Primer premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: Ana de Castro Esteban
Amanezco con tambores en la cabeza y una s...
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Primer premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: Ana de Castro Esteban
Amanezco con tambores en la cabeza y una sed excesiva. Tengo un hambre casi lasciva de comida italiana y solo llevo puestas las bragas, esas de la suerte que me pongo los sábados importantes. Noto como mi corazón sigue bailando rápido, aunque ya no hay música. Me incorporo y observo en mi espejo como el rímel ha hecho afluentes negros en mis mejillas, dignos de la portada de un disco de los Sex Pistols. Veo que mi pelo cae sobre mis hombros desnudos cubriéndome casi los pezones y, de nuevo, ahí están los tambores, que ahora se acompañan de un pequeño mareo ortostático y sonidos de estómago vacío. El cuadro de Mia de Pulp Fiction me mira de forma obscena desde la pared, con la pajita del batido metida en la boca, imagino que jugando con la lengua y absorbiendo lentamente.
Yo también la miro, ella me vio llegar a casa de madrugada, con los zapatos en la mano, el sujetador en el bolso y el pintalabios desgastado de chupar como ella. Revivo imágenes del baile desbocado con mis amigas, de lo que me reí haciendo el pino en la pared mugrienta y llena de chicles de la sala de la discoteca. Recuerdo el sabor del ron y lo que disfrutaba masticando los hielos de la copa hasta que el frío me erizaba la piel de forma incluso erótica. Rememoro el momento en el que empezó el juego de miradas con el moreno de la barra, y cuando acabé empotrada contra la pared del baño entre gemidos.
Teníamos ganas de comernos el mundo y habíamos empezado por nosotros mismos. Los dientes querían dejar huella en la historia, querían ser protagonistas por una vez, escondiendo la lengua, ya que sabíamos que podía ser traicionera. Sus labios viajaban por mi cuello y el olor de su colonia me hacía arquear la espalda. Las risas eran la banda sonora, parecían tan inocentes que ambos dejamos pasar las promesas implícitas que en ellas había.
Las manos no eran protagonistas, observaban el espectáculo en segundo plano hasta que la envidia les invitó a unirse. La respiración marcaba el ritmo como música de fondo y sus largas pestañas observaban exhaustas el movimiento hipnótico de mis caderas. Aún noto su lengua paciente en la parte interna de mis muslos y la impaciencia con la que yo le guie el camino agarrándole la cabeza. Mi mente desgobernada obvió el porqué tenía antojo de esos ojos marrón-verdoso y por qué le resultó tan natural probar su éxtasis. La percusión volvió a mi cerebro y me tumbé de nuevo en la cama. Me tapé con la sábana hasta el cuello y deslicé mi mano por mi vientre caliente. Mi mente decidió centrarse en el tacto de sus nalgas duras y sus brazos en tensión mientras me levantaba. Mis dedos tocaban el piano mientras mis ojos miraban hacia el techo vacío.
...
Poco a poco, acordándome de cómo rozaba con ansia su lengua contra mi piel y como me lamía con dulzura felina los labios, mis párpados se cerraron y disfruté de mi húmeda felicidad en soledad. Porque al fin y al cabo era domingo y, ¿hay algo mejor que empezar un domingo bebiendo un litro de agua en la cama después de un orgasmo de resaca? Bueno, sí, unos macarrones con queso.
Segundo premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: Jennifer Castro Tamargo
Llevaba meses haciendo aquel recorrido...
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Segundo premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: Jennifer Castro Tamargo
Llevaba meses haciendo aquel recorrido, siempre el mismo y a la misma hora, siempre sola. En algunas ocasiones había llegado a plantearse la posibilidad de que aquello fuese peligroso para ella, quizás una persona mal intencionada, un clic en una cabeza arrebatada por la ansiedad o el dolor podrían convertirse en el detonante hacia la locura en una mente sana; sin embargo, le gustaba aquel camino entre penumbras, al atardecer, tras horas de reclusión dentro de la oficina y, más aún, la sensación de ocultar aquel recóndito sendero que nadie más parecía usar, incluso a sus familiares o amistades, como un templo a su soledad. El aire húmedo y cálido de un otoño casi estival y el silencio casi sagrado de la naturaleza mientras sus pasos se adentraban en el sendero que serpenteaba colina abajo, junto al mar, hasta llegar a su pueblo, convertían aquella deliciosa media hora en el momento más suyo, en el anhelo que le perseguía mientras tecleaba en su ordenador de sobremesa un nuevo informe insustancial, deseando que las horas pasasen rápido para perderse entre la maleza.
Aquella tarde salió del trabajo con una sensación de derrota. Todo cuanto podía salir mal, había salido peor. Le dolía la cabeza y aquello le hizo ralentizar sus pasos, meditabunda se balanceaba de un lado al otro del sendero, escuchando las olas que rompían con fuerza contra las rocas en los acantilados invisibles, ocultos por la maleza. Fue aquel sopor el que le impidió ver la silueta que se aproximaba. Le rozó justo antes de apartarse, su olor penetró en ella, haciendo que el caro perfume que cubría la ropa deportiva de aquel desconocido se deslizase hasta su interior. Levantó la vista y clavó la mirada en sus ojos color miel. Él le sonrió y continuó ascendiendo el sendero que ella descendía, alejándose en direcciones opuestas. Llevaba una camiseta de tirantes negra, que dejaba al descubierto unos brazos fuertes, unidos a una espalda bien contorneada. Un pantalón deportivo negro, de Nike, mostraba unas piernas esbeltas que se ascendían a paso firme el sinuoso camino.
Aquella noche soñó con él, fue la primera de muchas, pero fue especialmente significativa por la sensación de realidad que la embargó al despertar, sudorosa y excitada, aún jadeante, con la fiel convicción de que aquellas manos que aún se le antojaban desconocidas, habían hecho de su cuerpo un templo de placer. Sintió cada caricia como si fuese verdadera y cuando se adentró en su interior suavemente con sus dedos humedecidos el éxtasis la hizo volver a la realidad despertando sobresaltada.
Se sintió estúpida excitándose en el trabajo al recordar aquel momento y la posibilidad de que aquel encuentro fortuito con aquel completo desconocido pudiese repetirse. Salió acelerada al encuentro en cuanto el reloj marcó el horario de salida; sin embargo, él no apareció. Le esperó rezongando su paso hasta que la luz se fue por completo y necesitó de la linterna de su móvil para regresar a casa, frustrada y compungida, sintiéndose boba por haber fantaseado con una irrealidad.
No fue hasta una semana después cuando el inesperado encuentro se repitió. De nuevo su cuerpo sudado y atlético, una sonrisa agradable y unos ojos del color de la miel. Se le erizó la piel cuando él la rozó, intentando esquivarla, en un sendero estrecho en el que a penas había cabida para una persona. Aquella noche jugó a sentirse amada por aquel hombre que despertaba en ella el más ardiente deseo. Cerró los ojos y se entregó al placer mientras recordaba aquel primer sueño que la humedecía.
Pasaron varios días, en los que no hubo rastro del desconocido; a pesar de ello, cada tarde ella descendía el sendero esperanzada, alimentando la imaginación de los muchos pensamientos que había empezado a generar su mente al respecto de aquel cuerpo sudoroso, aquella sonrisa ladeada y aquellas manos grandes y morenas que había conocido en sueños y esperaba sentir algún día en la realidad. La ultima tarde antes de las vacaciones navideñas hubo una pequeña fiesta en la oficina. Algo de cava, unos cuentos polvorones y mazapanes, abrazos, besos y derroches de buenos deseos para el año que estaba por llegar. Salió muy tarde, la oscuridad ya reinante y el exceso de cava le hicieron dudar. Tomar aquel camino sin la luz adecuada podría hacerle partirse un tobillo. Dudó, pero la sensación casi sexual que le producía descender el sendero sintiendo que aquel era el escenario de sus muchos sueños eróticos la hacía llegar a casa completamente excitada y dispuesta a entregarse a unos minutos de placer personal. El alcohol burbujeando aún en su nariz le hizo pensar que quizás pudiese aprovechar la soledad y la oscuridad de aquel sendero para recrear su fantasía en directo. Llevaba un juguete dentro del bolso, lo había llevado a la oficina para enseñárselo a Maite, y darle consejo al respecto.
Se lanzó por el camino presurosa, aprovechando la luz de la pantalla de su teléfono móvil, a paso raudo. Tenía muy claro dónde quería hacerlo, en el pequeño claro que se habría a la derecha de una de las curvas del sendero, desde donde se veía el mar y las luces del faro. El escenario de todas sus fantasías con el desconocido.
Cuando llegó allí sólo tuvo que bajarse las medias y dejarse llevar. Cerró los ojos y aspiró el aroma del océano mientras dejaba que el succionador hiciese el resto. Jadeante dejó que el bolso cayese al suelo y después se extendió sobre la hierba.
Cuando abrió los ojos de nuevo, el desconocido se encontraba observándola, con total seriedad y la mirada muy fija sobre su cuerpo. La vergüenza y el rubor se apoderaron de su ser.
—Por favor, no pares —le pidió él.
Ella observó en su pantalón de deporte la erección que no dejaba lugar a dudas. Le miró contrariada, pero aquellas palabras la habían excitado aún más. Continuó, mientras él se arrodillaba entre sus piernas y retiraba delicadamente las botas y las medias, dejándola completamente al descubierto. Comenzó a acariciar su piel, tal y como ella había soñado, comenzando desde sus tobillos, ascendiendo por sus rodillas hasta sus muslos y de ahí hacia su clítoris. Lo acarició suavemente haciendo pequeñas circunferencias mientras introducía otro dedo en su interior, dejando que la humedad lubricase sus movimientos.
—¿Te gusta? —le preguntó situándose muy cerca de su oído.
Ella sólo pudo gemir. El placer se había apoderado de ella.
El desconocido le desabrochó la camisa, abriéndola de par en par y liberó sus pechos pequeños y blancos, besándolos con candor. Dejó que su lengua jugase con sus pezones mientras la observaba de soslayo arquearse bajo las sensaciones más excitantes que jamás hubiese sentido. Descendió por su ombligo y, finalmente, introdujo su lengua, cálida y suave, entre sus piernas. La delicadeza de sus movimientos la hizo llegar al orgasmo más intenso que jamás hubiese sentido, aullando bajo una gran luna llena que brillaba sobre el mar.
Cuando abrió los ojos recompuesta, él la observaba, tendido junto a ella, sobre la hierba mojada por el frío invernal. Le sonreía mientras jadeaba excitado.
—Quiero que la próxima vez sea yo el socorrido —le dijo mientras cerraba un ojo en señal de complicidad.
...
Ella negó con la cabeza ante la sorpresa de él, descendiendo hasta su pantalón de deporte y descubriendo su miembro anhelante de contacto. Lo lamió con suavidad y después dejó que este descendiese por su garganta en un compás de lentos y suaves movimientos que hacían que las caderas del desconocido sintiesen espasmos de placer. Él le acariciaba el pelo y el rostro mientras la observaba entusiasmado, sonriendo y gimiendo al mismo tiempo, hasta que todo terminó con una serie de espasmos de satisfacción.
Ambos se levantaron después de unos minutos de silencio.
—¿Vendrás la próxima semana? —le preguntó él con una pícara sonrisa.
—Vengo todas las tardes —le dijo ella, y comenzó a descender el sendero sintiendo que los sueños, en ocasiones, se hacen realidad.
Tercer premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx - Paula Requejo Hernández
El día había amanecido encapotado, pe...
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Tercer premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx - Paula Requejo Hernández
El día había amanecido encapotado, pero aun así, teníamos claro que aquello no nos impediría tener el mejor fin de semana de nuestras vidas. Mis cinco amigas y yo llevábamos esperando aquel momento como un niño a sus regalos de navidad, con demasiadas ansias.
Al llegar, la primera impresión del hotel no fue muy buena. Distaba mucho de las imágenes que habíamos visto en internet, pero su interior era totalmente distinto. Habíamos alquilado un dúplex que se convirtió en nuestra nueva casa nada más poner un pie en él. Lo más increíble de todo eran las vistas de nuestra terraza, justo enfrente teníamos la piscina. Podíamos ir de un lado a otro en un simple abrir y cerrar de ojos. Nos encontrábamos en una especia de nube de la que no queríamos bajar.
Todas necesitábamos desconectar de nuestra rutina. Contábamos las horas, los minutos e incluso los segundos que quedaban para abandonar por unos días nuestro pueblo y sentirnos un poco más libres. Quién me iba a decir a mí que a través del placer experimentaría tal grado de libertad…
A pesar de que eran muy pocos los rayos de sol, decidimos que la mejor manera de inaugurar nuestras merecidas vacaciones era dándonos un buen chapuzón en aquella piscina que tenía tan buena pinta y que estaba completamente vacía esperándonos. Mis amigas se divertían tirándose de mil maneras, chapoteando, haciendo el tonto mojándose unas a otras… Mientras, yo me relajaba en la tumbona sin prestarle atención a nada más que al sonido del agua y de los pájaros que revoloteaban por los árboles cercanos.
—¡Eh tú! —escuché que una de ellas me gritaba a lo lejos— Nosotras nos vamos ya, ¿te quedas?
Alcé la vista y contesté:
—Me quiero dar el último baño. Ahora voy —dije un poco somnolienta por el nivel de relax que sentía en todo mi cuerpo.
Me había quedado absolutamente sola, aunque podía escuchar perfectamente la música que provenía de nuestra terraza. Me acerqué hasta el borde de la piscina y sin pensármelo demasiado me lancé de cabeza siendo totalmente consciente de como el agua, un poco fría, se llevaba todo el estrés y la frustración de la semana a medida que me zabullía y salía de nuevo a la superficie.
—¿Está muy fría? —la voz de una chica sonó a mis espaldas. Aquella voz era tan suave y tan melódica que había retumbado en mis oídos causando una extraña reacción dentro de mí. Me había erizado la piel bajo el agua.
Me giré en un acto reflejo para ver a la dueña de esas palabras. Una chica de unos veinticinco años estaba de pie mirándome desde el otro extremo de la piscina. Su media melena negra caía lisa sobre sus hombros y resaltaba la palidez de su piel. Semidesnuda, tan solo cubierta por un bikini azul marino con topitos blancos, dejaba a la vista un cuerpo que a mí me pareció de lo más sensual.
Me entretuve observando sus pequeños pechos y sus kilométricas piernas. No podía apartar la vista de su anatomía y siendo sincera, a pesar de que nunca me había fijado de aquella forma en otra mujer, tampoco me detuve a preguntarme el porqué de sentirme tan fuertemente atraída por aquella desconocida.
—No mucho —respondí tímida y seria—. Al final te acostumbras —añadí.
No me respondió. Lentamente bajó los escalones metiéndose poco a poco en el agua. Cuando emergió, su pelo húmedo brillaba por el reflejo del sol. Desde la parte honda de la piscina vi como la chica nadaba en mi dirección, lo que me puso aún más nerviosa de lo que ya me encontraba. Esas sensaciones nunca antes me las había provocado una mujer.
Apoyó ambos brazos sobre el suelo blanco y dejó caer su cabeza encima de ellos. Sus ojos atigrados y su mirada intensa estaban puestos en mis pequeños, pero expresivos ojos marrones. Una sonrisa preciosa asomaba en su rosto y yo seguía sin entender el porqué de sentirme tan inquieta.
—Me llamo Aria —dijo sin más.
—Mi nombre es Zaira —contesté cortada.
No sabría decir si el roce de nuestras piernas fue provocado por el vaivén del agua o si por el contrario, fue algo intencionado por su parte e inconsciente por la mía. El caso es que nuestras pieles se tocaron durante unos segundos que para mí podrían haber sido semanas.
Ambas nos quedamos en silencio, sin apartar la vista de la mirada de la otra. De pronto su mano derecha acarició mi mejilla, apartándome un mechón de pelo que caía alborotado sobre mi rostro mojado. Desde ese instante, mi mente le pidió a todo mi ser que actuase sin pensar y eso fue lo que hice.
Recorrí con uno de mis dedos el contorno de sus labios impregnados de diminutas gotitas de agua. Dibujé sin darme cuenta un camino que acabó en el valle entre su cuello y sus hombros. Giró unos milímetros su cuerpo para quedar justo frente al mío y sus manos comenzaron a acariciarme por debajo del agua.
—No sé quién eres —dije con la voz quebrada por los nervios.
—¿Importa en este momento? —contestó acercándose a mi oído.
—A mí personalmente no.
Era verdad. En aquel preciso instante lo que menos me importaba era entender la situación, encontrar una explicación a la atracción que había sentido por una persona a la que no había visto más de diez minutos de mi vida. Lo único que me interesaba era apagar el ardor que me quemaba bajo la piel. Al parecer, nuestras preocupaciones iban a la par.
Agarró con delicadeza una de mis piernas y la colocó de tal forma que me quedé rodeando su cintura, con el suficiente espacio como para que ella pudiese introducir, tal y como lo estaba haciendo, su mano entre medio de las dos.
Alcé la vista intentando averiguar si alguien más estaba siendo testigo de lo que estaba ocurriendo en aquella piscina, pero no había ni rastro de otros ojos en los balcones o en las terrazas. Sin embargo, el ruido de la puerta de entrada llamó mi atención. Un chico más o menos de nuestra misma edad acababa de sentarse justo frente a nosotras, con las piernas sumergidas en el agua. Tenía un cuerpo bastante trabajado con un abdomen marcado que quitaba el aire y unos labios que me excitaron nada más verlos.
—Creo que deberíamos parar —dije en un hilo de voz, siendo consciente de que no era eso lo que me apetecía hacer.
—Es mi chico —la respiración se me cortó—. A ambos nos gusta vernos con otras personas, pero si te sientes incómoda… aquí no ha pasado nada —me sonrió.
Mis ojos se desviaron de un rostro hacia el otro. Mi pecho subía y bajaba muy rápidamente y empecé a notar un calor abrasador en la parte baja de mi vientre. Siempre había supuesto que una de mis fantasías era ser observada por otra persona mientras follaba, pero nunca imagine que podía llegar a hacerlo realidad y mucho menos con dos desconocidos que al final habían resultado ser pareja. Volví a centrarme en los ojos de Aria. Sin pensármelo mucho más volví a lanzarme a la piscina, aunque en esta ocasión se tratase de algo mucho más metafórico.
Mis labios colisionaron con los suyos y sentí como cada uno de los vellos de mi piel volvían a erizarse una vez más a la misma vez que mis pezones endurecían. Su boca me supo dulce y picante a la vez, era absolutamente delicioso. A lo lejos escuchaba la respiración fuerte y profunda de su novio, lo cual me excitaba mucho más.
La mano derecha de Aria, aún entre nuestros cuerpos, apartó la tela de mi bikini y sus dedos empezaron a acariciar mi clítoris suavemente. Los movimientos fueron incrementando el ritmo hasta convertirse en salvajes. Notaba como sus pezones también estaban endurecidos con mi mano derecha. Dejé de masajearlos con delicadeza para pasar a devorarlos, morderlos y lamerlos desesperadamente.
Introdujo sus dedos en mi interior haciendo que un gritito ahogado se perdiera entre la densidad del ambiente y que llegase hasta los oídos de nuestro espectador que no podía apartar sus ojos de nosotras. Ambas lo mirábamos de reojo para no perdernos ni un solo detalle de su expresión desbordada por ser testigo del placer que nos estábamos dando.
Al igual que Aria, introduje mis dedos en ella y compaginamos nuestras acometidas intercalándolas entre la lentitud y la rapidez que nuestras manos nos permitían. Estaba a punto de llegar un increíble orgasmo cuando sentí la presencia de una tercera persona cerca de nosotras. Su chico se había metido en el agua y se encontraba tan cerca que una de sus manos se había centrado en acariciar mis pezones mientras la otra hacía lo propio con su chica.
Aquello me había acelerado tanto que podía sentir como todo mi cuerpo temblaba avisándonos a los tres de que estaba a punto de estallar de placer. El novio de Aria cogió nuestras barbillas y entrelazamos nuestras lenguas en un increíble beso que sabía a locura, pero sobre todo a libertad. En ese preciso instante, un electrizante hormigueó me recorrió desde los pies hasta el cuello, que desembocó en un orgasmo que coloqué sobre las bocas de mis acompañantes.
...
Sentí como me relajaba, como me destensaba y como la libertad que había ido a buscar se entremezclaba tanto con el placer que me habían hecho experimentar, que era incapaz de distinguir una sensación de otra. Salí de la piscina, dándoles la espalda a la pareja. Envolví mi cuerpo aún tembloroso con la toalla y me giré para sonreírles.
—¡Un placer, Zaira! —dijo Aria.
—¡Un maravilloso placer! —contesté abandonando la piscina y dirigiéndome hasta la terraza donde mis amigas no tenían ni idea de lo que acababa de pasar.
Primer premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: José Morón
El reloj pasaba generosamente de las nueve y media...
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Primer premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: José Morón
El reloj pasaba generosamente de las nueve y media de la noche y él se hace paso entre la poca gente que había ya en la estación de trenes de Santa Justa, en Sevilla. Corre por toda la estación, arrastrando su maleta con él mientras se dirige al mostrador esperando que no hubiera demasiada gente comprando billetes ya que no quedaba demasiado tiempo para que saliera su tren, destino Cádiz.
- Solo una persona esperando. Vale, me da tiempo -se dijo para sí mismo mientras miraba la hora. Quedaban menos de 5 minutos para que saliera su tren.
Llegó su turno y pidió rápido su billete. Mientras lo imprimían, preguntó la vía por la que salía y se dirigió allí a toda prisa. Bajó las escaleras mecánicas y buscó su vagón sin dejar de correr.
- Coche número 3, asiento 132 -comprobó.
Subió al tren y se hizo paso en el pasillo buscando su asiento. Para cuando lo encontró, una pareja se encontraba sentada en su sitio y no dejaban de comerse a besos.
- Perdonad, pero este es mi asiento -comentó él.
- Sí, perdone. ¿Le importaría que nos sentáramos juntos? Es que nos han dado asientos separados y somos pareja -le respondió el chico. Él, pensó durante un par de segundos y no dudó en asentir.
- Sí, sin problema. ¿Puedes decirme cuál era tu otro asiento? Así no ocupo uno que es de otra persona.
- Sí, mira, vagón 6, asiento 14.
Intercambiaron sus billetes y se dirigió al vagón número 6, que resultó ser el último del tren. Había apenas un par de personas allí. Un hombre de negocios, consultando su portátil sin levantar la mirada de la pantalla, una mujer mayor y una chica joven con unos auriculares muy grandes, totalmente abstraída de lo que sucedía a su alrededor.
Colocó su maleta en el lado contrario a su asiento, en la parte superior, y se quitó la chaqueta para ponerla encima. Llevaba unos pantalones vaqueros rotos, enseñando las rodillas, unos botines de cuero marrón y una camisa azul y negra, que se remangó hasta los codos para ganar algo de fresco ya que se sentía muy acalorado tras la carrera.
Su asiento era de pasillo, quedando libre el de la ventana. Sabía que el tren hacía muchas paradas hasta Cádiz por lo que decidió no ocupar el sitio de la ventana, pensando que tarde o temprano alguien podría ocuparlo y tenía ganas de ponerse los auriculares, escuchar su música y relajarse la hora y tres cuartos que duraba el viaje.
Cerró sus ojos y se concentró en su música. Una canción. Dos canciones. Tres canciones. Había tenido un día duro y era su momento para evadirse de todo. Puede que se quedara dormido unos minutos. Perdió un poco la noción del tiempo hasta que alguien tocó su hombro y turbó la tranquilidad en la que estaba inmerso. Era una mujer, que le pidió permiso para poder pasar a su asiento. Él no cruzó su mirada con ella. Su vestido azul claro llamó toda su atención. Se apartó hacia el lado, dejándola pasar, y ella le dio la espalda mientras se desplazaba de lado hacia su asiento.
Todo iba a cámara lenta. No pudo apartar la mirada de su trasero. El vestido era lo suficientemente ceñido como para intuir su ropa interior, que envolvía una cintura tan peligrosa que hizo que su corazón fuera más rápido que el propio tren. Ella se sentó y dejó su bolso en el suelo a la vez que dirigió su mirada hacia la ventana. Mientras, él, no dejó de mirar sus piernas.
Ella era atractiva. Cerca de los treinta años. Melena negra por debajo de los hombros, varias cadenas en sus muñecas y usaba deportivas, además de ese vestido azul el cual se subió un poco más hacia arriba al estar sentada. Él, tragó saliva y se recolocó en su asiento, cruzándose de brazos mientras imaginaba cómo sería su cara. No pudo verla ya que le dio la espalda al sentarse y pensó que sería demasiado descarado si miraba hacia su lado y ella no apartaba su mirada del horizonte que corría a toda velocidad a través de la ventana.
Hizo una comprobación de la gente que estaba a su alrededor y vio que la mujer mayor ya no estaba en el vagón. Solo quedaba el hombre de negocios, que seguía centrado en su portátil y la chica de los auriculares. Los dos, lejos de la escena. La música seguía sonando mientras de reojo, no le perdía atención a las piernas de su acompañante. Se notaban trabajadas. Seguro hacía deporte y las cuidaba. Llevaba unas medias transparentes, que se perdían dentro de ese vestido que empezaba a provocarle demasiadas fantasías por cumplir.
Pasaron unos minutos y él decidió reposar su brazo en uno de los laterales del asiento. La chica no se había movido ni un ápice y para entonces, él creyó saberse el recorrido de esas piernas casi de memoria. Mientras las observaba, ella dejó caer su brazo en el lateral y sus antebrazos se rozaron por un milisegundo. Fue casi imperceptible, pero pudo notar toda la energía que desprendió. A veces, solo hace falta un simple roce para encender la chispa de la mayor de las fantasías. Sus brazos estaban a una distancia mínima. El movimiento del tren hacía que de vez en cuando, sus pieles volvieran a chocar y por cada vez que lo hacían, algo más grande se instalaba debajo del pecho de él. Sus miradas seguían sin cruzarse. Ella decidió apartar la mirada de la ventana y pudo intuir que él no dejaba de mirar sus piernas. Esbozó una leve sonrisa que nadie excepto ella pudo ver pero estaba cargada de malicia.
Ella tampoco había tenido el mejor de sus días. Sus asuntos personales le ahogaban en el día a día y buscó en ese tren un modo de buscar unos días de libertad que le alejaran del trabajo. Ese proyecto en el que estaba trabajando no estaba saliendo como deseaba y se pasaba prácticamente todo el tiempo en la oficina, sin tener apenas tiempo para ella. No se había fijado en el hombre que estaba sentado a su lado ya que no dejó de darle vueltas a cómo poder encarar los asuntos que tendría pendientes el próximo día que volviera al trabajo, a la vez que perdía su mirada en el horizonte. Eso fue hasta que un roce con su antebrazo despertó su atención.
A ella le llamó la atención sus manos. Huesudas, con los nudillos visibles y las venas muy marcadas. Mientras las observaba, se recostó en el asiento y abrió ligeramente sus piernas, levantando un poco más su vestido, que casi podía alcanzar la mitad de sus muslos. Él no se perdió detalle de ese gesto. Su mente no dejó de viajar e imaginar cómo podrían verse sus piernas desde delante. Casi sin pensarlo, como si hubiese sido sin querer, hizo porque su pierna izquierda rozara la derecha de ella con el vaivén del tren. Pensó que quizá se le habría notado demasiado y que pudiera reaccionar mal, pero lejos de eso, el toque fue correspondido. Ella desplazó su pierna derecha hacia él y volvieron a encontrarse. La chispa cada vez prendía más fuego.
Los dos seguían sin mirarse. Ella notó que la respiración de él estaba agitada y eso la provocó aún más. Observaba de soslayo como su pecho subía y bajaba rápidamente y a través de un hábil juego de muñeca, con su mano izquierda se subió un poco más el vestido, dejando entrever el fin de sus medias, con un sutil encaje negro. Él, nervioso, necesitó abrir también sus piernas para dejar algo de hueco a las ganas que empezaban a crecer dentro de su pantalón.
Ella humedecía su labio inferior sin dejar de mirar sus manos. Él, apretaba el reposabrazos, como intentando contenerse, y eso hacía que sus venas se marcaran todavía más hasta que ella apretó su pierna contra la de él, abriendo todavía más sus piernas, como invitándolo a entrar sin necesidad de decirle nada. Necesitaba ver esas manos en acción. Él se percató de todo y de un rápido vistazo comprobó que el hombre de negocios y la chica de los auriculares seguían a lo suyo y no dudó en dirigir su mano hacia la parte superior de la rodilla de ella.
A la vez que hizo eso, ella dejó escapar un leve gemido que fue acompañado de una mordida de labios. Él siguió subiendo, y subiendo, deslizándose por sus medias hasta tocar la suave piel de la cara interior de sus muslos. Podía notar su calor. A ella le gustó la delicadeza con la que la tocaba, aumentando todavía más el deseo de que esas huesudas manos se perdieran dentro de su vestido.
Él desplazó sus dedos índice y corazón hacía el centro del huracán y pudo notar al instante lo empapada que estaba su ropa interior. Eso le encendió todavía más y no dudó en jugar con esa fina capa de tela que separaba sus dedos del clímax máximo que en ese vagón número 6 estaba formándose.
Ella cerraba los ojos, dejándose ir. Él, miraba alrededor vigilando que no viniera nadie y buscó la forma de separar su ropa interior y sumergirse en ese profundo océano en el que no le importaría ahogarse. Ella volvió a dejar escapar otro gemido, esta vez mayor que el de antes y desplazó su mano hacia la entrepierna de él para notar también sus ganas. Él, intensificó el movimiento mientras ella no dejó de acariciarle por encima del pantalón, invitándole a seguir.
Ella traga saliva, como intentando recuperar parte del fluido que pierde. Él no pretende parar. El sonido del tren, mientras recorre las vías, esconde el sonido de ese palpitar dentro del agua, de ese huracán descontrolado que él intenta calmar con sus manos y que termina por domar cuando ella contrae su pelvis, abriendo su boca y luchando por calmar el grito que le delate al explotar. Él, aprieta intensamente su mano contra la entrepierna de ella mientras la mira travieso, aunque sus miradas siguen sin cruzarse. Ella se muerde el labio inferior a la vez que ve cómo el huracán termina por irse, dejando todo descontrolado a su paso.
Él saca su mano de dentro del vestido y se coloca recto en su asiento. Ella se baja el vestido y cierra las piernas mientras puede notar cómo todavía le tiemblan. El tren empieza a perder velocidad. La próxima parada se acerca. Ella recoge su bolso del suelo, se levanta dándole la espalda nuevamente y se hace hueco entre las piernas de él, mientras con su mano derecha le acaricia el hombro para terminar perdiéndose por el final del pasillo.
El tren frena por completo y él la busca a través de la ventana. Todavía siente cómo el corazón le martillea el pecho por lo vivido hace unos segundos. Ella se baja y camina por el andén, dando la espalda a su ventana. Él no la pierde de vista y ve cómo se dirige hacia un hombre que la espera de pie. Se abrazan y se besan en la boca intensamente durante varios segundos hasta que entrelazan sus manos y se dirigen hacia la salida de la estación.
...
Él sonríe mientras el tren emprende la marcha. Comienza a ajustarse la camisa y alcanza la chaqueta que puso encima de su maleta. Su siguiente parada era la suya. Tras varios minutos esperando, baja su maleta al suelo y sale del tren. Mientras se dirigía hacia afuera, coincidió con la pareja que estaba sentada en su primer asiento.
- Oiga, muchas gracias por el favor que nos ha hecho -le dijo el chico.
- No, gracias a vosotros -respondió él.
Segundo premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: Priscila
—¡Hola Laura! ¿Cómo estás?
Otra vez la misma histor...
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Segundo premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: Priscila
—¡Hola Laura! ¿Cómo estás?
Otra vez la misma historia de siempre, conversación vacía y sin llegar a ningún sitio. Silencio por mi parte como respuesta a ese mensaje. Aún así, la pantalla del móvil se volvió a iluminar.
—¿Te apetece que cenemos esta noche?
Yo sabía que mi respuesta debía ser negativa, pero mis dedos se morían por contestar un sí a esa pregunta. Con Hugo había empezado a disfrutar de las relaciones, de mi sexualidad, a conocer mi cuerpo… Pero no, no podía ser. Después él desaparecía y no volvía a dar señales de vida en una semana.
—¿Laura?
Pensé en eliminar los mensajes y buscar la opción de bloquear contacto, pero un calor insoportable en mis mejillas me impidió hacerlo.
—¡Hola Hugo! Bien… he estado liada esta tarde… ¿tú qué tal?
—Con muchas ganas de verte… Prometo llevarte a un sitio que te va a encantar.
—Hugo…no sé si es buena idea que nos volvamos a ver.
—Únicamente a cenar Laura… de verdad.
Yo ya sabía cómo iba a acabar aquello antes de que empezara. Pero el rubor de mis mejillas fue bajando hasta llegar a mis dedos, que atinaron a escribir un torpe…’ bueno, vale’.
—Genial, te recojo en una hora y media.
Durante esos noventa minutos, me dediqué a arreglarme cuidadosamente para sentirme la mujer más sexy del mundo. Era verano y hacía calor, pero decidí ponerme un vestido largo con abertura en el lateral, que dejaba entrever mi figura y el moreno de mis piernas. Por supuesto, la ropa interior también la elegí con picardía, aunque intentando convencerme a mí misma de que únicamente la iba a ver yo al volver a casa. Me dejé el pelo suelto, me puse el carmín granate y me subí a las sandalias. ¡Lista!
Frente al portal de mi casa, Hugo me esperaba a las nueve y media, tan puntual como siempre. Estaba especialmente guapo. Ese dorado del sol de julio todavía le marcaba más las facciones y le resaltaba esa sonrisa que me dejaba sin aliento.
—¡Qué bien te sienta el verano! —dijo mientras buscaba la dirección del restaurante en su móvil.
El trayecto fue incómodo. Era una mezcla entre deseo y rechazo a partes iguales. El vino blanco que elegimos para cenar nos ayudó a suavizar la situación.
—Estás preciosa, Laura. Es tenerte delante y perderme.
Intenté desviar el tema, pero sus ojos me devoraban y, muy a mi pesar, los míos hacían lo propio con él. Aguantamos la cena sin prácticamente tocarnos, quizás algún roce nervioso de manos, pero nada más allá.
—Es pronto todavía —dijo cuando salimos del restaurante.
—Conozco un sitio cerca de la playa donde podemos ir a tomar algo —propuse sin pensar en las consecuencias.
Nos dirigíamos hacia el bar, cuando de repente me cogió por la cintura y me plantó un beso de película. Pero no fue un beso de comedia romántica. Nuestros labios se encontraron con desespero, nuestras lenguas se perdían en cada recoveco. Saboreamos cada momento de ese beso como si fuese el primero y a la vez el último que nos fuéramos a dar. Seguimos caminando hacia el bar, pero ya estábamos perdidos.
Nos pedimos un par de copas y nos sentamos en el sofá más alejado que había. Como era verano y estábamos al lado de la playa, a nuestro alrededor había mucho turista que no entendía nuestro idioma… ¡y menos mal! Nuestra conversación fue subiendo de tono…
—Laura, por las noches sueño que te tengo en mi cama. Que te desnudo lentamente y busco todos los lunares de tu cuerpo con mi lengua. Después te vendo los ojos y tú te dejas llevar…
—Hugo, por favor, para. No sabes lo mojada que estoy ya.
—Déjame comprobarlo.
Aprovechó que la mesa de nuestro lado se levantó a pagar para meter su mano por la abertura de mi vestido y comprobó que no mentía.
—Dame tu ropa interior y déjame que me la quede toda la noche —me susurró al oído.
El rubor volvió a mis mejillas, pero me apetecía jugar. Me dirigí al cuarto baño y me miré al espejo. En mis ojos vi deseo, ganas de llegar hasta el final. Deslicé mis braguitas negras de encaje por mis piernas y las metí con fuerza en mi puño. Estaban empapadas.
Sus ojos recorrieron todo mi cuerpo cuando salí del baño. Se pararon a la altura de mis caderas y sus labios sonrieron complacidos. Abrí su mano y allí dejé mis braguitas junto con un consentimiento implícito de querer explorar una vez más su cuerpo.
Seguimos besándonos. El cuello, el lóbulo, los labios…. Mi excitación (y la suya por lo que pude palpar) empezó a resultar insoportable, por lo que decidimos irnos de allí. En cuanto entramos al coche, metió su mano en mi entrepierna y yo...me dejé llevar.
—No, no. No tan rápido —dijo sonriendo.
Y arrancó. Yo quería matarlo en ese momento, pero entonces, llegamos a un semáforo en rojo. Y su mano volvió a mí. Verde de nuevo. Ese placer intermitente todavía me excitó más. El camino hasta mi casa es una avenida muy larga con una decena de semáforos… y en cada uno íbamos investigando nuestro cuerpo de maneras diferentes. No pensamos que no estábamos solos en la ciudad, pero nos dio igual. Cada semáforo en ámbar era una nueva oportunidad de dejarnos llevar y sentir el placer de tocarnos.
Cuando pensé que no podía más, llegamos a mi portal. Ni siquiera esperamos a subir. Puso punto muerto y me cogió en brazos. Me arrancó el vestido y besó mi pecho con ímpetu, sintiendo el ardor de mis pezones. Mientras tanto, yo buscaba su pene con impaciencia, ansiosa por meterlo en mi boca y hacerle gritar de placer.
—¡Para, estoy a punto! —gritó de repente.
Entonces me senté sobre él y dejé que me penetrara. La respiración se aceleró y terminó convirtiéndose en un jadeo. Agarré su pelo mientras me hundía en sus caderas. Él estaba a punto de llegar y yo también, ya nos conocíamos de sobra. Mis brazos lo rodearon y los dos perdimos el control. Mis mejillas ardían y sus manos temblaban. Estábamos empapados en sudor y saliva.
...
—¡Hola, Laura! ¿Te apetece cenar en un tatami esta noche? Tengo algo que devolverte que encontré en el bolsillo de mis pantalones —me escribió una semana más tarde.
Tercer premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: Sara Henríquez Tejera
Desde siempre he sido una de esas person...
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Tercer premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: Sara Henríquez Tejera
Desde siempre he sido una de esas personas que no hace locuras, que lo tiene todo organizado y no se sale de sus esquemas. Siempre necesito tener la situación controlada y, desde que alguien intenta quitarme ese control, me vuelvo loca. Esto era aplicable a todos los ámbitos de mi vida, hasta que lo conocí.
Todo empezó en aquel bar al que no había ido en mi vida, pero que mis amigas frecuentaban los viernes por la tarde. Yo no entendía por qué no se cansaban de estar ahí. Tampoco tenía nada de especial, más que una enorme barra de madera, un televisor para ver partidos y algunas sillas repartidas por el local, aunque no las suficientes para la cantidad de gente que iba.
Yo fui vestida directamente con la ropa de trabajo: una camisa blanca, una falda negra de tubo, una rebeca y unos tacones. Cuando llegué al bar, me di cuenta de cuánto desentonaba en ese lugar. Todo el mundo vestía más casual y la gente parecía muchísimo más relajada que yo. Mis amigas me saludaron desde su mesa y me acerqué.
—¡Llegaste, Alba! —exclamó una de ellas.
A partir de ahí, empezaron a brindar por que al fin estuviera un viernes con ellas y no en la oficina. Lo cierto es que tenían razón, yo también las echaba de menos. Comenzaron a pedir cervezas, cervezas y ¡más cervezas! Yo me dejé llevar un poco, pero como hacía bastante tiempo que no bebía alcohol, las 1906 surtieron su efecto en mí rápidamente.
Para cuando me había quitado la rebeca y desabrochado dos botones de mi camisa, el bar estaba abarrotado y pedir algo no era tan sencillo. Por eso, ya bastante contenta, me acerqué a la barra a pedir.
Lo que no me esperé fue encontrarme a un pibón de ojos verdes y tez morena caminando de un lado al otro vestido completamente de negro. Hacía mucho tiempo que no tenía sexo y eso explica mi reacción tan exagerada: morderme el labio inferior y mirarle de arriba abajo. Sin darme cuenta, había incluso pegado mis pechos a la barra. Lo que aún me esperé menos fue que estuviera enfrente de mí para atenderme.
—¿Qué te pongo?
“Me pones tú”, pensé.
—Cinco cervezas y tu número.
¡Dios, ni yo misma me creía lo que acababa de decir! ¿Acaso era tonta? Las cervezas me habían afectado mucho, sí, pero ya no había vuelta atrás y si me arrepentía iba a quedar peor. Su hilera de dientes me hizo saber que al menos le hice gracia...
—¿En qué mesa estás?
¡Encima se hacía el loco! “Alba, eres patética”, pensé para mis adentros.
—La siete —contesté, roja como un tomate.
Salió de la barra y me llevó las cervezas a la mesa. Cuando mis amigas me vieron llegar, callaron: jamás me habían visto avergonzada. El chico dejó las cervezas y, antes de que yo me sentara, me agarró por el codo y murmuró:
—Para tener mi número, antes tienes que saber mi nombre, ¿no crees?
La presión que ejercían sus dedos en mi codo y su mirada fija en mí me pusieron los pelos de punta y se me erizaron tanto los pezones que dolían. Dios, sí que tenía ganas.
—¿Cómo te llamas, pues?
—No puedo estar hablando aquí con los clientes. Ven conmigo y te lo digo.
Miré hacia mis amigas, que me instaron a seguirle con sus miradas pícaras y sus pulgares elevados que decían: “está buenísimo, ve a por él”. Así que eso hice. Me agarró de la mano y me llevó más allá de la barra hasta lo que creí que era el almacén. Estaba muy nerviosa, pero a la vez me sentía rebelde. Nunca creí que pudiera verme relacionada con esa palabra, aunque en esos momentos no me reconocía ni yo misma.
Aproveché que el chico estaba delante de mí para observar su espalda ancha y sus caderas estrechas con un buen culo. ¿Jugaría al fútbol? Ni idea, pero ya no me importó la respuesta cuando nos quedamos parados en medio de dos estanterías llenas de comida y bebidas.
—¿No te dejan hablar con clientes?
—No. Yo solo trabajo en la barra y mi jefe no me deja salir de ahí.
Fue entonces cuando me percaté de su interés en mí al ir hasta mi mesa para llevarme las cervezas. Sonreí y me mordí el labio inconscientemente. Él también sonrió y dijo:
—Bueno, mi nombre es...
—Calla —le puse el dedo índice en los labios y me acerqué a él—, ya me lo dices después...
—¿Después de qué?
—De esto.
Salté a sus labios y él no tardó en seguirme el juego. Su lengua y la mía se entremezclaron, convirtiendo el beso en algo más profundo, más salvaje. Me apretó contra sí y noté su erección, al igual que él sintió el calor de mi deseo: encajábamos a la perfección. Sonreí para mis adentros y comencé a desabrochar su pantalón, pero él me frenó.
Se separó de mí y negó con la cabeza. Fruncí el ceño y, cuando iba a preguntar, me sorprendió cuando abrió mi camisa de golpe rompiendo todos los botones a su paso. Masajeó mis pechos y los liberó del sujetador para empezar a lamerlos. Jadeé encantada y agarré su pelo.
—Date la vuelta —me ordenó— y abre las piernas.
Estaba tan cachonda que, tras dos segundos, hice caso a su orden y apoyé mis manos en un estante. Me subió la falda y sin previo aviso me penetró. Solté un gemido de gozo y el chico me tapó la boca con la mano para que no me escuchara nadie, y con la otra me agarró la cadera para embestirme. Me pegó un azote que resonó por todo el lugar. Sus estocadas eran certeras e iban subiendo de ritmo hasta hacer que me temblaran las piernas. Yo me arqueaba para darle más acceso y él gemía. Aprovechaba algún momento para coger mi pelo largo y tirar de él con fuerza, provocándome.
—Así... —murmuró él con la voz cargada de deseo.
Así, siguió aumentando el ritmo hasta que vi venir mi orgasmo. El chico tardó unos segundos más hasta que sentí su semilla resbalando por la cara interna de mis muslos. Nos quedamos ahí quietos unos instantes; él necesitaba recobrar fuerzas y yo no quería separarme de lo que me temblaban las piernas.
—Hugo.
—¿Qué?
—Mi nombre es Hugo.
Nos reímos y nos reincorporamos, poniendo en orden todo.
—Yo soy Alba —me presenté, apoyando mi cabeza en una caja de latas de refresco.
...
A partir de ese momento, Hugo y yo habíamos encontrado una conexión sexual impresionante. Él siempre mandaba y yo obedecía. Me había dado cuenta de que, al menos en una faceta de mi vida, no era a mí a la que le gustaba tener todo bajo control.
Invité a cenar a casa a Miguel para celebrar mi nuevo proyecto profesional. Quería contarle los pormenores, y libe...
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Invité a cenar a casa a Miguel para celebrar mi nuevo proyecto profesional. Quería contarle los pormenores, y liberar toda esa endorfina motivada por la ilusión con alguien que sabía iba a disfrutarlo.
Me costaba parar de hablar durante la cena, pero la cara de Miguel no mostraba aburrimiento, sino todo lo contrario. Estaba inmerso en mis palabras, en verme eufórica y en, como descubriría más adelante, lo excitante que le resultaba en ese momento.
Recogimos la mesa y nos sentamos en el sofá con unas cervezas. Logré callarme un poco y pedirle que me contara que tal su vida, porque no quería monopolizar la conversación, por educación más que por falta de ganas (demasiadas endorfinas). Me puso al día de las novedades, pero volvió de nuevo a mi proyecto, y no puedo decir que me disgustara, estaba realmente emocionada.
Mientras continuaba, ya casi repitiendo lo que ya le había contado antes, sus ojos se clavaron en mis labios, siguiendo cada movimiento y de forma muy sutil, aproximándose poco a poco.
Aprovechó entonces una de mis pausas obligadas, por eso de respirar, y conquistó mis comisuras. Sus manos agarraban con extrema delicadeza mi cara y sus labios acariciaban a los míos. Por un momento me aparté, no alcanzaba a entender qué pasaba, nos conocíamos desde hacía muchos años y nunca habíamos tenido un momento similar, ni siquiera un tonteo en broma, y le pregunté.
“No te imaginas lo provocativa que estás cuando te ilusiona un nuevo proyecto. No es la primera vez que lo pienso, pero sí la primera que ambos podemos asumir las consecuencias de mi confesión”, y me quedé muda. Hizo un amago como de acercarse, buscando si mi silencio era de reflexión, de negativa o de preocupación. Mi sonrisa le dijo lo que necesitaba saber, y se dejó caer sobre mis labios, dándolo todo en un beso delicioso, húmedo y pasional, como si llevara algún tiempo retenido el impulso y se resarciera ahora.
Hacía poco que ambos estábamos solteros de nuevo, y fuera lo que fuera que llegara a mi vida en ese momento, tendría que tomármelo con calma. Eso mismo se lo dije a Miguel en cuanto noté que la cosa se ponía fuerte y la excitación subía rápidamente de intensidad. Pactamos no desnudarnos siquiera hasta que ambos estuviéramos preparados para lo que pudiera traernos esta curiosa unión.
Pero hay cosas para las que no es preciso desnudarse, e incluso el exceso de ropa puede convertirse en un placer diferente, como un retorno a la adolescencia cuando aún no te sientes preparada para dar un paso más allá, pero la excitación animal te posee y quieres sentirlo todo, incluso con ropa por medio.
Me senté a horcajadas sobre él, frente a frente, y continuamos besándonos. Los besos se acompañaban de ligeros movimientos de cadera de ambos, como bailando desde el backstage lo que queríamos mostrar en el escenario. Un ensayo de nuestra atracción recién descubierta, y un descubrimiento de las reacciones del otro. Miguel era más sensible a roces lentos y largos que a fricciones rápidas, mis pezones se endurecían más cuando apretaba las nalgas que cuando acariciaba mi espalda...
Con el vaivén nuestros cuerpos se animaron, y los roces se convertían en necesidad. Sin plantearnos ir más allá y resarcirnos con la penetración que ahora ansiábamos, pero haciendo lo posible por emular las sensaciones por encima de la ropa.
Mi excitación ya calaba mis leggins y Miguel comenzaba a notar la humedad sobre su vestida erección, incrementando esto el morbo de ambos a límites inimaginables, y descubriendo poco después un gemido entre sus labios, preludio de un discreto orgasmo que le revolvió entre mis piernas.
...
Si vestidos, de manera tan inesperada y con el alma desnuda lo hemos disfrutado tanto, no me imagino cuando por fin desnudemos nuestros cuerpos y la unión sea completa...
La última vez que vinimos a la playa fue cuando empezamos a quedar, y han pasado dos años desde entonces. El trabaj...
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La última vez que vinimos a la playa fue cuando empezamos a quedar, y han pasado dos años desde entonces. El trabajo, los compromisos, el dinero y la falta de coordinación de agendas nos tenía prorrogando el viaje una y otra vez.
La espera había terminado, ya estábamos aquí, con el olor a mar acariciando nuestra piel y el fresco agua rozando nuestros pies.
Ya era tarde, al menos tarde para pasar el día en la playa, pero que el sol estuviera poniéndose no nos frenó; el viaje había sido largo y llegamos con ganas de, al menos, mojar los pies en el mar.
El arrullo de las olas nos embaucó, y poco a poco fuimos entrando en el mar. Hasta la rodilla y salimos. Hasta la cadera y salimos. Hasta el pecho y salimos. Y cuando ya teníamos el agua por el cuello era demasiado tarde para seguir justificado nuestra incursión marítima a esas horas.
Nos abrazamos con ternura. Un abrazo que decía tantas cosas como callaba, como las ganas que teníamos de empezar el verano con una interesante anécdota, mucho mejor que terminar sin hacer pie por una sucesión de promesas incumplidas.
El abrazo dio paso a los besos. Castos al inicio, más pasionales a medida que avanzaban los minutos y la playa terminaba de despejarse. Apenas quedaban un par de personas en la playa, lo bastante lejos del agua como para ni siquiera intuir lo que ocurría bajo ésta.
Con el roce, la excitación comenzó a subir como la espuma de una ola rota, dejándonos ante la decisión de rendirnos al instinto o curarnos en el recato. Valga decir que el recato nunca formó parte de nuestras personalidades, por lo que caímos en la tentación un par de metros más cerca de la orilla; más que nada por proporcionarnos mejor agarre durante nuestro baile acuático.
Sus manos se colaron bajo mi ropa, rozando todo cuando encontraban a su paso y provocando con ello pequeños gemidos, que silenciaba metiendo la cabeza en el agua a medida que éstos se hacían más y más intensos.
Abrí las piernas y despejé el camino para que entrara en mí, recorriendo su espalda con las manos, atrayendo su cuerpo al mío como queriendo fundir nuestra piel en una. Los dedos prepararon el camino para la erección cautiva. Una vez liberada, buscó refugio en mi húmeda cavidad.
Con las piernas alrededor de su cintura y los brazos firmes en su cuello, mi amante daba ligeros paseos por la arena del fondo mientras me penetraba con calma. No existía ninguna meta, simplemente gozar la experiencia, compartir nuestro placer y conquistar una frontera erótica.
Ayudada por mis brazos y piernas, subía y bajaba por su erección, notando cómo sus manos se anclaban fuertes a mis nalgas. La noche caía y nuestro calor no hacía más que ascender, apenas lográbamos mitigar las ganas que una nueva oleada nos zarandeaba.
Las olas fluían, y nosotros con ellas. El vaivén ligero de la mar en calma nos mantenía unidos, en movimiento, en sintonía. Gozando con cada poro de la tranquilidad que inspiraba el agua clara y el clima sosegado del anochecer. Sin apenas esfuerzo nuestros cuerpos bailaban y disfrutaban, con miradas intensas y sonrisas traviesas.
Sus manos se aferraron con fuerza a mis muslos, y me hizo cabalgar con la ayuda de la flotabilidad. Mi placer aumentaba sin hacer nada, sólo confiar en él y extraer cada gramo de placer, dejándome mecer por las ligeras olas.
...
Cuando la noche nos alcanzó cedimos el control, dejando que nuestros pies nos llevaran a la orilla, y ésta al éxtasis entre arena y conchas.
Nos encontramos en la entrada del cine, con los nervios típicos de una primera cita, pero con la garantía de que a...
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Nos encontramos en la entrada del cine, con los nervios típicos de una primera cita, pero con la garantía de que al menos estaríamos entretenidos por la película, por lo que no era necesario, al menos de primeras, preocuparse por el tema de conversación.
Mientras esperábamos a que empezara la sesión apenas intercambiamos palabras, puede que no nos conociéramos lo suficiente, que él, como yo, hubiera acudido a la cita por mero aburrimiento, o que los nervios jugaran una mala pasada.
En cuanto empezaron los créditos me relajé, las próximas dos horas no habría que forzar tema de conversación ni soportar incómodos silencios, y al terminar habría de qué hablar, o cada cual se iría a su casa sin mayor drama.
La película no estaba resultando tan entretenida como creía, y en su cara se percibía que coincidía conmigo. Miraba a los lados de vez en cuando, como buscando algo más interesante a lo que prestar atención, hasta que su mirada se cruzó con la mía. Una sonrisa cómplice despertó un poco de empatía mutua, igual sí teníamos algo en común, aunque fuera el gusto cinematográfico.
Aproveché una de esas escenas que deberían haberse quedado en la mesa de montaje para salir al baño y evitarme por lo menos unos minutos de sufrimiento artístico. Cuando salí le encontré en la puerta, tendiéndome la mano mientras su gesto resultaba entre provocativo y aventurero. No dudé, no tenía nada más interesante que hacer, así que le di la mano y seguí sus pasos hacia una de las salas que parecía estar sin sesión, quizá por las horas que eran.
Entramos y nos quedamos en el pequeño recibidor antes de la puerta de acceso, donde la tenue oscuridad suele llevarte a unas horas de emociones en HD. Esperé, no entendía qué hacíamos allí, hasta que acercó su cara a la mía, como pidiendo permiso, y luego aproximo sus labios a mi mejilla con un dulce beso.
Sinceramente, estaba descolocada. No había habido ningún momento de esos en los que alguno de los dos se insinuara, pero el gesto, así como la iniciativa, me llevó a devolverle el beso, esta vez en los labios.
Lo que comenzó dulce y delicado, se convirtió en un fuerte arrebato que nos tenía con las manos ansiosas de alcanzar todo lo que pudiéramos tocar, acariciar, pellizcar o rozar. Su forma de actuar, y esa seguridad que parecía envolverle de pronto, me excitó mucho y muy rápido. Pasé de pensar en desvanecerme al acabar la película, a desearle dentro de mí. Sin confianza, pero también sin expectativas, no me callé y tal cual se lo pedí.
Medio segundo tardó en reaccionar. Desabrochó mi pantalón, dio un tirón para bajarlo, me giró contra la puerta de acceso, liberó su erección y me penetró con el punto justo de brusquedad.
Un gemido escapó de entre mis labios, y a medida que intensificaba sus embates más alto gemía yo. Notaba cómo me escurría el placer por los muslos, y su cuerpo rebotaba contra el mío con la potencia y el ritmo perfectamente sincronizado. Hacía unos minutos no me habría imaginado así con él ni en un millón de años, y ahora mi vulva gritaba pidiendo más, más duro, más rápido, más…
Arquee la espalda para darle mayor acceso y entendió el mensaje. Agarró mis caderas con ambas manos y bombeó llegándome tan al fondo como le era posible. Los gemidos eran cada vez más altos, y me estaba resultando realmente morboso que alguien, pasando por la puerta exterior, pudiera oírnos, o incluso desde la sala de al lado con la aburrida película de la que habíamos huido.
Un sonoro azote me borró ese pensamiento, haciéndome gritar nuevamente, esta vez mientras orgasmaba entre espasmos musculares.
...
Tras eso no tuvimos mucha conversación, tradujimos por ello que lo nuestro era pura energía sexual y lo dejamos en eso, que por otra parte, no está nada mal; ya teníamos con quien ir al cine y huir si la película no nos convencía.
Hacía mucho, si acaso había pasado antes, que no me follaban con tanta intensidad y habilidad. Pero eso sí, era la primera vez que disfruté de perderme una película, ¡y de qué manera...!
Vivo enamorada de mi amor de verano. Desde que nos encontramos el año pasado, en cuanto el calor aprieta nos unimo...
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Vivo enamorada de mi amor de verano. Desde que nos encontramos el año pasado, en cuanto el calor aprieta nos unimos con desesperación, mía sobre todo, y no nos separamos ni para dormir.
Disfrutaba de la compañía de mi amor de verano cuando Gabi llamó a la puerta. Me pilló por sorpresa, no habíamos quedado en vernos, y si lo habíamos hecho, no lo recordaba, lo cual no era bueno reconocer.
Entró directa, exclamando “¿dónde está? Quiero conocerlo, compártelo por un rato, que tú lo tienes todos los días”. Y me eché a reír. ¿Compartir mi amor de verano? Vaya insolencia, yo cuidaba de él, y me merecía todo el tiempo que pudiera darme.
Cuando llegó al salón se quedó en la puerta, observando en la distancia mientras mi amor de verano seguía a lo suyo sin inmutarse. “¿Puedo?”, preguntó. Afirmé con la mirada y se acercó hasta rozarlo.
—Es tan... ¡Fantástico! En foto no me lo imaginaba así; y además puedes ir con él a cualquier parte.
—Ya te lo dije y no me creías. Fue amor a primera vista, y no tardé en tirar de Visa para que fuera mío.
Gabi se sentó en el sofá y se quedó obnubilada con la mirada fija, le costaba seguir la conversación hasta que le pellizqué un pezón para sacarla del trance.
Dio un bote y su consciencia volvió a la habitación. Su mirada de pronto cambió, y pasó de la incredulidad a la picardía más respirable que había sentido nunca. Acto seguido, se lanzó sobre mí.
La recibí con los labios abiertos y la imaginación dando vueltas con las ideas bien frescas. La desnudé de cintura para arriba, y me perdí entre sus pechos con sus manos acariciando mi espalda. La intensidad de nuestras caricias y juegos subía por momentos, y pequeñas gotas de sudor viajaban por nuestra piel, o se encontraban con la lengua de la otra bebiendo el salado néctar.
Se tumbó en el sofá, y ante la atenta mirada de mi amor de verano, descendí hasta su entrepierna, dejando que mis dedos abrieran el paso a mi lengua. Sus gemidos aumentaban y mi humedad con ellos, cosa que Gabi pudo confirmar en cuanto aventuró su mano entre mis piernas.
Cuerpos húmedos, piel perlada de sudor, gemidos y jadeos de plena excitación, placer intenso y, entre roce y roce, una fresca brisa que nos envolvía y daba energías para continuar, a pesar del abrasador calor que inundaba la calle.
Las lenguas entrelazadas, siguiendo el esquema de nuestros cuerpos. La piel tan unida que era imposible distinguir dónde empezaba ella y dónde lo hacía yo. La fluidez del sensual baile resbalaba sobre el sofá, llevándonos más de una vez a estar cerca de encontrar suelo. Sin rendirnos, nos aferramos bien la una a la otra, permaneciendo juntas en tan placentera unión.
Pellizqué de nuevo sus pezones, ahora duros a más no poder, a diferencia de cuando la desperté, y su orgasmo fluyó entre nuestras piernas, mojando cuanto encontró. Mi orgasmo, más tímido, me sobrevino entre pequeños espasmos que hicieron aflorar su segunda conquista.
Caladas, satisfechas, jadeantes aún, Gabi me preguntó:
—Vaya con tu amor de verano. ¿Ves cómo tenías que compartirlo? No llega a ser por él y no podemos hacer esto.
—Sí, tenías razón, ha merecido la pena compartirlo.
—Por cierto, ¿dónde lo conseguiste?
—En la web que me recomendaste, el mejor ventilador que he comprado nunca.
Con el ligero zumbido del ventilador de fondo y su brisa acariciándonos, me acurruqué sobre el pecho de Gabi; perfilando sus pezones con los dedos, jugando a endurecerlos de nuevo, tentándola con el roce de mis caderas, deseándola dentro de mí.
...
—Por cierto —dije con emoción—, me he comprado otra cosa que seguro que también quieres probar conmigo. ¡Cierra los ojos!
—¿Otro ventilador? Jajaja, dime, ¿qué es? Con ese tono seguro que no es para todos los públicos.
—Ábrelos —su cara de sorpresa y morbo la delató—, se llama Isa. ¿Te apetece… otro trío? Me pido el extremo largo.
—Oh, cariño, no sabes el poder que me has dado con esto. Cancela tus citas, porque vas a estar muy muy ocupada teniendo orgasmos hasta mañana. Pero oye, mejor un cuarteto, deja el ventilador encendido, que va a subir mucho más la temperatura…
—¿Dónde estabas? Llevamos esperándote horas —le pregunté a Víctor.
—Uf, luego te cuento, que es una larga historia...
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—¿Dónde estabas? Llevamos esperándote horas —le pregunté a Víctor.
—Uf, luego te cuento, que es una larga historia… —contestó riéndose.
A las horas, tras la barbacoa semanal en casa, y la gente iba marchando le recordé a Víctor que no podía irse sin contarme qué le había pasado. En cuanto nos quedamos a solas, sacamos unas cervezas a la terraza y comenzó a contarme.
—Prometo que esta vez venía puntual, pero a mitad de camino me pinchó una rueda y me jodió la excepción.
—Vaya, para una vez que ibas a llegar a la hora, ¡qué casualidad! Ejem, anda, sigue…
—No me creas si no quieres. En fin, a lo que iba. Se me pinchó la rueda y fui a cambiarla, o al menos hacer el paripé, porque yo sé hacer muchas cosas, pero lo de cambiar ruedas no está entre mis habilidades… — prosiguió Víctor.
“…así que llamé al servicio de asistencia del coche, que para algo lo pago, y les conté la situación. Confirmaron que me enviaban una grúa y ahí me quedé, en el arcén esperando mientras me moría de calor, porque vaya suerte la mía, que no se me puede pinchar en abril, no, en julio.
Yo creo que ya estaba a punto de deshidratarme cuando llegó, y como un imbécil corrí hacia el hombre de la grúa y le abracé. Me excusé con eso de que hacía mucho calor y era como si hubiera llegado el caballero de brillante armadura, o de ennegrecida grúa; a mí con que me salvara me daba igual, como si venía en triciclo. Él no se lo tomó a mal, más bien lo contrario. Se empezó a reír y comenzamos a hablar de lo típico, el tiempo. A todo esto, él iba sacando la rueda y montando el chiringuito para cambiarla.
El hombre estaba potente, y además era gracioso. Le miraba mientras hacía lo suyo, y yo pensaba en lo mío, que acabó girando en torno a pensarme sobre lo suyo, ya sabes… Y entre el clima infernal, y el calentón que me entró, le fui tirando la caña.
Pregunté si por una casualidad tenía agua fresca, y me dijo que sí, que la cogiera yo mismo de la cabina. Cuando salía de hallar el santo grial del H2O a la vez que bebía, nos chocamos cuando él vino a coger una llave especial. La mitad de la botella se me cayó por encima. Y mira, que me vino bien el refrescón, pero mis órganos la necesitaban más que mi piel.
Se partía de la risa y me iba secando con su camiseta como podía. Y ahí yo ya estaba que ardía, para mí que el agua se me evaporó de la ropa sólo por el contacto físico con semejante escultura griega.
Me decidí, era ahora o nunca, y me lancé a sus labios. Todo fuera que me llevara una bofetada, pero por cómo actuaba lo deseaba tanto como yo. Se sorprendió con el beso, pero rápidamente me correspondió y me apretó contra la puerta del copiloto de la grúa. Desde la carretera, en esa posición, había cierta privacidad.
Iba directo, como si hubiera estado esperando el pistoletazo de salida. Metió la mano en mi pantalón y se encargó de reconocer centímetro a centímetro mi erección antes de agacharse y buscarme con la boca. De verdad, lo estaba flipando, en medio de la nada con un maromazo devorándome con todo su arte.
De vez en cuando me miraba, sin dejar de moverse en mi entrepierna, y a mí me palpitaban hasta las pestañas de tanta excitación. No lo pude evitar, acabé explotando en su boca, viendo cómo le caía alguna gota por la comisura. Le ayudé a incorporarse y le limpié las gotas de la comisura con la lengua, metiéndole mano yo ahora. Y madre lo que encontré… Parecía navidad y mi cumpleaños juntos, qué belleza, qué porte, qué... Bueno, que era para llevarlo a un museo, a todo él”.
—Joder, ahora casi me siento mal por haber echado pestes de ti por llegar tarde de nuevo. Espero que trotaras a gusto… —me reí.
—¡Qué va! Le sonó la radio de la grúa con una urgencia y tuvimos que dejarlo ahí, con todas las ganas. Terminó de ajustarme la rueda, me dio un húmedo beso y se montó en la grúa.
—Oh, ¿y no le pediste el teléfono? Para veros y acabar lo que empezasteis.
—Ja, ¿acaso no me conoces? Me lo pidió él a mí. Hemos quedado esta noche… a ver si me enseña qué es eso de la junta de culata. Y lo tengo claro, renuevo seguro con la misma compañía, hay que ver qué gran asistencia en carretera…