Tercer premio del concurso de microrrelatos
Me crucé a mi primer amor una calurosa tarde de primavera. Llevábamos mucho tiempo sin vernos y una conversación improvisada se hacía corta para ponernos al día. Me propuso tomar algo. Quedamos en vernos esa misma noche, pero yo no podía esperar.
De camino a casa no dejaba de pensar en él y recordar tantos momentos placenteros a su lado. Llegué a casa, cerré la puerta y me apoyé en ella.
Empecé a humedecerme por el ardor de la nostalgia. Fui con prisa a mi habitación, me senté en la cama, frente a un espejo, y me quité la ropa poco a poco. Me movía con delicadeza, seduciéndome.
Lamí mis dedos, sin apartar la mirada del espejo, y fui bajando por mi torso hasta detenerme en mis pechos. Humedecí mis pezones suavemente con la yema de mis dedos, dibujando en ellos formas de todo tipo, observando como una simple espectadora.
Pensaba en lo que quería hacerle esa noche. En lo que quería que me hiciera. Y seguía bajando lentamente. Mis sutiles gemidos empañaban el ambiente. Los dibujos de mi pecho ya no se distinguían con el sudor. Estaba muy excitada. No dejaba de mirar cómo mi cuerpo se agitaba impaciente, y yo jugaba con él. No podía esperar más.
Deje que mis dedos se deslizaran bajo mi abdomen y me saborearan. Me rocé poco a poco. Mi cuerpo temblaba y suplicaba que lo complaciera, y yo me miraba desafiante y hacía el juego más y más intenso.
Paseé mis dedos, casi como caricias, entre mis piernas. Me apiadé de mí y, con mucha calma, me fui dando lo que quería, incrementando la presión. Cada vez estaba más mojada y gemía más fuerte.
Pensaba en cómo le daría ese mismo placer a él. Imaginaba que eran sus manos las que me hacían retorcerme así. Sin darme cuenta, los dedos de mi otra mano pasaron de mi pecho a mi boca. Los relamí para que ellos me relamieran a mí. Fantaseaba con que no eran mis dedos lo que mi lengua degustaba. Iba a estallar.
Mi mirada afilada disfrutaba atentamente de cada movimiento y me pedía más, y yo cumplía sus órdenes. Deje mis dedos bien empapados y entré dentro de mí, mientras mi otra mano seguía tocándome, cada vez más veloz y apasionada.
Mordí mi labio inferior con fuerza y me abandoné en las sensaciones. Noté que el clímax se aproximaba y quise ver cada pequeño gesto que este me provocara, así que no deje de mirarme a los ojos mientras todo mi ser explotaba de placer.
Me dediqué una última mirada y me dejé caer rendida en la cama. Mi cuerpo seguía extasiado y mi mente reposaba en una nube.
Jadeaba por la energía del momento y sonreía fascinada cuando un ruido me despertó del trance en el que estaba. Era mi teléfono. Me levanté y corrí a alcanzar la llamada antes de que se colgara. "¡Hola! ¿Cómo vas? Yo ya estoy aquí.”
Violeta Ocaña