Doménica

Doménica

Primer premio - Concurso Relatos Eróticos

Autorx: Ana de Castro Esteban

Amanezco con tambores en la cabeza y una sed excesiva. Tengo un hambre casi lasciva de comida italiana y solo llevo puestas las bragas, esas de la suerte que me pongo los sábados importantes. Noto como mi corazón sigue bailando rápido, aunque ya no hay música. Me incorporo y observo en mi espejo como el rímel ha hecho afluentes negros en mis mejillas, dignos de la portada de un disco de los Sex Pistols. Veo que mi pelo cae sobre mis hombros desnudos cubriéndome casi los pezones y, de nuevo, ahí están los tambores, que ahora se acompañan de un pequeño mareo ortostático y sonidos de estómago vacío. El cuadro de Mia de Pulp Fiction me mira de forma obscena desde la pared, con la pajita del batido metida en la boca, imagino que jugando con la lengua y absorbiendo lentamente. 

Yo también la miro, ella me vio llegar a casa de madrugada, con los zapatos en la mano, el sujetador en el bolso y el pintalabios desgastado de chupar como ella. Revivo imágenes del baile desbocado con mis amigas, de lo que me reí haciendo el pino en la pared mugrienta y llena de chicles de la sala de la discoteca. Recuerdo el sabor del ron y lo que disfrutaba masticando los hielos de la copa hasta que el frío me erizaba la piel de forma incluso erótica. Rememoro el momento en el que empezó el juego de miradas con el moreno de la barra, y cuando acabé empotrada contra la pared del baño entre gemidos. 

Teníamos ganas de comernos el mundo y habíamos empezado por nosotros mismos. Los dientes querían dejar huella en la historia, querían ser protagonistas por una vez, escondiendo la lengua, ya que sabíamos que podía ser traicionera. Sus labios viajaban por mi cuello y el olor de su colonia me hacía arquear la espalda. Las risas eran la banda sonora, parecían tan inocentes que ambos dejamos pasar las promesas implícitas que en ellas había. 

Las manos no eran protagonistas, observaban el espectáculo en segundo plano hasta que la envidia les invitó a unirse. La respiración marcaba el ritmo como música de fondo y sus largas pestañas observaban exhaustas el movimiento hipnótico de mis caderas. Aún noto su lengua paciente en la parte interna de mis muslos y la impaciencia con la que yo le guie el camino agarrándole la cabeza. Mi mente desgobernada obvió el porqué tenía antojo de esos ojos marrón-verdoso y por qué le resultó tan natural probar su éxtasis. La percusión volvió a mi cerebro y me tumbé de nuevo en la cama. Me tapé con la sábana hasta el cuello y deslicé mi mano por mi vientre caliente. Mi mente decidió centrarse en el tacto de sus nalgas duras y sus brazos en tensión mientras me levantaba. Mis dedos tocaban el piano mientras mis ojos miraban hacia el techo vacío. 

...

Poco a poco, acordándome de cómo rozaba con ansia su lengua contra mi piel y como me lamía con dulzura felina los labios, mis párpados se cerraron y disfruté de mi húmeda felicidad en soledad. Porque al fin y al cabo era domingo y, ¿hay algo mejor que empezar un domingo bebiendo un litro de agua en la cama después de un orgasmo de resaca? Bueno, sí, unos macarrones con queso. 

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