El baño del bar

El baño del bar

Finalista del concurso de microrrelatos eróticos

Me crucé a mi primer amor una calurosa tarde de primavera. Llevábamos sin vernos desde el instituto. Ella se había mudado a Barcelona a estudiar un grado en filosofía; yo, a Granada.

Desde entonces no habíamos vuelto a coincidir, y tampoco habíamos intercambiado más que unos mensajes cordiales de vez en cuando. Hacía mucho que no sabía de ella, y me sorprendió gratamente ver que se había dejado flequillo y que parecía más feliz. Éramos dos personas muy distintas a las que se habían despedido varios años atrás. 

Y justamente en eso pienso (en la poca frecuencia con la que habíamos hablado y en lo mucho que debíamos de haber cambiado las dos con los años) mientras escucho sus gemidos ahogados en mi oreja, acompañados de su aliento caliente y húmedo y el maravilloso sonido que hace su cuerpo al frotarse con el mío. 

Es increíble lo que unas cuantas cervezas y un poco de sol primaveral le hacen a una en la cabeza. Pocas horas antes habíamos estado charlando alegremente, después de encontrarnos por casualidad en la plaza, con una jarra bien fría en la mano y con los ojos muy fijos la una en la otra. Ahora, encerradas en el minúsculo baño del bar donde estábamos bebiendo, la aprieto contra mí y la toco sin molestarme en quitarle la ropa. 
 
—No sé cómo he vivido todo este tiempo sin que me tocaras —jadea, levantando la cabeza para que le bese la curva de la mandíbula. 

Yo tampoco lo sé. Todo este tiempo sin acariciar sus curvas, sus pliegues, sus labios. Sin besarle las clavículas y sin escucharla suspirar. ¿Cómo he vivido antes, y cómo se vive después de esto? 

Le cubro la boca cuando su cuerpo alcanza el clímax y se sacude contra el mío. Le muerdo suavemente el lóbulo, con cuidado de no tirarle de los grandes pendientes de aro que lleva colgados, y dejo que se calme sentada en mi regazo. Respira agitadamente y apenas puede mantener los ojos abiertos; me parece lo más bello que he presenciado jamás. 

No es hasta que alguien llama a la puerta que volvemos a la realidad en ese baño pequeño y sucio. Me doy cuenta de cuánto contrasta su vestido rojo con esas paredes oscuras y manchadas. Nos peinamos nerviosamente frente al espejo, nos colocamos bien la ropa y salimos del baño sin mirar a la persona que espera a entrar.  

Mi primer amor, la chica más guapa que he visto jamás, la persona en la que he pensado noche tras noche durante los últimos años se sujeta a mí, pues aún le tiemblan un poco las piernas. Está sonriendo, y sospecho que el rubor de sus mejillas no es causado solo por el alcohol que anteriormente hemos bebido. 

Me pregunto cuántas primaveras habré de esperar para poder tocarla de nuevo. 

 

Ágata Jimena Murga

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