por sus labios; sin chubasquero que impidiera que su espalda y su pecho se empaparan del calor húmedo de la lluvia de primavera.

Comencé a imaginarle al llegar a casa, al quitarse la chaqueta chorreante de agua y dejando ver su camiseta blanca, casi transparente, mojada y pegada a su cuerpo fuerte y esbelto.

Un escalofrío recorrió mi abdomen, extendiéndose suavemente por el resto de mi cuerpo. Algo en mí me hizo dar el paso y hablar con él. Tras dos minutos de "¿qué tal estás?", "¡cuánto tiempo!", le ofrecí compartir paraguas hasta su casa y me arrimé a él para cubrirnos.

Pude sentir su respiración, caliente y acelerada al rozar nuestras pieles.
Acabó invitándome a subir a su piso, e insistió en dejarme ropa seca para la vuelta. Ni se me ocurrió negarme.

Al llegar a su habitación, comenzó a desvestirse y mi corazón se disparó. Poco a poco noté como se me iba humedeciendo más y más la ropa interior a cada
prenda que se quitaba. Nos habíamos hecho mayores y ya no teníamos cuerpos de críos.

Me desabroché la blusa botón a botón mientras él se giraba contándome anécdotas de los viejos tiempos. Deslicé mis vaqueros mojados por mis piernas y me acerqué a él, casi desnuda, para coger la ropa que me ofrecía... pero no la cogí.

Nos miramos y yo puse mis manos sobre sus dorsales, repasando cada uno de los músculos que creaban el relieve de su cuerpo. Él dejó caer la ropa al suelo y colocó sus grandes manos alrededor de mi cintura mientras yo me acercaba a su cuello.

A cada beso que le daba, con más fuerza me agarraba de la cintura, cada vez que le mordía, más me apretaba el culo. Me lanzó a la cama y recorrió con la lengua lentamente mi cuerpo de arriba abajo hasta llegar a mi tanga, que retiró suavemente para empezar a besarme debajo.

Beso a beso, noté la humedad de su lengua rozando mi clítoris y sentí cómo me derretía sobre aquella cama mojada. Poco después me incorporé y le giré, dejándole bocarriba en la cama. Me coloqué encima de él y besé sus labios empapados de mí.

Empecé a tocarle, primero despacio y cada vez más rápido, hasta que tuve la necesidad de sentir esa dureza dentro de mí. Estaba tan mojada que se deslizó en mi interior, llenándome.

Al principio me moví despacio, disfrutando de cada sensación. Él empezó a tocarme al son de mi movimiento y yo empecé a jadear, a mezclar mis gemidos con los suyos. Casi había terminado y él me dio la vuelta y levantó mis piernas, dejando ver sus abdominales sudorosos mientras me penetraba.

Ya no pude más, la cama se empapó, pero no de lluvia ni sudor. Me di la vuelta mientras trataba de recuperar el aliento y noté cómo se corría sobre mi culo, para después caer rendido a mi lado y dejándome con una pícara sonrisa dedicada a mi yo adolescente: tiempo al tiempo.