Finalista del concurso de microrrelatos
Me crucé a mi primer amor una calurosa tarde de primavera. Lo vi a través del cristal de una de las múltiples tiendas de la ciudad y no pude evitar ir hacia él.
Quizá fue la estación lo que me llevó a hacerlo y sin pensarlo demasiado. Entré rápida hacia él y unos minutos más tarde ya estábamos yendo hacia mi casa.
Cuando llegamos, fuimos directos hacia la cama. Fue mágico. Acariciaba cada centímetro de mi piel suavemente, haciéndome sentir un cosquilleo al acercarse a mis zonas erógenas, un cosquilleo que me pedía que le gritase: "Sigue, por favor".
Tomaba mis curvas a la perfección, como si siempre las hubiera circulado, haciéndome sentir un placer desconocido en la simpleza de las caricias. Aprovechó cada movimiento, cada zona, cada ángulo, cada escondite, cada centímetro... Hasta el orgasmo.
Acabamos cuando la luna ya se veía por la ventana y el sol primaveral se había escondido.
Así que una vez acabado con mi primer amor, lo lavé, lo puse a cargar y me fui a duchar antes de hacer la cena.
Esteban Liñares Barral
Finalista del concurso de microrrelatos
Me crucé a mi primer amor una calurosa tarde de primavera. Su presencia era magnética, mi deseo, irrefrenable. La había soñado tantas veces que me parecía conocerla de toda la vida, pero nunca había visto su rostro en la realidad: al fin estabas allí, tan real como el sol que brillaba sobre nuestras cabezas.
La tarde continuó avanzando y nuestras palabras se deslizaron como serpientes por el aire caliente y húmedo. Cada vez que ella se movía, un escalofrío de anticipación se extendía por mi piel.
Me sentía como si estuviera en una habitación cerrada sin aire, como si estuviera en peligro de muerte, mi corazón latiendo tan fuerte que parecía que iba a explotar en cualquier momento.
Cada vez que nuestras pieles se rozaban, la electricidad me recorría como un rayo, haciéndome temblar y anhelar más. Las palabras que salían de mi boca parecían tan vacías en comparación con el fuego que ardía dentro de mí… No podía esperar más, necesitaba que sucediera algo, cualquier cosa. Mi cuerpo se tensaba, buscando una liberación de esa ansiedad que me estaba consumiendo.
TRUENO Y FUEGO
Y cuando la lluvia llegó, cayendo sobre nosotros como una bendición, nuestras miradas se encontraron. Lo supe. Nos acercamos y nos besamos con el ansia de aquellos que han esperado años para entregarse al éxtasis liberador. Nos devorábamos como si no hubiera un mañana mientras nuestros cuerpos se unían en una danza lujuriosa y ancestral.
Mis manos se deslizaban por su piel sudorosa, explorando cada curva y cada rincón de su cuerpo, mientras los gemidos se mezclaban con el sonido de la humedad. La lluvia arreciaba sobre nosotros, golpeando nuestros cuerpos con fuerza y haciendo que cada gota sonara como un opaco tambor en nuestra piel.
La noche nos sorprendió abrazados bajo la lluvia, experimentando cada una de nuestras fantasías más profundas y salvajes. El viento soplaba con fuerza, haciendo que los árboles se agitaran como si estuvieran poseídos por la misma pasión que nos consumía mientras los relámpagos iluminaban la noche, dándonos vislumbres de nuestros cuerpos entrelazados y de los rostros de éxtasis que compartíamos.
La electricidad estaba en el aire, literal y figurada. Nada podía detener el fuego que ardía entre nosotros. La lluvia seguía cayendo, refrescando nuestros cuerpos, tan calientes como brasas ardientes. Cada gota que caía solo aumentaba nuestra excitación, y nuestros cuerpos se movían juntos en la endiablada danza bajo el diluvio de Dios. El sonido de nuestras respiraciones entrecortadas se mezclaba con el sonido de la lluvia: una sinfonía de placer que solo alimentaba nuestro deseo.
CATARSIS
Cuando la lluvia se calmó y los truenos disminuyeron, nos quedamos abrazados, exhaustos, felices. Todo lo que quedaba ahora era el silencio y la calma que seguían a la tormenta.
Incluso ahora, años después cada vez que escucho el sonido de la lluvia, puedo sentir el calor de su cuerpo contra el mío, y el tacto de sus dedos en mi piel.
DeLarge
Finalista del concurso de microrrelatos eróticos
Me crucé a mi primer amor una calurosa tarde de primavera y no pude mirarle a los ojos.
Tampoco me hizo falta, reconocería hasta en el más profundo infierno el aroma a vainilla y cedro de su cuello, tan meticulosamente pensado, tan poco sutil como inconfundible.
Me crucé con ella pero no, no le dirigí ni una mísera palabra. ¿Cómo podría, mi amor? Si sé lo que hago cada vez que te recuerdo. Si mi lubricación sigue llevando tu nombre.
Cómo hablarte sin contarte que pienso en tus dedos cuando otros me rozan. Que detesto beber tequila si no es desde tu ombligo. Que el sudor no me excita si no es el de tu piel y que aún veo tu sello rojo en mi cigarro.
Cómo podría mirarte sin pensarte desnuda, agitada, excitada con el calor de mi aliento y el roce de mi lengua. Cómo decir "hola" si sueño con susurrar "córrete".
Cómo podría hablar ahora que el maldito aroma de tu cuello ha vuelto a cortar mi respiración.
Finalista del concurso de microrrelatos eróticos
Me crucé a mi primer amor una calurosa tarde de primavera. Llevábamos sin vernos desde el instituto. Ella se había mudado a Barcelona a estudiar un grado en filosofía; yo, a Granada.
Desde entonces no habíamos vuelto a coincidir, y tampoco habíamos intercambiado más que unos mensajes cordiales de vez en cuando. Hacía mucho que no sabía de ella, y me sorprendió gratamente ver que se había dejado flequillo y que parecía más feliz. Éramos dos personas muy distintas a las que se habían despedido varios años atrás.
Y justamente en eso pienso (en la poca frecuencia con la que habíamos hablado y en lo mucho que debíamos de haber cambiado las dos con los años) mientras escucho sus gemidos ahogados en mi oreja, acompañados de su aliento caliente y húmedo y el maravilloso sonido que hace su cuerpo al frotarse con el mío.
Es increíble lo que unas cuantas cervezas y un poco de sol primaveral le hacen a una en la cabeza. Pocas horas antes habíamos estado charlando alegremente, después de encontrarnos por casualidad en la plaza, con una jarra bien fría en la mano y con los ojos muy fijos la una en la otra. Ahora, encerradas en el minúsculo baño del bar donde estábamos bebiendo, la aprieto contra mí y la toco sin molestarme en quitarle la ropa. —No sé cómo he vivido todo este tiempo sin que me tocaras —jadea, levantando la cabeza para que le bese la curva de la mandíbula.
Yo tampoco lo sé. Todo este tiempo sin acariciar sus curvas, sus pliegues, sus labios. Sin besarle las clavículas y sin escucharla suspirar. ¿Cómo he vivido antes, y cómo se vive después de esto?
Le cubro la boca cuando su cuerpo alcanza el clímax y se sacude contra el mío. Le muerdo suavemente el lóbulo, con cuidado de no tirarle de los grandes pendientes de aro que lleva colgados, y dejo que se calme sentada en mi regazo. Respira agitadamente y apenas puede mantener los ojos abiertos; me parece lo más bello que he presenciado jamás.
No es hasta que alguien llama a la puerta que volvemos a la realidad en ese baño pequeño y sucio. Me doy cuenta de cuánto contrasta su vestido rojo con esas paredes oscuras y manchadas. Nos peinamos nerviosamente frente al espejo, nos colocamos bien la ropa y salimos del baño sin mirar a la persona que espera a entrar.
Mi primer amor, la chica más guapa que he visto jamás, la persona en la que he pensado noche tras noche durante los últimos años se sujeta a mí, pues aún le tiemblan un poco las piernas. Está sonriendo, y sospecho que el rubor de sus mejillas no es causado solo por el alcohol que anteriormente hemos bebido.
Me pregunto cuántas primaveras habré de esperar para poder tocarla de nuevo.
Ágata Jimena Murga
Primer premio del concurso de microrrelatos eróticos
Me crucé a mi primer amor una calurosa tarde de primavera. Adormecida todavía de la siesta, me dirigía a una cita que había conseguido a través de una aplicación móvil, sin muchas expectativas después de las últimas intentonas.
Parada en el semáforo, crucé la mirada con unos ojos azules que hacía demasiado tiempo que no veía y todo mi cuerpo empezó a reaccionar. No sabía si hacerme la despistada o saludar efusivamente, porque mis piernas estaban paralizadas.
Pero me reconoció y bajó la ventanilla y la conversación empezó a fluir y empezaron los pitidos de otros coches y... Y que si tenía planes, me preguntó. Y a mí se me olvidaron. Así que subí en el asiento del copiloto e intenté centrarme en lo que me decía, pero es que su voz seguía provocando demasiadas cosas en mí.
Fuimos a tomar algo y yo empecé a sentir más calor del que hacía. Noté cómo movía mi pelo más de lo habitual, cómo mordía mis labios después de la risa mientras miraba los suyos y la forma en la que mis bragas se mojaban más y más cada vez que me tocaba sutilmente el muslo.
"¿Nos vamos?", me preguntó, sonriéndome. Y yo le quería decir sí, pero que a cualquier sitio donde pudiéramos estar sin gente. Pero me disculpé y fui al baño y, cuando estaba lavándome las manos, vi la puerta abrirse y sus ojos mirándome fijamente. Sonreí de medio lado y supo que era una invitación.
Se acercó por detrás y empezó a besarme el cuello. Cerré los ojos y cuando me quise dar cuenta estábamos frente a frente. Intenté dar el primer beso pero no me dejó: eran resquicios de un juego que teníamos. La única regla era que antes de la boca, había que besar otras tres partes del cuerpo.
Sonrió con malicia. Le devolví la sonrisa: empezaba el juego. Comisuras de la boca, lo sé, casi trampa. Cuello. Recorrí con el índice desde su cuello hasta la parte baja de la camiseta. Se la subí. Sabía lo que venía a continuación, lo que iba a hacer. Nos seguimos conociendo demasiado bien.
Abrí lo suficiente el sujetador como para poder besar su pezón. Gimió. Y yo noté cómo los latidos del corazón se me colaron entre las bragas. No aguantábamos más, nos teníamos demasiadas ganas y...
Y me desperté. Con más calor del que hacía esa tarde. Me duché y me fui a mi cita. Por un momento, me descubrí buscando unos ojos en cada semáforo. Pero llegué al lugar de la quedada sin interrupciones del pasado.
No estaba mal, conversación interesante, sonrisa bonita. Quién sabe. Me reí de una anécdota y sin querer recorrí el restaurante con la mirada. Y joder. Esos ojos. Ahí estaban.
Se levantó y vino hacia mí. "Qué casualidad, he soñado contigo hoy" me dijo. Y me dio un beso en la comisura de los labios. Y entró en el baño, no sin una última mirada que me invitaba a ir detrás.
Maara Wynter
Tercer premio del concurso de microrrelatos
Me crucé a mi primer amor una calurosa tarde de primavera. Llevábamos mucho tiempo sin vernos y una conversación improvisada se hacía corta para ponernos al día. Me propuso tomar algo. Quedamos en vernos esa misma noche, pero yo no podía esperar.
De camino a casa no dejaba de pensar en él y recordar tantos momentos placenteros a su lado. Llegué a casa, cerré la puerta y me apoyé en ella.
Empecé a humedecerme por el ardor de la nostalgia. Fui con prisa a mi habitación, me senté en la cama, frente a un espejo, y me quité la ropa poco a poco. Me movía con delicadeza, seduciéndome.
Lamí mis dedos, sin apartar la mirada del espejo, y fui bajando por mi torso hasta detenerme en mis pechos. Humedecí mis pezones suavemente con la yema de mis dedos, dibujando en ellos formas de todo tipo, observando como una simple espectadora.
Pensaba en lo que quería hacerle esa noche. En lo que quería que me hiciera. Y seguía bajando lentamente. Mis sutiles gemidos empañaban el ambiente. Los dibujos de mi pecho ya no se distinguían con el sudor. Estaba muy excitada. No dejaba de mirar cómo mi cuerpo se agitaba impaciente, y yo jugaba con él. No podía esperar más.
Deje que mis dedos se deslizaran bajo mi abdomen y me saborearan. Me rocé poco a poco. Mi cuerpo temblaba y suplicaba que lo complaciera, y yo me miraba desafiante y hacía el juego más y más intenso.
Paseé mis dedos, casi como caricias, entre mis piernas. Me apiadé de mí y, con mucha calma, me fui dando lo que quería, incrementando la presión. Cada vez estaba más mojada y gemía más fuerte.
Pensaba en cómo le daría ese mismo placer a él. Imaginaba que eran sus manos las que me hacían retorcerme así. Sin darme cuenta, los dedos de mi otra mano pasaron de mi pecho a mi boca. Los relamí para que ellos me relamieran a mí. Fantaseaba con que no eran mis dedos lo que mi lengua degustaba. Iba a estallar.
Mi mirada afilada disfrutaba atentamente de cada movimiento y me pedía más, y yo cumplía sus órdenes. Deje mis dedos bien empapados y entré dentro de mí, mientras mi otra mano seguía tocándome, cada vez más veloz y apasionada.
Mordí mi labio inferior con fuerza y me abandoné en las sensaciones. Noté que el clímax se aproximaba y quise ver cada pequeño gesto que este me provocara, así que no deje de mirarme a los ojos mientras todo mi ser explotaba de placer.
Me dediqué una última mirada y me dejé caer rendida en la cama. Mi cuerpo seguía extasiado y mi mente reposaba en una nube.
Jadeaba por la energía del momento y sonreía fascinada cuando un ruido me despertó del trance en el que estaba. Era mi teléfono. Me levanté y corrí a alcanzar la llamada antes de que se colgara. "¡Hola! ¿Cómo vas? Yo ya estoy aquí.”
Violeta Ocaña
Finalista del concurso de microrrelatos eróticos
Me cruce a mi primer amor una calurosa tarde de primavera. Sólo podía pensar en Patricio, su rostro, su sonrisa y en esos ojos suyos que me transportaban a los confines más oscuros y perversos de mi ser.
Tan solo con recordar su mirada, mi cuerpo se estremecía y ardía en deseo. Por un momento traté de controlarme, pero era inútil, me sentía deseosa.Comencé a bajar la mano y jugar con mi cuerpo. En mi mente solo aparecía su rostro, sus labios, sus manos abrazándome con ternura.
Mi sexo estaba húmedo e hinchado a tal grado que el simple roce con mis dedos me estremecía. Empecé a moverme con intensidad mientras en mi mente imaginaba cómo él me tocaba, me besaba y me acariciaba de forma salvaje y deliciosa. Ya no quise controlarme.
Comencé a tocarme con delicadeza, pero de manera insistente, deseando que aquello no terminara. Pensaba en su respiración sobre mi cuerpo, en cómo besaba cada centímetro de mi desnudez, en las ganas de sentirlo dentro para unirnos en cuerpo y alma.
Sentí cada caricia y beso suyo como si estuviese junto a mí. Quedé atrapada en esa historia que yo creé. Introduje los dedos en mi sexo, mientras con la otra mano tocaba mis senos desnudos, todo se traslucía en la sábana que me cubría. No sé en qué momento me pasó, pero ya no había marcha atrás, cada caricia era suya y mía a la vez, cada estremecimiento me hacía sentir expuesta y ansiosa.
Nunca antes llegué a tal grado del éxtasis. No pude y no quise controlar los gemidos que emanaban de mi boca. Grité.
De nuevo, mientras recuerdo aquella ocasión, mis labios están húmedos y mi vulva caliente, mi cuerpo arde a tal magnitud que siento venir otra vez esa explosión.
Me derrumbo de placer, me tumbo sobre el colchón. Solo siento mis labios contraerse una y otra vez entre mis piernas, que no paran de temblar. Pero no me detengo: mis dedos ya no responden a mis órdenes, se mueven por propio deseo.
He olvidado a Patricio, aquella historia dentro del recuerdo, ahora solo pienso en lo bien que se siente esto, en que cada vez soy yo, soy este cuerpo que se da placer.
Siento cómo un orgasmo llega nuevamente y me contraigo, dejo salir un suspiro mientras mi cuerpo jadeante arde sobre la cama. Comienzo a esbozar una sonrisa mientras lloro de alegría, esto ha sido magia.
Me quedo mirando el techo, incrédula, cómplice de mí misma. Continúo desnuda sobre la cama, no quiero levantarme. Mi rostro sólo esboza una sonrisa llena de satisfacción.
...
Han pasado varios días desde aquella tarde y no dejo de pensar en ese momento. Cada parte de mi cuerpo tiembla solo al recordarlo, y mis labios se contraen mientras siento la humedad entre mis piernas. El recuerdo aviva algo dentro de mí, un cosquilleo recorre mi ser, y sin pensarlo me toco. Comienzo el juego. Este es mi delirio, mi frenesí, mi éxtasis.
Myriam Guadalupe Sandoval Rivera
Segundo premio del concurso de microrrelatos eróticos
Me crucé a mi primer amor una calurosa tarde de primavera. Al principio, fingí no verlo y miré el móvil para disimular. Pero él sí me vio. Clavó sus ojos en mí de esa forma tan suya, que no admitía ser pasada por alto.
Yo apresuré el paso y me metí en la boca de metro, seguida por él a cierta distancia. Pese a no verle la cara, sabía que estaba sumamente divertido por nuestro juego. Bajé las escaleras mecánicas que se hundían en la ciudad y me subí al tren.
Por el rabillo del ojo, vi que él se montaba en el último momento, entonces me di la vuelta y lo confronté. Se encontraba a unos pasos de mí y nos miramos, retadores. El metro arrancó y me agarré a la barra sin apartar la vista de él. Estábamos rodeados de gente, pero sentía que nos encontrábamos solos en el vagón traqueteante.
Decidí sentarme. Él sonrió y avanzó hacia mí, sorteando pasajeros hasta colocarse enfrente. Yo estaba sentada y él de pie, por lo que mis ojos no tenían más remedio que mirar su entrepierna, que me pareció ligeramente abultada. Una mujer a mi lado se levantó en la siguiente parada y él ocupó el asiento sin mirarme, como si no me conociera.
Y entonces empezó el juego de verdad. Cuando el tren arrancó, su mano empezó a acariciarme la pierna, con suavidad, casi como por accidente. Sus dedos, fuertes y flexibles, fueron subiendo muy, muy despacio. Yo tuve un momento de pánico y pensé en apartarle, pero su contacto era demasiado tentador y en su lugar lo tapé con el bolso. Con pericia, me desabotonó el pantalón e introdujo la mano dentro.
Comenzó el infierno. Estábamos en un lugar público y mi excitación me hizo sonrojar. Sus dedos alcanzaron mi clítoris y yo clavé las uñas en el asiento. Me di cuenta de que la presencia de los demás pasajeros y el riesgo de que cualquiera nos descubriera en cualquier momento me ponían a mil. Mi respiración se agitaba, mi corazón latía con fuerza…
Él lo sabía y no paraba. Miraba hacia el frente como un pasajero más mientras su mano se agitaba dentro de mis bragas. Sus dedos frotaban mi clítoris, cada vez más fuerte… cada vez con más intensidad… Abrí las piernas todo lo que pude… El tren iba a parar y yo… yo no quería… pero estaba… a punto de…
Me corrí. El placer me inundó y me mojé entera y mojé el asiento del metro. El orgasmo duró varios segundos, durante los cuales me dejé llevar y dejé que el chirrido de los frenos del metro ahogara mis gemidos, que ya no podía ni quería reprimir.
Por fin terminó, justo cuando el vagón se detuvo. Sin aliento y muerta de vergüenza, miré a mi acompañante, que extrajo la mano y se puso en pie.
—Te veo en casa —me dijo con una sonrisa antes de bajarse del tren.
Laura Vizcay Nespral
Finalista del concurso de microrrelatos eróticos
Me crucé a mi primer amor una calurosa tarde de primavera. Y habían sido tantas ya, las tardes en que me lo había cruzado, que no pude evitar invitarla a casa para ver si, por fin, lo nuestro también florecía.
Sonó el timbre y un escalofrío me recorrió la espalda.
─ ¿Qué tal todo? ─le dije mientras pensaba en nada; en nada más allá de ella, en su figura y en lo larga que se me había hecho la espera.
Y como el que espera desespera, la besé, ¿o me besó ella? No lo sé, pero sus brazos me rodearon y ya no supe ni quise soltarme.
La ropa empezó a cubrir el suelo y la usé para guiarme hasta la cama. Allí empezó el viaje: le quité hasta el ultimo centímetro de encaje y le devoré el cuello. Se lo decoraban una serie de pecas que, inconformistas, habían decidido bajar hasta su pecho. Las rodeé con la boca y aquello se convirtió en mi pasatiempo favorito. A ella parecía gustarle: la delataban los gemidos inconfundibles que opacaban el silencio de la habitación.
Acabamos conociendo el uno el sabor del otro, pero aún guardábamos espacio para el postre. Se subió encima de mí antes de que tuviese tiempo para pensar algo más original y, aunque se me hubiese ocurrido, su forma de moverse me tenía demasiado cautivado como para expresarme con claridad.
─Me encantas. ─le confesé sin pensarlo demasiado.
Ciento ochenta segundos más tarde, con la respiración entrecortada, parecía que me hubiese asesinado: el carmín fundiéndose en mi cuello y mi cara postorgasmo la señalaban como principal sospechosa de aquel delito.
Pasé noches enteras rememorando en soledad lo que había pasado aquella tarde. No pasó demasiado tiempo sin embargo hasta que me mudé a otra ciudad, cambié de país y, por ende, de barrio. Seguí paseando y me crucé a muchos más amores, con la ligera diferencia de que no eran el primero ni tampoco primavera.
Finalista del concurso de microrrelatos eróticos
Me crucé a mi primer amor una calurosa tarde de primavera en el parque. Caminábamos en la misma dirección y él aún no me había visto, pero yo instintivamente había posado mi mirada en aquel chico que años atrás había sido el protagonista de todas mis canciones de amor.
Llovía y yo casi me escondía tras mi paraguas como una adolescente tímida; hasta que me di cuenta de que él no tenía forma de refugiarse de la lluvia. Sin paraguas que cubriera su rostro del agua, que se deslizaba por sus labios; sin chubasquero que impidiera que su espalda y su pecho se empaparan del calor húmedo de la lluvia de primavera.
Comencé a imaginarle al llegar a casa, al quitarse la chaqueta chorreante de agua y dejando ver su camiseta blanca, casi transparente, mojada y pegada a su cuerpo fuerte y esbelto.
Un escalofrío recorrió mi abdomen, extendiéndose suavemente por el resto de mi cuerpo. Algo en mí me hizo dar el paso y hablar con él. Tras dos minutos de "¿qué tal estás?", "¡cuánto tiempo!", le ofrecí compartir paraguas hasta su casa y me arrimé a él para cubrirnos.
Pude sentir su respiración, caliente y acelerada al rozar nuestras pieles.Acabó invitándome a subir a su piso, e insistió en dejarme ropa seca para la vuelta. Ni se me ocurrió negarme.
Al llegar a su habitación, comenzó a desvestirse y mi corazón se disparó. Poco a poco noté como se me iba humedeciendo más y más la ropa interior a cadaprenda que se quitaba. Nos habíamos hecho mayores y ya no teníamos cuerpos de críos.
Me desabroché la blusa botón a botón mientras él se giraba contándome anécdotas de los viejos tiempos. Deslicé mis vaqueros mojados por mis piernas y me acerqué a él, casi desnuda, para coger la ropa que me ofrecía... pero no la cogí.
Nos miramos y yo puse mis manos sobre sus dorsales, repasando cada uno de los músculos que creaban el relieve de su cuerpo. Él dejó caer la ropa al suelo y colocó sus grandes manos alrededor de mi cintura mientras yo me acercaba a su cuello.
A cada beso que le daba, con más fuerza me agarraba de la cintura, cada vez que le mordía, más me apretaba el culo. Me lanzó a la cama y recorrió con la lengua lentamente mi cuerpo de arriba abajo hasta llegar a mi tanga, que retiró suavemente para empezar a besarme debajo.
Beso a beso, noté la humedad de su lengua rozando mi clítoris y sentí cómo me derretía sobre aquella cama mojada. Poco después me incorporé y le giré, dejándole bocarriba en la cama. Me coloqué encima de él y besé sus labios empapados de mí.
Empecé a tocarle, primero despacio y cada vez más rápido, hasta que tuve la necesidad de sentir esa dureza dentro de mí. Estaba tan mojada que se deslizó en mi interior, llenándome.
Al principio me moví despacio, disfrutando de cada sensación. Él empezó a tocarme al son de mi movimiento y yo empecé a jadear, a mezclar mis gemidos con los suyos. Casi había terminado y él me dio la vuelta y levantó mis piernas, dejando ver sus abdominales sudorosos mientras me penetraba.
Ya no pude más, la cama se empapó, pero no de lluvia ni sudor. Me di la vuelta mientras trataba de recuperar el aliento y noté cómo se corría sobre mi culo, para después caer rendido a mi lado y dejándome con una pícara sonrisa dedicada a mi yo adolescente: tiempo al tiempo.
Primer premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: Ana de Castro Esteban
Amanezco con tambores en la cabeza y una s...
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Primer premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: Ana de Castro Esteban
Amanezco con tambores en la cabeza y una sed excesiva. Tengo un hambre casi lasciva de comida italiana y solo llevo puestas las bragas, esas de la suerte que me pongo los sábados importantes. Noto como mi corazón sigue bailando rápido, aunque ya no hay música. Me incorporo y observo en mi espejo como el rímel ha hecho afluentes negros en mis mejillas, dignos de la portada de un disco de los Sex Pistols. Veo que mi pelo cae sobre mis hombros desnudos cubriéndome casi los pezones y, de nuevo, ahí están los tambores, que ahora se acompañan de un pequeño mareo ortostático y sonidos de estómago vacío. El cuadro de Mia de Pulp Fiction me mira de forma obscena desde la pared, con la pajita del batido metida en la boca, imagino que jugando con la lengua y absorbiendo lentamente.
Yo también la miro, ella me vio llegar a casa de madrugada, con los zapatos en la mano, el sujetador en el bolso y el pintalabios desgastado de chupar como ella. Revivo imágenes del baile desbocado con mis amigas, de lo que me reí haciendo el pino en la pared mugrienta y llena de chicles de la sala de la discoteca. Recuerdo el sabor del ron y lo que disfrutaba masticando los hielos de la copa hasta que el frío me erizaba la piel de forma incluso erótica. Rememoro el momento en el que empezó el juego de miradas con el moreno de la barra, y cuando acabé empotrada contra la pared del baño entre gemidos.
Teníamos ganas de comernos el mundo y habíamos empezado por nosotros mismos. Los dientes querían dejar huella en la historia, querían ser protagonistas por una vez, escondiendo la lengua, ya que sabíamos que podía ser traicionera. Sus labios viajaban por mi cuello y el olor de su colonia me hacía arquear la espalda. Las risas eran la banda sonora, parecían tan inocentes que ambos dejamos pasar las promesas implícitas que en ellas había.
Las manos no eran protagonistas, observaban el espectáculo en segundo plano hasta que la envidia les invitó a unirse. La respiración marcaba el ritmo como música de fondo y sus largas pestañas observaban exhaustas el movimiento hipnótico de mis caderas. Aún noto su lengua paciente en la parte interna de mis muslos y la impaciencia con la que yo le guie el camino agarrándole la cabeza. Mi mente desgobernada obvió el porqué tenía antojo de esos ojos marrón-verdoso y por qué le resultó tan natural probar su éxtasis. La percusión volvió a mi cerebro y me tumbé de nuevo en la cama. Me tapé con la sábana hasta el cuello y deslicé mi mano por mi vientre caliente. Mi mente decidió centrarse en el tacto de sus nalgas duras y sus brazos en tensión mientras me levantaba. Mis dedos tocaban el piano mientras mis ojos miraban hacia el techo vacío.
...
Poco a poco, acordándome de cómo rozaba con ansia su lengua contra mi piel y como me lamía con dulzura felina los labios, mis párpados se cerraron y disfruté de mi húmeda felicidad en soledad. Porque al fin y al cabo era domingo y, ¿hay algo mejor que empezar un domingo bebiendo un litro de agua en la cama después de un orgasmo de resaca? Bueno, sí, unos macarrones con queso.
Segundo premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: Jennifer Castro Tamargo
Llevaba meses haciendo aquel recorrido...
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Segundo premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: Jennifer Castro Tamargo
Llevaba meses haciendo aquel recorrido, siempre el mismo y a la misma hora, siempre sola. En algunas ocasiones había llegado a plantearse la posibilidad de que aquello fuese peligroso para ella, quizás una persona mal intencionada, un clic en una cabeza arrebatada por la ansiedad o el dolor podrían convertirse en el detonante hacia la locura en una mente sana; sin embargo, le gustaba aquel camino entre penumbras, al atardecer, tras horas de reclusión dentro de la oficina y, más aún, la sensación de ocultar aquel recóndito sendero que nadie más parecía usar, incluso a sus familiares o amistades, como un templo a su soledad. El aire húmedo y cálido de un otoño casi estival y el silencio casi sagrado de la naturaleza mientras sus pasos se adentraban en el sendero que serpenteaba colina abajo, junto al mar, hasta llegar a su pueblo, convertían aquella deliciosa media hora en el momento más suyo, en el anhelo que le perseguía mientras tecleaba en su ordenador de sobremesa un nuevo informe insustancial, deseando que las horas pasasen rápido para perderse entre la maleza.
Aquella tarde salió del trabajo con una sensación de derrota. Todo cuanto podía salir mal, había salido peor. Le dolía la cabeza y aquello le hizo ralentizar sus pasos, meditabunda se balanceaba de un lado al otro del sendero, escuchando las olas que rompían con fuerza contra las rocas en los acantilados invisibles, ocultos por la maleza. Fue aquel sopor el que le impidió ver la silueta que se aproximaba. Le rozó justo antes de apartarse, su olor penetró en ella, haciendo que el caro perfume que cubría la ropa deportiva de aquel desconocido se deslizase hasta su interior. Levantó la vista y clavó la mirada en sus ojos color miel. Él le sonrió y continuó ascendiendo el sendero que ella descendía, alejándose en direcciones opuestas. Llevaba una camiseta de tirantes negra, que dejaba al descubierto unos brazos fuertes, unidos a una espalda bien contorneada. Un pantalón deportivo negro, de Nike, mostraba unas piernas esbeltas que se ascendían a paso firme el sinuoso camino.
Aquella noche soñó con él, fue la primera de muchas, pero fue especialmente significativa por la sensación de realidad que la embargó al despertar, sudorosa y excitada, aún jadeante, con la fiel convicción de que aquellas manos que aún se le antojaban desconocidas, habían hecho de su cuerpo un templo de placer. Sintió cada caricia como si fuese verdadera y cuando se adentró en su interior suavemente con sus dedos humedecidos el éxtasis la hizo volver a la realidad despertando sobresaltada.
Se sintió estúpida excitándose en el trabajo al recordar aquel momento y la posibilidad de que aquel encuentro fortuito con aquel completo desconocido pudiese repetirse. Salió acelerada al encuentro en cuanto el reloj marcó el horario de salida; sin embargo, él no apareció. Le esperó rezongando su paso hasta que la luz se fue por completo y necesitó de la linterna de su móvil para regresar a casa, frustrada y compungida, sintiéndose boba por haber fantaseado con una irrealidad.
No fue hasta una semana después cuando el inesperado encuentro se repitió. De nuevo su cuerpo sudado y atlético, una sonrisa agradable y unos ojos del color de la miel. Se le erizó la piel cuando él la rozó, intentando esquivarla, en un sendero estrecho en el que a penas había cabida para una persona. Aquella noche jugó a sentirse amada por aquel hombre que despertaba en ella el más ardiente deseo. Cerró los ojos y se entregó al placer mientras recordaba aquel primer sueño que la humedecía.
Pasaron varios días, en los que no hubo rastro del desconocido; a pesar de ello, cada tarde ella descendía el sendero esperanzada, alimentando la imaginación de los muchos pensamientos que había empezado a generar su mente al respecto de aquel cuerpo sudoroso, aquella sonrisa ladeada y aquellas manos grandes y morenas que había conocido en sueños y esperaba sentir algún día en la realidad. La ultima tarde antes de las vacaciones navideñas hubo una pequeña fiesta en la oficina. Algo de cava, unos cuentos polvorones y mazapanes, abrazos, besos y derroches de buenos deseos para el año que estaba por llegar. Salió muy tarde, la oscuridad ya reinante y el exceso de cava le hicieron dudar. Tomar aquel camino sin la luz adecuada podría hacerle partirse un tobillo. Dudó, pero la sensación casi sexual que le producía descender el sendero sintiendo que aquel era el escenario de sus muchos sueños eróticos la hacía llegar a casa completamente excitada y dispuesta a entregarse a unos minutos de placer personal. El alcohol burbujeando aún en su nariz le hizo pensar que quizás pudiese aprovechar la soledad y la oscuridad de aquel sendero para recrear su fantasía en directo. Llevaba un juguete dentro del bolso, lo había llevado a la oficina para enseñárselo a Maite, y darle consejo al respecto.
Se lanzó por el camino presurosa, aprovechando la luz de la pantalla de su teléfono móvil, a paso raudo. Tenía muy claro dónde quería hacerlo, en el pequeño claro que se habría a la derecha de una de las curvas del sendero, desde donde se veía el mar y las luces del faro. El escenario de todas sus fantasías con el desconocido.
Cuando llegó allí sólo tuvo que bajarse las medias y dejarse llevar. Cerró los ojos y aspiró el aroma del océano mientras dejaba que el succionador hiciese el resto. Jadeante dejó que el bolso cayese al suelo y después se extendió sobre la hierba.
Cuando abrió los ojos de nuevo, el desconocido se encontraba observándola, con total seriedad y la mirada muy fija sobre su cuerpo. La vergüenza y el rubor se apoderaron de su ser.
—Por favor, no pares —le pidió él.
Ella observó en su pantalón de deporte la erección que no dejaba lugar a dudas. Le miró contrariada, pero aquellas palabras la habían excitado aún más. Continuó, mientras él se arrodillaba entre sus piernas y retiraba delicadamente las botas y las medias, dejándola completamente al descubierto. Comenzó a acariciar su piel, tal y como ella había soñado, comenzando desde sus tobillos, ascendiendo por sus rodillas hasta sus muslos y de ahí hacia su clítoris. Lo acarició suavemente haciendo pequeñas circunferencias mientras introducía otro dedo en su interior, dejando que la humedad lubricase sus movimientos.
—¿Te gusta? —le preguntó situándose muy cerca de su oído.
Ella sólo pudo gemir. El placer se había apoderado de ella.
El desconocido le desabrochó la camisa, abriéndola de par en par y liberó sus pechos pequeños y blancos, besándolos con candor. Dejó que su lengua jugase con sus pezones mientras la observaba de soslayo arquearse bajo las sensaciones más excitantes que jamás hubiese sentido. Descendió por su ombligo y, finalmente, introdujo su lengua, cálida y suave, entre sus piernas. La delicadeza de sus movimientos la hizo llegar al orgasmo más intenso que jamás hubiese sentido, aullando bajo una gran luna llena que brillaba sobre el mar.
Cuando abrió los ojos recompuesta, él la observaba, tendido junto a ella, sobre la hierba mojada por el frío invernal. Le sonreía mientras jadeaba excitado.
—Quiero que la próxima vez sea yo el socorrido —le dijo mientras cerraba un ojo en señal de complicidad.
...
Ella negó con la cabeza ante la sorpresa de él, descendiendo hasta su pantalón de deporte y descubriendo su miembro anhelante de contacto. Lo lamió con suavidad y después dejó que este descendiese por su garganta en un compás de lentos y suaves movimientos que hacían que las caderas del desconocido sintiesen espasmos de placer. Él le acariciaba el pelo y el rostro mientras la observaba entusiasmado, sonriendo y gimiendo al mismo tiempo, hasta que todo terminó con una serie de espasmos de satisfacción.
Ambos se levantaron después de unos minutos de silencio.
—¿Vendrás la próxima semana? —le preguntó él con una pícara sonrisa.
—Vengo todas las tardes —le dijo ella, y comenzó a descender el sendero sintiendo que los sueños, en ocasiones, se hacen realidad.
Tercer premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx - Paula Requejo Hernández
El día había amanecido encapotado, pe...
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Tercer premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx - Paula Requejo Hernández
El día había amanecido encapotado, pero aun así, teníamos claro que aquello no nos impediría tener el mejor fin de semana de nuestras vidas. Mis cinco amigas y yo llevábamos esperando aquel momento como un niño a sus regalos de navidad, con demasiadas ansias.
Al llegar, la primera impresión del hotel no fue muy buena. Distaba mucho de las imágenes que habíamos visto en internet, pero su interior era totalmente distinto. Habíamos alquilado un dúplex que se convirtió en nuestra nueva casa nada más poner un pie en él. Lo más increíble de todo eran las vistas de nuestra terraza, justo enfrente teníamos la piscina. Podíamos ir de un lado a otro en un simple abrir y cerrar de ojos. Nos encontrábamos en una especia de nube de la que no queríamos bajar.
Todas necesitábamos desconectar de nuestra rutina. Contábamos las horas, los minutos e incluso los segundos que quedaban para abandonar por unos días nuestro pueblo y sentirnos un poco más libres. Quién me iba a decir a mí que a través del placer experimentaría tal grado de libertad…
A pesar de que eran muy pocos los rayos de sol, decidimos que la mejor manera de inaugurar nuestras merecidas vacaciones era dándonos un buen chapuzón en aquella piscina que tenía tan buena pinta y que estaba completamente vacía esperándonos. Mis amigas se divertían tirándose de mil maneras, chapoteando, haciendo el tonto mojándose unas a otras… Mientras, yo me relajaba en la tumbona sin prestarle atención a nada más que al sonido del agua y de los pájaros que revoloteaban por los árboles cercanos.
—¡Eh tú! —escuché que una de ellas me gritaba a lo lejos— Nosotras nos vamos ya, ¿te quedas?
Alcé la vista y contesté:
—Me quiero dar el último baño. Ahora voy —dije un poco somnolienta por el nivel de relax que sentía en todo mi cuerpo.
Me había quedado absolutamente sola, aunque podía escuchar perfectamente la música que provenía de nuestra terraza. Me acerqué hasta el borde de la piscina y sin pensármelo demasiado me lancé de cabeza siendo totalmente consciente de como el agua, un poco fría, se llevaba todo el estrés y la frustración de la semana a medida que me zabullía y salía de nuevo a la superficie.
—¿Está muy fría? —la voz de una chica sonó a mis espaldas. Aquella voz era tan suave y tan melódica que había retumbado en mis oídos causando una extraña reacción dentro de mí. Me había erizado la piel bajo el agua.
Me giré en un acto reflejo para ver a la dueña de esas palabras. Una chica de unos veinticinco años estaba de pie mirándome desde el otro extremo de la piscina. Su media melena negra caía lisa sobre sus hombros y resaltaba la palidez de su piel. Semidesnuda, tan solo cubierta por un bikini azul marino con topitos blancos, dejaba a la vista un cuerpo que a mí me pareció de lo más sensual.
Me entretuve observando sus pequeños pechos y sus kilométricas piernas. No podía apartar la vista de su anatomía y siendo sincera, a pesar de que nunca me había fijado de aquella forma en otra mujer, tampoco me detuve a preguntarme el porqué de sentirme tan fuertemente atraída por aquella desconocida.
—No mucho —respondí tímida y seria—. Al final te acostumbras —añadí.
No me respondió. Lentamente bajó los escalones metiéndose poco a poco en el agua. Cuando emergió, su pelo húmedo brillaba por el reflejo del sol. Desde la parte honda de la piscina vi como la chica nadaba en mi dirección, lo que me puso aún más nerviosa de lo que ya me encontraba. Esas sensaciones nunca antes me las había provocado una mujer.
Apoyó ambos brazos sobre el suelo blanco y dejó caer su cabeza encima de ellos. Sus ojos atigrados y su mirada intensa estaban puestos en mis pequeños, pero expresivos ojos marrones. Una sonrisa preciosa asomaba en su rosto y yo seguía sin entender el porqué de sentirme tan inquieta.
—Me llamo Aria —dijo sin más.
—Mi nombre es Zaira —contesté cortada.
No sabría decir si el roce de nuestras piernas fue provocado por el vaivén del agua o si por el contrario, fue algo intencionado por su parte e inconsciente por la mía. El caso es que nuestras pieles se tocaron durante unos segundos que para mí podrían haber sido semanas.
Ambas nos quedamos en silencio, sin apartar la vista de la mirada de la otra. De pronto su mano derecha acarició mi mejilla, apartándome un mechón de pelo que caía alborotado sobre mi rostro mojado. Desde ese instante, mi mente le pidió a todo mi ser que actuase sin pensar y eso fue lo que hice.
Recorrí con uno de mis dedos el contorno de sus labios impregnados de diminutas gotitas de agua. Dibujé sin darme cuenta un camino que acabó en el valle entre su cuello y sus hombros. Giró unos milímetros su cuerpo para quedar justo frente al mío y sus manos comenzaron a acariciarme por debajo del agua.
—No sé quién eres —dije con la voz quebrada por los nervios.
—¿Importa en este momento? —contestó acercándose a mi oído.
—A mí personalmente no.
Era verdad. En aquel preciso instante lo que menos me importaba era entender la situación, encontrar una explicación a la atracción que había sentido por una persona a la que no había visto más de diez minutos de mi vida. Lo único que me interesaba era apagar el ardor que me quemaba bajo la piel. Al parecer, nuestras preocupaciones iban a la par.
Agarró con delicadeza una de mis piernas y la colocó de tal forma que me quedé rodeando su cintura, con el suficiente espacio como para que ella pudiese introducir, tal y como lo estaba haciendo, su mano entre medio de las dos.
Alcé la vista intentando averiguar si alguien más estaba siendo testigo de lo que estaba ocurriendo en aquella piscina, pero no había ni rastro de otros ojos en los balcones o en las terrazas. Sin embargo, el ruido de la puerta de entrada llamó mi atención. Un chico más o menos de nuestra misma edad acababa de sentarse justo frente a nosotras, con las piernas sumergidas en el agua. Tenía un cuerpo bastante trabajado con un abdomen marcado que quitaba el aire y unos labios que me excitaron nada más verlos.
—Creo que deberíamos parar —dije en un hilo de voz, siendo consciente de que no era eso lo que me apetecía hacer.
—Es mi chico —la respiración se me cortó—. A ambos nos gusta vernos con otras personas, pero si te sientes incómoda… aquí no ha pasado nada —me sonrió.
Mis ojos se desviaron de un rostro hacia el otro. Mi pecho subía y bajaba muy rápidamente y empecé a notar un calor abrasador en la parte baja de mi vientre. Siempre había supuesto que una de mis fantasías era ser observada por otra persona mientras follaba, pero nunca imagine que podía llegar a hacerlo realidad y mucho menos con dos desconocidos que al final habían resultado ser pareja. Volví a centrarme en los ojos de Aria. Sin pensármelo mucho más volví a lanzarme a la piscina, aunque en esta ocasión se tratase de algo mucho más metafórico.
Mis labios colisionaron con los suyos y sentí como cada uno de los vellos de mi piel volvían a erizarse una vez más a la misma vez que mis pezones endurecían. Su boca me supo dulce y picante a la vez, era absolutamente delicioso. A lo lejos escuchaba la respiración fuerte y profunda de su novio, lo cual me excitaba mucho más.
La mano derecha de Aria, aún entre nuestros cuerpos, apartó la tela de mi bikini y sus dedos empezaron a acariciar mi clítoris suavemente. Los movimientos fueron incrementando el ritmo hasta convertirse en salvajes. Notaba como sus pezones también estaban endurecidos con mi mano derecha. Dejé de masajearlos con delicadeza para pasar a devorarlos, morderlos y lamerlos desesperadamente.
Introdujo sus dedos en mi interior haciendo que un gritito ahogado se perdiera entre la densidad del ambiente y que llegase hasta los oídos de nuestro espectador que no podía apartar sus ojos de nosotras. Ambas lo mirábamos de reojo para no perdernos ni un solo detalle de su expresión desbordada por ser testigo del placer que nos estábamos dando.
Al igual que Aria, introduje mis dedos en ella y compaginamos nuestras acometidas intercalándolas entre la lentitud y la rapidez que nuestras manos nos permitían. Estaba a punto de llegar un increíble orgasmo cuando sentí la presencia de una tercera persona cerca de nosotras. Su chico se había metido en el agua y se encontraba tan cerca que una de sus manos se había centrado en acariciar mis pezones mientras la otra hacía lo propio con su chica.
Aquello me había acelerado tanto que podía sentir como todo mi cuerpo temblaba avisándonos a los tres de que estaba a punto de estallar de placer. El novio de Aria cogió nuestras barbillas y entrelazamos nuestras lenguas en un increíble beso que sabía a locura, pero sobre todo a libertad. En ese preciso instante, un electrizante hormigueó me recorrió desde los pies hasta el cuello, que desembocó en un orgasmo que coloqué sobre las bocas de mis acompañantes.
...
Sentí como me relajaba, como me destensaba y como la libertad que había ido a buscar se entremezclaba tanto con el placer que me habían hecho experimentar, que era incapaz de distinguir una sensación de otra. Salí de la piscina, dándoles la espalda a la pareja. Envolví mi cuerpo aún tembloroso con la toalla y me giré para sonreírles.
—¡Un placer, Zaira! —dijo Aria.
—¡Un maravilloso placer! —contesté abandonando la piscina y dirigiéndome hasta la terraza donde mis amigas no tenían ni idea de lo que acababa de pasar.
Primer premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: José Morón
El reloj pasaba generosamente de las nueve y media...
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Primer premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: José Morón
El reloj pasaba generosamente de las nueve y media de la noche y él se hace paso entre la poca gente que había ya en la estación de trenes de Santa Justa, en Sevilla. Corre por toda la estación, arrastrando su maleta con él mientras se dirige al mostrador esperando que no hubiera demasiada gente comprando billetes ya que no quedaba demasiado tiempo para que saliera su tren, destino Cádiz.
- Solo una persona esperando. Vale, me da tiempo -se dijo para sí mismo mientras miraba la hora. Quedaban menos de 5 minutos para que saliera su tren.
Llegó su turno y pidió rápido su billete. Mientras lo imprimían, preguntó la vía por la que salía y se dirigió allí a toda prisa. Bajó las escaleras mecánicas y buscó su vagón sin dejar de correr.
- Coche número 3, asiento 132 -comprobó.
Subió al tren y se hizo paso en el pasillo buscando su asiento. Para cuando lo encontró, una pareja se encontraba sentada en su sitio y no dejaban de comerse a besos.
- Perdonad, pero este es mi asiento -comentó él.
- Sí, perdone. ¿Le importaría que nos sentáramos juntos? Es que nos han dado asientos separados y somos pareja -le respondió el chico. Él, pensó durante un par de segundos y no dudó en asentir.
- Sí, sin problema. ¿Puedes decirme cuál era tu otro asiento? Así no ocupo uno que es de otra persona.
- Sí, mira, vagón 6, asiento 14.
Intercambiaron sus billetes y se dirigió al vagón número 6, que resultó ser el último del tren. Había apenas un par de personas allí. Un hombre de negocios, consultando su portátil sin levantar la mirada de la pantalla, una mujer mayor y una chica joven con unos auriculares muy grandes, totalmente abstraída de lo que sucedía a su alrededor.
Colocó su maleta en el lado contrario a su asiento, en la parte superior, y se quitó la chaqueta para ponerla encima. Llevaba unos pantalones vaqueros rotos, enseñando las rodillas, unos botines de cuero marrón y una camisa azul y negra, que se remangó hasta los codos para ganar algo de fresco ya que se sentía muy acalorado tras la carrera.
Su asiento era de pasillo, quedando libre el de la ventana. Sabía que el tren hacía muchas paradas hasta Cádiz por lo que decidió no ocupar el sitio de la ventana, pensando que tarde o temprano alguien podría ocuparlo y tenía ganas de ponerse los auriculares, escuchar su música y relajarse la hora y tres cuartos que duraba el viaje.
Cerró sus ojos y se concentró en su música. Una canción. Dos canciones. Tres canciones. Había tenido un día duro y era su momento para evadirse de todo. Puede que se quedara dormido unos minutos. Perdió un poco la noción del tiempo hasta que alguien tocó su hombro y turbó la tranquilidad en la que estaba inmerso. Era una mujer, que le pidió permiso para poder pasar a su asiento. Él no cruzó su mirada con ella. Su vestido azul claro llamó toda su atención. Se apartó hacia el lado, dejándola pasar, y ella le dio la espalda mientras se desplazaba de lado hacia su asiento.
Todo iba a cámara lenta. No pudo apartar la mirada de su trasero. El vestido era lo suficientemente ceñido como para intuir su ropa interior, que envolvía una cintura tan peligrosa que hizo que su corazón fuera más rápido que el propio tren. Ella se sentó y dejó su bolso en el suelo a la vez que dirigió su mirada hacia la ventana. Mientras, él, no dejó de mirar sus piernas.
Ella era atractiva. Cerca de los treinta años. Melena negra por debajo de los hombros, varias cadenas en sus muñecas y usaba deportivas, además de ese vestido azul el cual se subió un poco más hacia arriba al estar sentada. Él, tragó saliva y se recolocó en su asiento, cruzándose de brazos mientras imaginaba cómo sería su cara. No pudo verla ya que le dio la espalda al sentarse y pensó que sería demasiado descarado si miraba hacia su lado y ella no apartaba su mirada del horizonte que corría a toda velocidad a través de la ventana.
Hizo una comprobación de la gente que estaba a su alrededor y vio que la mujer mayor ya no estaba en el vagón. Solo quedaba el hombre de negocios, que seguía centrado en su portátil y la chica de los auriculares. Los dos, lejos de la escena. La música seguía sonando mientras de reojo, no le perdía atención a las piernas de su acompañante. Se notaban trabajadas. Seguro hacía deporte y las cuidaba. Llevaba unas medias transparentes, que se perdían dentro de ese vestido que empezaba a provocarle demasiadas fantasías por cumplir.
Pasaron unos minutos y él decidió reposar su brazo en uno de los laterales del asiento. La chica no se había movido ni un ápice y para entonces, él creyó saberse el recorrido de esas piernas casi de memoria. Mientras las observaba, ella dejó caer su brazo en el lateral y sus antebrazos se rozaron por un milisegundo. Fue casi imperceptible, pero pudo notar toda la energía que desprendió. A veces, solo hace falta un simple roce para encender la chispa de la mayor de las fantasías. Sus brazos estaban a una distancia mínima. El movimiento del tren hacía que de vez en cuando, sus pieles volvieran a chocar y por cada vez que lo hacían, algo más grande se instalaba debajo del pecho de él. Sus miradas seguían sin cruzarse. Ella decidió apartar la mirada de la ventana y pudo intuir que él no dejaba de mirar sus piernas. Esbozó una leve sonrisa que nadie excepto ella pudo ver pero estaba cargada de malicia.
Ella tampoco había tenido el mejor de sus días. Sus asuntos personales le ahogaban en el día a día y buscó en ese tren un modo de buscar unos días de libertad que le alejaran del trabajo. Ese proyecto en el que estaba trabajando no estaba saliendo como deseaba y se pasaba prácticamente todo el tiempo en la oficina, sin tener apenas tiempo para ella. No se había fijado en el hombre que estaba sentado a su lado ya que no dejó de darle vueltas a cómo poder encarar los asuntos que tendría pendientes el próximo día que volviera al trabajo, a la vez que perdía su mirada en el horizonte. Eso fue hasta que un roce con su antebrazo despertó su atención.
A ella le llamó la atención sus manos. Huesudas, con los nudillos visibles y las venas muy marcadas. Mientras las observaba, se recostó en el asiento y abrió ligeramente sus piernas, levantando un poco más su vestido, que casi podía alcanzar la mitad de sus muslos. Él no se perdió detalle de ese gesto. Su mente no dejó de viajar e imaginar cómo podrían verse sus piernas desde delante. Casi sin pensarlo, como si hubiese sido sin querer, hizo porque su pierna izquierda rozara la derecha de ella con el vaivén del tren. Pensó que quizá se le habría notado demasiado y que pudiera reaccionar mal, pero lejos de eso, el toque fue correspondido. Ella desplazó su pierna derecha hacia él y volvieron a encontrarse. La chispa cada vez prendía más fuego.
Los dos seguían sin mirarse. Ella notó que la respiración de él estaba agitada y eso la provocó aún más. Observaba de soslayo como su pecho subía y bajaba rápidamente y a través de un hábil juego de muñeca, con su mano izquierda se subió un poco más el vestido, dejando entrever el fin de sus medias, con un sutil encaje negro. Él, nervioso, necesitó abrir también sus piernas para dejar algo de hueco a las ganas que empezaban a crecer dentro de su pantalón.
Ella humedecía su labio inferior sin dejar de mirar sus manos. Él, apretaba el reposabrazos, como intentando contenerse, y eso hacía que sus venas se marcaran todavía más hasta que ella apretó su pierna contra la de él, abriendo todavía más sus piernas, como invitándolo a entrar sin necesidad de decirle nada. Necesitaba ver esas manos en acción. Él se percató de todo y de un rápido vistazo comprobó que el hombre de negocios y la chica de los auriculares seguían a lo suyo y no dudó en dirigir su mano hacia la parte superior de la rodilla de ella.
A la vez que hizo eso, ella dejó escapar un leve gemido que fue acompañado de una mordida de labios. Él siguió subiendo, y subiendo, deslizándose por sus medias hasta tocar la suave piel de la cara interior de sus muslos. Podía notar su calor. A ella le gustó la delicadeza con la que la tocaba, aumentando todavía más el deseo de que esas huesudas manos se perdieran dentro de su vestido.
Él desplazó sus dedos índice y corazón hacía el centro del huracán y pudo notar al instante lo empapada que estaba su ropa interior. Eso le encendió todavía más y no dudó en jugar con esa fina capa de tela que separaba sus dedos del clímax máximo que en ese vagón número 6 estaba formándose.
Ella cerraba los ojos, dejándose ir. Él, miraba alrededor vigilando que no viniera nadie y buscó la forma de separar su ropa interior y sumergirse en ese profundo océano en el que no le importaría ahogarse. Ella volvió a dejar escapar otro gemido, esta vez mayor que el de antes y desplazó su mano hacia la entrepierna de él para notar también sus ganas. Él, intensificó el movimiento mientras ella no dejó de acariciarle por encima del pantalón, invitándole a seguir.
Ella traga saliva, como intentando recuperar parte del fluido que pierde. Él no pretende parar. El sonido del tren, mientras recorre las vías, esconde el sonido de ese palpitar dentro del agua, de ese huracán descontrolado que él intenta calmar con sus manos y que termina por domar cuando ella contrae su pelvis, abriendo su boca y luchando por calmar el grito que le delate al explotar. Él, aprieta intensamente su mano contra la entrepierna de ella mientras la mira travieso, aunque sus miradas siguen sin cruzarse. Ella se muerde el labio inferior a la vez que ve cómo el huracán termina por irse, dejando todo descontrolado a su paso.
Él saca su mano de dentro del vestido y se coloca recto en su asiento. Ella se baja el vestido y cierra las piernas mientras puede notar cómo todavía le tiemblan. El tren empieza a perder velocidad. La próxima parada se acerca. Ella recoge su bolso del suelo, se levanta dándole la espalda nuevamente y se hace hueco entre las piernas de él, mientras con su mano derecha le acaricia el hombro para terminar perdiéndose por el final del pasillo.
El tren frena por completo y él la busca a través de la ventana. Todavía siente cómo el corazón le martillea el pecho por lo vivido hace unos segundos. Ella se baja y camina por el andén, dando la espalda a su ventana. Él no la pierde de vista y ve cómo se dirige hacia un hombre que la espera de pie. Se abrazan y se besan en la boca intensamente durante varios segundos hasta que entrelazan sus manos y se dirigen hacia la salida de la estación.
...
Él sonríe mientras el tren emprende la marcha. Comienza a ajustarse la camisa y alcanza la chaqueta que puso encima de su maleta. Su siguiente parada era la suya. Tras varios minutos esperando, baja su maleta al suelo y sale del tren. Mientras se dirigía hacia afuera, coincidió con la pareja que estaba sentada en su primer asiento.
- Oiga, muchas gracias por el favor que nos ha hecho -le dijo el chico.
- No, gracias a vosotros -respondió él.
Segundo premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: Priscila
—¡Hola Laura! ¿Cómo estás?
Otra vez la misma histor...
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Segundo premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: Priscila
—¡Hola Laura! ¿Cómo estás?
Otra vez la misma historia de siempre, conversación vacía y sin llegar a ningún sitio. Silencio por mi parte como respuesta a ese mensaje. Aún así, la pantalla del móvil se volvió a iluminar.
—¿Te apetece que cenemos esta noche?
Yo sabía que mi respuesta debía ser negativa, pero mis dedos se morían por contestar un sí a esa pregunta. Con Hugo había empezado a disfrutar de las relaciones, de mi sexualidad, a conocer mi cuerpo… Pero no, no podía ser. Después él desaparecía y no volvía a dar señales de vida en una semana.
—¿Laura?
Pensé en eliminar los mensajes y buscar la opción de bloquear contacto, pero un calor insoportable en mis mejillas me impidió hacerlo.
—¡Hola Hugo! Bien… he estado liada esta tarde… ¿tú qué tal?
—Con muchas ganas de verte… Prometo llevarte a un sitio que te va a encantar.
—Hugo…no sé si es buena idea que nos volvamos a ver.
—Únicamente a cenar Laura… de verdad.
Yo ya sabía cómo iba a acabar aquello antes de que empezara. Pero el rubor de mis mejillas fue bajando hasta llegar a mis dedos, que atinaron a escribir un torpe…’ bueno, vale’.
—Genial, te recojo en una hora y media.
Durante esos noventa minutos, me dediqué a arreglarme cuidadosamente para sentirme la mujer más sexy del mundo. Era verano y hacía calor, pero decidí ponerme un vestido largo con abertura en el lateral, que dejaba entrever mi figura y el moreno de mis piernas. Por supuesto, la ropa interior también la elegí con picardía, aunque intentando convencerme a mí misma de que únicamente la iba a ver yo al volver a casa. Me dejé el pelo suelto, me puse el carmín granate y me subí a las sandalias. ¡Lista!
Frente al portal de mi casa, Hugo me esperaba a las nueve y media, tan puntual como siempre. Estaba especialmente guapo. Ese dorado del sol de julio todavía le marcaba más las facciones y le resaltaba esa sonrisa que me dejaba sin aliento.
—¡Qué bien te sienta el verano! —dijo mientras buscaba la dirección del restaurante en su móvil.
El trayecto fue incómodo. Era una mezcla entre deseo y rechazo a partes iguales. El vino blanco que elegimos para cenar nos ayudó a suavizar la situación.
—Estás preciosa, Laura. Es tenerte delante y perderme.
Intenté desviar el tema, pero sus ojos me devoraban y, muy a mi pesar, los míos hacían lo propio con él. Aguantamos la cena sin prácticamente tocarnos, quizás algún roce nervioso de manos, pero nada más allá.
—Es pronto todavía —dijo cuando salimos del restaurante.
—Conozco un sitio cerca de la playa donde podemos ir a tomar algo —propuse sin pensar en las consecuencias.
Nos dirigíamos hacia el bar, cuando de repente me cogió por la cintura y me plantó un beso de película. Pero no fue un beso de comedia romántica. Nuestros labios se encontraron con desespero, nuestras lenguas se perdían en cada recoveco. Saboreamos cada momento de ese beso como si fuese el primero y a la vez el último que nos fuéramos a dar. Seguimos caminando hacia el bar, pero ya estábamos perdidos.
Nos pedimos un par de copas y nos sentamos en el sofá más alejado que había. Como era verano y estábamos al lado de la playa, a nuestro alrededor había mucho turista que no entendía nuestro idioma… ¡y menos mal! Nuestra conversación fue subiendo de tono…
—Laura, por las noches sueño que te tengo en mi cama. Que te desnudo lentamente y busco todos los lunares de tu cuerpo con mi lengua. Después te vendo los ojos y tú te dejas llevar…
—Hugo, por favor, para. No sabes lo mojada que estoy ya.
—Déjame comprobarlo.
Aprovechó que la mesa de nuestro lado se levantó a pagar para meter su mano por la abertura de mi vestido y comprobó que no mentía.
—Dame tu ropa interior y déjame que me la quede toda la noche —me susurró al oído.
El rubor volvió a mis mejillas, pero me apetecía jugar. Me dirigí al cuarto baño y me miré al espejo. En mis ojos vi deseo, ganas de llegar hasta el final. Deslicé mis braguitas negras de encaje por mis piernas y las metí con fuerza en mi puño. Estaban empapadas.
Sus ojos recorrieron todo mi cuerpo cuando salí del baño. Se pararon a la altura de mis caderas y sus labios sonrieron complacidos. Abrí su mano y allí dejé mis braguitas junto con un consentimiento implícito de querer explorar una vez más su cuerpo.
Seguimos besándonos. El cuello, el lóbulo, los labios…. Mi excitación (y la suya por lo que pude palpar) empezó a resultar insoportable, por lo que decidimos irnos de allí. En cuanto entramos al coche, metió su mano en mi entrepierna y yo...me dejé llevar.
—No, no. No tan rápido —dijo sonriendo.
Y arrancó. Yo quería matarlo en ese momento, pero entonces, llegamos a un semáforo en rojo. Y su mano volvió a mí. Verde de nuevo. Ese placer intermitente todavía me excitó más. El camino hasta mi casa es una avenida muy larga con una decena de semáforos… y en cada uno íbamos investigando nuestro cuerpo de maneras diferentes. No pensamos que no estábamos solos en la ciudad, pero nos dio igual. Cada semáforo en ámbar era una nueva oportunidad de dejarnos llevar y sentir el placer de tocarnos.
Cuando pensé que no podía más, llegamos a mi portal. Ni siquiera esperamos a subir. Puso punto muerto y me cogió en brazos. Me arrancó el vestido y besó mi pecho con ímpetu, sintiendo el ardor de mis pezones. Mientras tanto, yo buscaba su pene con impaciencia, ansiosa por meterlo en mi boca y hacerle gritar de placer.
—¡Para, estoy a punto! —gritó de repente.
Entonces me senté sobre él y dejé que me penetrara. La respiración se aceleró y terminó convirtiéndose en un jadeo. Agarré su pelo mientras me hundía en sus caderas. Él estaba a punto de llegar y yo también, ya nos conocíamos de sobra. Mis brazos lo rodearon y los dos perdimos el control. Mis mejillas ardían y sus manos temblaban. Estábamos empapados en sudor y saliva.
...
—¡Hola, Laura! ¿Te apetece cenar en un tatami esta noche? Tengo algo que devolverte que encontré en el bolsillo de mis pantalones —me escribió una semana más tarde.
Tercer premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: Sara Henríquez Tejera
Desde siempre he sido una de esas person...
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Tercer premio - Concurso Relatos Eróticos
Autorx: Sara Henríquez Tejera
Desde siempre he sido una de esas personas que no hace locuras, que lo tiene todo organizado y no se sale de sus esquemas. Siempre necesito tener la situación controlada y, desde que alguien intenta quitarme ese control, me vuelvo loca. Esto era aplicable a todos los ámbitos de mi vida, hasta que lo conocí.
Todo empezó en aquel bar al que no había ido en mi vida, pero que mis amigas frecuentaban los viernes por la tarde. Yo no entendía por qué no se cansaban de estar ahí. Tampoco tenía nada de especial, más que una enorme barra de madera, un televisor para ver partidos y algunas sillas repartidas por el local, aunque no las suficientes para la cantidad de gente que iba.
Yo fui vestida directamente con la ropa de trabajo: una camisa blanca, una falda negra de tubo, una rebeca y unos tacones. Cuando llegué al bar, me di cuenta de cuánto desentonaba en ese lugar. Todo el mundo vestía más casual y la gente parecía muchísimo más relajada que yo. Mis amigas me saludaron desde su mesa y me acerqué.
—¡Llegaste, Alba! —exclamó una de ellas.
A partir de ahí, empezaron a brindar por que al fin estuviera un viernes con ellas y no en la oficina. Lo cierto es que tenían razón, yo también las echaba de menos. Comenzaron a pedir cervezas, cervezas y ¡más cervezas! Yo me dejé llevar un poco, pero como hacía bastante tiempo que no bebía alcohol, las 1906 surtieron su efecto en mí rápidamente.
Para cuando me había quitado la rebeca y desabrochado dos botones de mi camisa, el bar estaba abarrotado y pedir algo no era tan sencillo. Por eso, ya bastante contenta, me acerqué a la barra a pedir.
Lo que no me esperé fue encontrarme a un pibón de ojos verdes y tez morena caminando de un lado al otro vestido completamente de negro. Hacía mucho tiempo que no tenía sexo y eso explica mi reacción tan exagerada: morderme el labio inferior y mirarle de arriba abajo. Sin darme cuenta, había incluso pegado mis pechos a la barra. Lo que aún me esperé menos fue que estuviera enfrente de mí para atenderme.
—¿Qué te pongo?
“Me pones tú”, pensé.
—Cinco cervezas y tu número.
¡Dios, ni yo misma me creía lo que acababa de decir! ¿Acaso era tonta? Las cervezas me habían afectado mucho, sí, pero ya no había vuelta atrás y si me arrepentía iba a quedar peor. Su hilera de dientes me hizo saber que al menos le hice gracia...
—¿En qué mesa estás?
¡Encima se hacía el loco! “Alba, eres patética”, pensé para mis adentros.
—La siete —contesté, roja como un tomate.
Salió de la barra y me llevó las cervezas a la mesa. Cuando mis amigas me vieron llegar, callaron: jamás me habían visto avergonzada. El chico dejó las cervezas y, antes de que yo me sentara, me agarró por el codo y murmuró:
—Para tener mi número, antes tienes que saber mi nombre, ¿no crees?
La presión que ejercían sus dedos en mi codo y su mirada fija en mí me pusieron los pelos de punta y se me erizaron tanto los pezones que dolían. Dios, sí que tenía ganas.
—¿Cómo te llamas, pues?
—No puedo estar hablando aquí con los clientes. Ven conmigo y te lo digo.
Miré hacia mis amigas, que me instaron a seguirle con sus miradas pícaras y sus pulgares elevados que decían: “está buenísimo, ve a por él”. Así que eso hice. Me agarró de la mano y me llevó más allá de la barra hasta lo que creí que era el almacén. Estaba muy nerviosa, pero a la vez me sentía rebelde. Nunca creí que pudiera verme relacionada con esa palabra, aunque en esos momentos no me reconocía ni yo misma.
Aproveché que el chico estaba delante de mí para observar su espalda ancha y sus caderas estrechas con un buen culo. ¿Jugaría al fútbol? Ni idea, pero ya no me importó la respuesta cuando nos quedamos parados en medio de dos estanterías llenas de comida y bebidas.
—¿No te dejan hablar con clientes?
—No. Yo solo trabajo en la barra y mi jefe no me deja salir de ahí.
Fue entonces cuando me percaté de su interés en mí al ir hasta mi mesa para llevarme las cervezas. Sonreí y me mordí el labio inconscientemente. Él también sonrió y dijo:
—Bueno, mi nombre es...
—Calla —le puse el dedo índice en los labios y me acerqué a él—, ya me lo dices después...
—¿Después de qué?
—De esto.
Salté a sus labios y él no tardó en seguirme el juego. Su lengua y la mía se entremezclaron, convirtiendo el beso en algo más profundo, más salvaje. Me apretó contra sí y noté su erección, al igual que él sintió el calor de mi deseo: encajábamos a la perfección. Sonreí para mis adentros y comencé a desabrochar su pantalón, pero él me frenó.
Se separó de mí y negó con la cabeza. Fruncí el ceño y, cuando iba a preguntar, me sorprendió cuando abrió mi camisa de golpe rompiendo todos los botones a su paso. Masajeó mis pechos y los liberó del sujetador para empezar a lamerlos. Jadeé encantada y agarré su pelo.
—Date la vuelta —me ordenó— y abre las piernas.
Estaba tan cachonda que, tras dos segundos, hice caso a su orden y apoyé mis manos en un estante. Me subió la falda y sin previo aviso me penetró. Solté un gemido de gozo y el chico me tapó la boca con la mano para que no me escuchara nadie, y con la otra me agarró la cadera para embestirme. Me pegó un azote que resonó por todo el lugar. Sus estocadas eran certeras e iban subiendo de ritmo hasta hacer que me temblaran las piernas. Yo me arqueaba para darle más acceso y él gemía. Aprovechaba algún momento para coger mi pelo largo y tirar de él con fuerza, provocándome.
—Así... —murmuró él con la voz cargada de deseo.
Así, siguió aumentando el ritmo hasta que vi venir mi orgasmo. El chico tardó unos segundos más hasta que sentí su semilla resbalando por la cara interna de mis muslos. Nos quedamos ahí quietos unos instantes; él necesitaba recobrar fuerzas y yo no quería separarme de lo que me temblaban las piernas.
—Hugo.
—¿Qué?
—Mi nombre es Hugo.
Nos reímos y nos reincorporamos, poniendo en orden todo.
—Yo soy Alba —me presenté, apoyando mi cabeza en una caja de latas de refresco.
...
A partir de ese momento, Hugo y yo habíamos encontrado una conexión sexual impresionante. Él siempre mandaba y yo obedecía. Me había dado cuenta de que, al menos en una faceta de mi vida, no era a mí a la que le gustaba tener todo bajo control.
Invité a cenar a casa a Miguel para celebrar mi nuevo proyecto profesional. Quería contarle los pormenores, y libe...
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Invité a cenar a casa a Miguel para celebrar mi nuevo proyecto profesional. Quería contarle los pormenores, y liberar toda esa endorfina motivada por la ilusión con alguien que sabía iba a disfrutarlo.
Me costaba parar de hablar durante la cena, pero la cara de Miguel no mostraba aburrimiento, sino todo lo contrario. Estaba inmerso en mis palabras, en verme eufórica y en, como descubriría más adelante, lo excitante que le resultaba en ese momento.
Recogimos la mesa y nos sentamos en el sofá con unas cervezas. Logré callarme un poco y pedirle que me contara que tal su vida, porque no quería monopolizar la conversación, por educación más que por falta de ganas (demasiadas endorfinas). Me puso al día de las novedades, pero volvió de nuevo a mi proyecto, y no puedo decir que me disgustara, estaba realmente emocionada.
Mientras continuaba, ya casi repitiendo lo que ya le había contado antes, sus ojos se clavaron en mis labios, siguiendo cada movimiento y de forma muy sutil, aproximándose poco a poco.
Aprovechó entonces una de mis pausas obligadas, por eso de respirar, y conquistó mis comisuras. Sus manos agarraban con extrema delicadeza mi cara y sus labios acariciaban a los míos. Por un momento me aparté, no alcanzaba a entender qué pasaba, nos conocíamos desde hacía muchos años y nunca habíamos tenido un momento similar, ni siquiera un tonteo en broma, y le pregunté.
“No te imaginas lo provocativa que estás cuando te ilusiona un nuevo proyecto. No es la primera vez que lo pienso, pero sí la primera que ambos podemos asumir las consecuencias de mi confesión”, y me quedé muda. Hizo un amago como de acercarse, buscando si mi silencio era de reflexión, de negativa o de preocupación. Mi sonrisa le dijo lo que necesitaba saber, y se dejó caer sobre mis labios, dándolo todo en un beso delicioso, húmedo y pasional, como si llevara algún tiempo retenido el impulso y se resarciera ahora.
Hacía poco que ambos estábamos solteros de nuevo, y fuera lo que fuera que llegara a mi vida en ese momento, tendría que tomármelo con calma. Eso mismo se lo dije a Miguel en cuanto noté que la cosa se ponía fuerte y la excitación subía rápidamente de intensidad. Pactamos no desnudarnos siquiera hasta que ambos estuviéramos preparados para lo que pudiera traernos esta curiosa unión.
Pero hay cosas para las que no es preciso desnudarse, e incluso el exceso de ropa puede convertirse en un placer diferente, como un retorno a la adolescencia cuando aún no te sientes preparada para dar un paso más allá, pero la excitación animal te posee y quieres sentirlo todo, incluso con ropa por medio.
Me senté a horcajadas sobre él, frente a frente, y continuamos besándonos. Los besos se acompañaban de ligeros movimientos de cadera de ambos, como bailando desde el backstage lo que queríamos mostrar en el escenario. Un ensayo de nuestra atracción recién descubierta, y un descubrimiento de las reacciones del otro. Miguel era más sensible a roces lentos y largos que a fricciones rápidas, mis pezones se endurecían más cuando apretaba las nalgas que cuando acariciaba mi espalda...
Con el vaivén nuestros cuerpos se animaron, y los roces se convertían en necesidad. Sin plantearnos ir más allá y resarcirnos con la penetración que ahora ansiábamos, pero haciendo lo posible por emular las sensaciones por encima de la ropa.
Mi excitación ya calaba mis leggins y Miguel comenzaba a notar la humedad sobre su vestida erección, incrementando esto el morbo de ambos a límites inimaginables, y descubriendo poco después un gemido entre sus labios, preludio de un discreto orgasmo que le revolvió entre mis piernas.
...
Si vestidos, de manera tan inesperada y con el alma desnuda lo hemos disfrutado tanto, no me imagino cuando por fin desnudemos nuestros cuerpos y la unión sea completa...
La última vez que vinimos a la playa fue cuando empezamos a quedar, y han pasado dos años desde entonces. El trabaj...
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La última vez que vinimos a la playa fue cuando empezamos a quedar, y han pasado dos años desde entonces. El trabajo, los compromisos, el dinero y la falta de coordinación de agendas nos tenía prorrogando el viaje una y otra vez.
La espera había terminado, ya estábamos aquí, con el olor a mar acariciando nuestra piel y el fresco agua rozando nuestros pies.
Ya era tarde, al menos tarde para pasar el día en la playa, pero que el sol estuviera poniéndose no nos frenó; el viaje había sido largo y llegamos con ganas de, al menos, mojar los pies en el mar.
El arrullo de las olas nos embaucó, y poco a poco fuimos entrando en el mar. Hasta la rodilla y salimos. Hasta la cadera y salimos. Hasta el pecho y salimos. Y cuando ya teníamos el agua por el cuello era demasiado tarde para seguir justificado nuestra incursión marítima a esas horas.
Nos abrazamos con ternura. Un abrazo que decía tantas cosas como callaba, como las ganas que teníamos de empezar el verano con una interesante anécdota, mucho mejor que terminar sin hacer pie por una sucesión de promesas incumplidas.
El abrazo dio paso a los besos. Castos al inicio, más pasionales a medida que avanzaban los minutos y la playa terminaba de despejarse. Apenas quedaban un par de personas en la playa, lo bastante lejos del agua como para ni siquiera intuir lo que ocurría bajo ésta.
Con el roce, la excitación comenzó a subir como la espuma de una ola rota, dejándonos ante la decisión de rendirnos al instinto o curarnos en el recato. Valga decir que el recato nunca formó parte de nuestras personalidades, por lo que caímos en la tentación un par de metros más cerca de la orilla; más que nada por proporcionarnos mejor agarre durante nuestro baile acuático.
Sus manos se colaron bajo mi ropa, rozando todo cuando encontraban a su paso y provocando con ello pequeños gemidos, que silenciaba metiendo la cabeza en el agua a medida que éstos se hacían más y más intensos.
Abrí las piernas y despejé el camino para que entrara en mí, recorriendo su espalda con las manos, atrayendo su cuerpo al mío como queriendo fundir nuestra piel en una. Los dedos prepararon el camino para la erección cautiva. Una vez liberada, buscó refugio en mi húmeda cavidad.
Con las piernas alrededor de su cintura y los brazos firmes en su cuello, mi amante daba ligeros paseos por la arena del fondo mientras me penetraba con calma. No existía ninguna meta, simplemente gozar la experiencia, compartir nuestro placer y conquistar una frontera erótica.
Ayudada por mis brazos y piernas, subía y bajaba por su erección, notando cómo sus manos se anclaban fuertes a mis nalgas. La noche caía y nuestro calor no hacía más que ascender, apenas lográbamos mitigar las ganas que una nueva oleada nos zarandeaba.
Las olas fluían, y nosotros con ellas. El vaivén ligero de la mar en calma nos mantenía unidos, en movimiento, en sintonía. Gozando con cada poro de la tranquilidad que inspiraba el agua clara y el clima sosegado del anochecer. Sin apenas esfuerzo nuestros cuerpos bailaban y disfrutaban, con miradas intensas y sonrisas traviesas.
Sus manos se aferraron con fuerza a mis muslos, y me hizo cabalgar con la ayuda de la flotabilidad. Mi placer aumentaba sin hacer nada, sólo confiar en él y extraer cada gramo de placer, dejándome mecer por las ligeras olas.
...
Cuando la noche nos alcanzó cedimos el control, dejando que nuestros pies nos llevaran a la orilla, y ésta al éxtasis entre arena y conchas.
Nos encontramos en la entrada del cine, con los nervios típicos de una primera cita, pero con la garantía de que a...
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Nos encontramos en la entrada del cine, con los nervios típicos de una primera cita, pero con la garantía de que al menos estaríamos entretenidos por la película, por lo que no era necesario, al menos de primeras, preocuparse por el tema de conversación.
Mientras esperábamos a que empezara la sesión apenas intercambiamos palabras, puede que no nos conociéramos lo suficiente, que él, como yo, hubiera acudido a la cita por mero aburrimiento, o que los nervios jugaran una mala pasada.
En cuanto empezaron los créditos me relajé, las próximas dos horas no habría que forzar tema de conversación ni soportar incómodos silencios, y al terminar habría de qué hablar, o cada cual se iría a su casa sin mayor drama.
La película no estaba resultando tan entretenida como creía, y en su cara se percibía que coincidía conmigo. Miraba a los lados de vez en cuando, como buscando algo más interesante a lo que prestar atención, hasta que su mirada se cruzó con la mía. Una sonrisa cómplice despertó un poco de empatía mutua, igual sí teníamos algo en común, aunque fuera el gusto cinematográfico.
Aproveché una de esas escenas que deberían haberse quedado en la mesa de montaje para salir al baño y evitarme por lo menos unos minutos de sufrimiento artístico. Cuando salí le encontré en la puerta, tendiéndome la mano mientras su gesto resultaba entre provocativo y aventurero. No dudé, no tenía nada más interesante que hacer, así que le di la mano y seguí sus pasos hacia una de las salas que parecía estar sin sesión, quizá por las horas que eran.
Entramos y nos quedamos en el pequeño recibidor antes de la puerta de acceso, donde la tenue oscuridad suele llevarte a unas horas de emociones en HD. Esperé, no entendía qué hacíamos allí, hasta que acercó su cara a la mía, como pidiendo permiso, y luego aproximo sus labios a mi mejilla con un dulce beso.
Sinceramente, estaba descolocada. No había habido ningún momento de esos en los que alguno de los dos se insinuara, pero el gesto, así como la iniciativa, me llevó a devolverle el beso, esta vez en los labios.
Lo que comenzó dulce y delicado, se convirtió en un fuerte arrebato que nos tenía con las manos ansiosas de alcanzar todo lo que pudiéramos tocar, acariciar, pellizcar o rozar. Su forma de actuar, y esa seguridad que parecía envolverle de pronto, me excitó mucho y muy rápido. Pasé de pensar en desvanecerme al acabar la película, a desearle dentro de mí. Sin confianza, pero también sin expectativas, no me callé y tal cual se lo pedí.
Medio segundo tardó en reaccionar. Desabrochó mi pantalón, dio un tirón para bajarlo, me giró contra la puerta de acceso, liberó su erección y me penetró con el punto justo de brusquedad.
Un gemido escapó de entre mis labios, y a medida que intensificaba sus embates más alto gemía yo. Notaba cómo me escurría el placer por los muslos, y su cuerpo rebotaba contra el mío con la potencia y el ritmo perfectamente sincronizado. Hacía unos minutos no me habría imaginado así con él ni en un millón de años, y ahora mi vulva gritaba pidiendo más, más duro, más rápido, más…
Arquee la espalda para darle mayor acceso y entendió el mensaje. Agarró mis caderas con ambas manos y bombeó llegándome tan al fondo como le era posible. Los gemidos eran cada vez más altos, y me estaba resultando realmente morboso que alguien, pasando por la puerta exterior, pudiera oírnos, o incluso desde la sala de al lado con la aburrida película de la que habíamos huido.
Un sonoro azote me borró ese pensamiento, haciéndome gritar nuevamente, esta vez mientras orgasmaba entre espasmos musculares.
...
Tras eso no tuvimos mucha conversación, tradujimos por ello que lo nuestro era pura energía sexual y lo dejamos en eso, que por otra parte, no está nada mal; ya teníamos con quien ir al cine y huir si la película no nos convencía.
Hacía mucho, si acaso había pasado antes, que no me follaban con tanta intensidad y habilidad. Pero eso sí, era la primera vez que disfruté de perderme una película, ¡y de qué manera...!
Vivo enamorada de mi amor de verano. Desde que nos encontramos el año pasado, en cuanto el calor aprieta nos unimo...
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Vivo enamorada de mi amor de verano. Desde que nos encontramos el año pasado, en cuanto el calor aprieta nos unimos con desesperación, mía sobre todo, y no nos separamos ni para dormir.
Disfrutaba de la compañía de mi amor de verano cuando Gabi llamó a la puerta. Me pilló por sorpresa, no habíamos quedado en vernos, y si lo habíamos hecho, no lo recordaba, lo cual no era bueno reconocer.
Entró directa, exclamando “¿dónde está? Quiero conocerlo, compártelo por un rato, que tú lo tienes todos los días”. Y me eché a reír. ¿Compartir mi amor de verano? Vaya insolencia, yo cuidaba de él, y me merecía todo el tiempo que pudiera darme.
Cuando llegó al salón se quedó en la puerta, observando en la distancia mientras mi amor de verano seguía a lo suyo sin inmutarse. “¿Puedo?”, preguntó. Afirmé con la mirada y se acercó hasta rozarlo.
—Es tan... ¡Fantástico! En foto no me lo imaginaba así; y además puedes ir con él a cualquier parte.
—Ya te lo dije y no me creías. Fue amor a primera vista, y no tardé en tirar de Visa para que fuera mío.
Gabi se sentó en el sofá y se quedó obnubilada con la mirada fija, le costaba seguir la conversación hasta que le pellizqué un pezón para sacarla del trance.
Dio un bote y su consciencia volvió a la habitación. Su mirada de pronto cambió, y pasó de la incredulidad a la picardía más respirable que había sentido nunca. Acto seguido, se lanzó sobre mí.
La recibí con los labios abiertos y la imaginación dando vueltas con las ideas bien frescas. La desnudé de cintura para arriba, y me perdí entre sus pechos con sus manos acariciando mi espalda. La intensidad de nuestras caricias y juegos subía por momentos, y pequeñas gotas de sudor viajaban por nuestra piel, o se encontraban con la lengua de la otra bebiendo el salado néctar.
Se tumbó en el sofá, y ante la atenta mirada de mi amor de verano, descendí hasta su entrepierna, dejando que mis dedos abrieran el paso a mi lengua. Sus gemidos aumentaban y mi humedad con ellos, cosa que Gabi pudo confirmar en cuanto aventuró su mano entre mis piernas.
Cuerpos húmedos, piel perlada de sudor, gemidos y jadeos de plena excitación, placer intenso y, entre roce y roce, una fresca brisa que nos envolvía y daba energías para continuar, a pesar del abrasador calor que inundaba la calle.
Las lenguas entrelazadas, siguiendo el esquema de nuestros cuerpos. La piel tan unida que era imposible distinguir dónde empezaba ella y dónde lo hacía yo. La fluidez del sensual baile resbalaba sobre el sofá, llevándonos más de una vez a estar cerca de encontrar suelo. Sin rendirnos, nos aferramos bien la una a la otra, permaneciendo juntas en tan placentera unión.
Pellizqué de nuevo sus pezones, ahora duros a más no poder, a diferencia de cuando la desperté, y su orgasmo fluyó entre nuestras piernas, mojando cuanto encontró. Mi orgasmo, más tímido, me sobrevino entre pequeños espasmos que hicieron aflorar su segunda conquista.
Caladas, satisfechas, jadeantes aún, Gabi me preguntó:
—Vaya con tu amor de verano. ¿Ves cómo tenías que compartirlo? No llega a ser por él y no podemos hacer esto.
—Sí, tenías razón, ha merecido la pena compartirlo.
—Por cierto, ¿dónde lo conseguiste?
—En la web que me recomendaste, el mejor ventilador que he comprado nunca.
Con el ligero zumbido del ventilador de fondo y su brisa acariciándonos, me acurruqué sobre el pecho de Gabi; perfilando sus pezones con los dedos, jugando a endurecerlos de nuevo, tentándola con el roce de mis caderas, deseándola dentro de mí.
...
—Por cierto —dije con emoción—, me he comprado otra cosa que seguro que también quieres probar conmigo. ¡Cierra los ojos!
—¿Otro ventilador? Jajaja, dime, ¿qué es? Con ese tono seguro que no es para todos los públicos.
—Ábrelos —su cara de sorpresa y morbo la delató—, se llama Isa. ¿Te apetece… otro trío? Me pido el extremo largo.
—Oh, cariño, no sabes el poder que me has dado con esto. Cancela tus citas, porque vas a estar muy muy ocupada teniendo orgasmos hasta mañana. Pero oye, mejor un cuarteto, deja el ventilador encendido, que va a subir mucho más la temperatura…
—¿Dónde estabas? Llevamos esperándote horas —le pregunté a Víctor.
—Uf, luego te cuento, que es una larga historia...
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—¿Dónde estabas? Llevamos esperándote horas —le pregunté a Víctor.
—Uf, luego te cuento, que es una larga historia… —contestó riéndose.
A las horas, tras la barbacoa semanal en casa, y la gente iba marchando le recordé a Víctor que no podía irse sin contarme qué le había pasado. En cuanto nos quedamos a solas, sacamos unas cervezas a la terraza y comenzó a contarme.
—Prometo que esta vez venía puntual, pero a mitad de camino me pinchó una rueda y me jodió la excepción.
—Vaya, para una vez que ibas a llegar a la hora, ¡qué casualidad! Ejem, anda, sigue…
—No me creas si no quieres. En fin, a lo que iba. Se me pinchó la rueda y fui a cambiarla, o al menos hacer el paripé, porque yo sé hacer muchas cosas, pero lo de cambiar ruedas no está entre mis habilidades… — prosiguió Víctor.
“…así que llamé al servicio de asistencia del coche, que para algo lo pago, y les conté la situación. Confirmaron que me enviaban una grúa y ahí me quedé, en el arcén esperando mientras me moría de calor, porque vaya suerte la mía, que no se me puede pinchar en abril, no, en julio.
Yo creo que ya estaba a punto de deshidratarme cuando llegó, y como un imbécil corrí hacia el hombre de la grúa y le abracé. Me excusé con eso de que hacía mucho calor y era como si hubiera llegado el caballero de brillante armadura, o de ennegrecida grúa; a mí con que me salvara me daba igual, como si venía en triciclo. Él no se lo tomó a mal, más bien lo contrario. Se empezó a reír y comenzamos a hablar de lo típico, el tiempo. A todo esto, él iba sacando la rueda y montando el chiringuito para cambiarla.
El hombre estaba potente, y además era gracioso. Le miraba mientras hacía lo suyo, y yo pensaba en lo mío, que acabó girando en torno a pensarme sobre lo suyo, ya sabes… Y entre el clima infernal, y el calentón que me entró, le fui tirando la caña.
Pregunté si por una casualidad tenía agua fresca, y me dijo que sí, que la cogiera yo mismo de la cabina. Cuando salía de hallar el santo grial del H2O a la vez que bebía, nos chocamos cuando él vino a coger una llave especial. La mitad de la botella se me cayó por encima. Y mira, que me vino bien el refrescón, pero mis órganos la necesitaban más que mi piel.
Se partía de la risa y me iba secando con su camiseta como podía. Y ahí yo ya estaba que ardía, para mí que el agua se me evaporó de la ropa sólo por el contacto físico con semejante escultura griega.
Me decidí, era ahora o nunca, y me lancé a sus labios. Todo fuera que me llevara una bofetada, pero por cómo actuaba lo deseaba tanto como yo. Se sorprendió con el beso, pero rápidamente me correspondió y me apretó contra la puerta del copiloto de la grúa. Desde la carretera, en esa posición, había cierta privacidad.
Iba directo, como si hubiera estado esperando el pistoletazo de salida. Metió la mano en mi pantalón y se encargó de reconocer centímetro a centímetro mi erección antes de agacharse y buscarme con la boca. De verdad, lo estaba flipando, en medio de la nada con un maromazo devorándome con todo su arte.
De vez en cuando me miraba, sin dejar de moverse en mi entrepierna, y a mí me palpitaban hasta las pestañas de tanta excitación. No lo pude evitar, acabé explotando en su boca, viendo cómo le caía alguna gota por la comisura. Le ayudé a incorporarse y le limpié las gotas de la comisura con la lengua, metiéndole mano yo ahora. Y madre lo que encontré… Parecía navidad y mi cumpleaños juntos, qué belleza, qué porte, qué... Bueno, que era para llevarlo a un museo, a todo él”.
—Joder, ahora casi me siento mal por haber echado pestes de ti por llegar tarde de nuevo. Espero que trotaras a gusto… —me reí.
—¡Qué va! Le sonó la radio de la grúa con una urgencia y tuvimos que dejarlo ahí, con todas las ganas. Terminó de ajustarme la rueda, me dio un húmedo beso y se montó en la grúa.
—Oh, ¿y no le pediste el teléfono? Para veros y acabar lo que empezasteis.
—Ja, ¿acaso no me conoces? Me lo pidió él a mí. Hemos quedado esta noche… a ver si me enseña qué es eso de la junta de culata. Y lo tengo claro, renuevo seguro con la misma compañía, hay que ver qué gran asistencia en carretera…
Empleo mis últimas fuerzas para llegar al bar de la esquina. Consigo la última mesa a la sombra y pido agua y un h...
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Empleo mis últimas fuerzas para llegar al bar de la esquina. Consigo la última mesa a la sombra y pido agua y un helado. Comería hielo, pero me parece poco práctico.
Con la boca fría y mi cuerpo templándose a la sombra, miro a mi alrededor, evaluando el entorno y buscando algo entretenido con lo que acompañar el helado.
Me fijo en una de las mesas más alejadas, donde un hombre pone a prueba la resistencia humana al leer bajo el abrasador sol de media tarde. Empiezo a preguntarme qué estará leyendo, si no tiene calor, si es un superhombre con aire acondicionado incorporado, si se ha preparado para soportar crudamente con esa camisa negra que deja entrever los tatuajes del antebrazo. Imperturbable por el calor, como si el verano le hubiera pillado por sorpresa en la terraza.
Mi mente comienza a montarse una película, imaginando cómo ha sido su día, en qué pensaba al sentarse al sol, qué se le pasa por la cabeza cuando levanta la mirada y me ve observándole en la distancia mientras lamo lentamente mi helado.
El morbo se apodera de mí, y sin dejar de mirarle con fingido disimulo, lamo el helado cada vez con más detenimiento. Varias personas a mi alrededor me miran entre la extrañeza y la curiosidad, no pierden detalle de cómo mi lengua va consumiendo el helado, la gota que cae sobre mi dedo, cómo lo llevo a la boca y lo limpio entre mis labios con todo el erotismo que soy capaz de transmitir…
Sólo puedo pensar en lo que mi inesperada excitación desea; comerme a ese hombre como si fuera el helado más refrescante del universo.
El disimulo cada vez me sale peor y veo como el hombre se levanta y entra en el bar. Pienso que le he asustado, y no me extraña. ¿Una loca con la mirada fija en mí mientras se come un helado? Yo habría aguantado mucho menos. Pero no sé qué me ha pasado, apenas me regía el cerebro con tanto calor.
Continúo comiendo el helado, ahora sin tanta motivación, al fin y al cabo, el público que me interesaba se había marchado apabullado, qué le iba a hacer. Aprendería la lección y perfeccionaría mi sutileza erótico-festiva con desconocidos.
Me centro en el pensamiento que me ataca ahora, las infinitas posibilidades si la cosa hubiera llegado a más, todo aquello que podría estar pasando en universos paralelos y por desgracia no en el mío. Doy vueltas a la idea, pero no hace falta que piense mucho. A los pocos minutos una mano se posa sobre mi hombro.
El hombre de la camisa negra se inclina levemente hacia mí y me pregunta si puede acompañarme. Con un gesto le señalo la silla más cercana, aunque le habría señalado la dirección a mi casa de haberme orientado.
Se sienta y sin decir nada quita el papel de un helado y comienza a lamerlo, como si imitara lo que yo hacía mientras le observaba. Me mira fijamente a los ojos, solo desviaba la mirada para repasarme rápidamente, siempre con la lengua centrada en su helado, lamiéndolo, abarcándolo con los labios, recogiendo cada gota que escurría por el cucurucho.
En mi mente ya no tenía un helado entre los labios, sino que jugaba entre mis muslos, sin apartar la mirada. Yo lamía mi helado y sobra decir que tampoco lo visualizaba al hacerlo. Ambos sabíamos que nuestra pasión láctea no era más que una excusa. Un artificio para no saltarnos encima, arrasar la mesa y comer aquello que realmente deseábamos.
Terminé mi helado, me lamí los labios y me levanté ante su atenta mirada. Extendí el brazo con mi tarjeta entre los dedos y le dije: “Si quieres repetir, encuéntrame”.
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En menos de 5 minutos un mail: “Lo próximo que se derretirá entre mis labios serás tú”. Uf, eso sí que es una ola de calor…
Todo el día esperando una llamada de la empresa de mensajería que perdió mi envío, y tienen que llamar en el mejor...
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Todo el día esperando una llamada de la empresa de mensajería que perdió mi envío, y tienen que llamar en el mejor momento…
La ropa desperdigada por el suelo de la habitación y nuestros cuerpos fundiéndose en uno con una salvaje dulzura.
Entre Max y yo saltaban chispas desde el primer momento en que nos conocimos, aunque tardamos meses en dejar de intentar silenciar toda esa escandalosa atracción sexual que sentíamos el uno por el otro. Cuando finalmente dimos el paso y nos rendimos a nuestros encantos mutuos, fue apoteósico. Un fin de semana sin salir de casa, recorriendo cada habitación y descubriendo más y mejores juegos para disfrutar de nuestro tiempo juntos.
Después de poco tiempo nos conocíamos a la perfección y sabíamos qué teclas tocar y cuándo hacerlo. Habíamos desarrollado un alto grado de confianza, y ambos compartíamos el gusto por el morbo, por eso no me lo pensé.
Cabalgando sobre Max mi móvil empezó a sonar y lo miré con odio mientras alargaba el brazo.
—No lo irás a coger, ¿no? —me preguntó Max.
—Necesito hacerlo, pero tú no pares… —respondí.
Al otro lado del teléfono una voz masculina con menos personalidad que una mesa intentaba convencerme de que el error no era de su empresa; me costó que me dejara hablar, pero en cuanto comencé me iba volviendo más y más convincente, sin dejar de mover las caderas sobre Max y viendo su cara de incredulidad y picardía. Le debatí todos los puntos que me exponía, claramente era error suyo, ¿por qué iba a pagarlo yo?
En pleno discurso Max me hizo un gesto para que me levantara, y mientras escuchaba la réplica al otro lado del teléfono, no me dio tregua y me apretó contra el espejo, provocando un involuntario gemido al contacto con el frío cristal; e imposible de disimular cuando se vieron aumentados progresivamente con las embestidas de Max. Con la idea de que un desconocido pudiera oírnos mientras él estaba dentro de mí, se excitó más aún.
La conversación cada vez se hacía más difícil, me limitaba a gemir intentando modular entre afirmativos y negativos, pero cada vez parecían más sonidos guturales y mi interlocutor empezaba a verse sobrepasado por la situación, poniéndome en espera con la excusa de consultar con su superior. Max aprovechó para darme caña, sus manos abarcaban todo cuando querían, y donde no llegaban lo hacía su boca o su pene. Estaba cubierta por todas partes y me retorcía de placer con el insufrible hilo musical de fondo.
Me cogió en volandas y me llevó a la cama, dejándome boca abajo. Paseó sus dedos por mi espalda y mi culo, masajeándolo levemente y jugando a meter los dedos más allá. El paseo lo continuó su boca, recorriendo de cuello a nalgas con calma, recreándose con mi sabor y mi respiración agitada. La música de viejo politono salía por el auricular, y era la primera vez que no me molestaba que me hubieran puesto en espera.
Max seguía con lo suyo, ahora con la lengua entre mis glúteos. Agarró mis caderas con las manos y las levantó ligeramente para un mejor acceso a mi profundidad más húmeda; aceleraba el ritmo de su lengua y jugaba con dos dedos sobre mi clítoris, dejándome al borde del abismo orgásmico en varias ocasiones.
Por fin la música cesó y una voz me preguntaba si seguía ahí. Contesté como pude con monosílabos, escuché la resolución de la reclamación por parte del supervisor de la voz anterior informando que finalmente se harían cargo cuando Max introducía un par de dedos en mi ano. El orgasmo me estalló entre los labios, vibrando en mi garganta con un intenso “gracias” prolongado, y dejando a la voz del teléfono en silencio.
—¿Ves? Cuando hacéis las cosas bien, hacéis feliz a la gente hasta hacerlas explotar de placer… —le dije— Me alegra haberlo solucionado, espero vuestras noticias —Y colgué.
Siempre me quedará la intriga de qué pasó al otro lado del teléfono, si llegó a enterarse el supervisor y la primera voz de lo que pasaba, o si provocó alguna reacción posterior…
...
Sea como sea, Max y yo tenemos un nuevo recuerdo que nos sobreviene cada vez que suena el teléfono.
Hace días que no llueve, el calor envuelve todo y hoy, justo hoy que las temperaturas parecen desafiar al termómet...
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Hace días que no llueve, el calor envuelve todo y hoy, justo hoy que las temperaturas parecen desafiar al termómetro, Ana me pide ayuda para pintar su nuevo piso. Lo que se hace por las amigas…
Con todo el material ya preparado y nosotras con nuestras galas más desastrosas, comenzamos la tarea entre conversaciones, risas y bromas. Nos fundiremos del calor, pero al menos no nos aburriremos. La música suena de fondo y bailoteamos entre la pintura intercambiando brochas y pinceles. El baile, junto con el esfuerzo físico del rodillo, acentúa la temperatura entre esas cuatro paredes.
Gotas de sudor empiezan a brotar de nuestra piel y mientras me seco la cara con la camiseta, Ana se recoge el pelo en un moño. Lo hace con calma, aprovechando los minutos para tomarse un respiro. Recoge cada mechón y se peina con las manos antes de anudar su pelo en lo alto de la cabeza. Al terminar, baja las manos por su nuca y las desliza por los hombros. No puedo dejar de mirarla sin parar de pasar la brocha una y otra vez por el mismo sitio, absorta en el erotismo cotidiano de su gesto.
Vuelve a la tarea con la agilidad de quien ya ha pintado, quizá, demasiadas casas nuevas. Se maneja con soltura y me atrapa en ese rítmico trabajo manual, sin perder velocidad ni precisión avanza a gran velocidad. La sigo con la mirada dejando que mi mano fluya por la pared emborronándola de pintura con una brocha probablemente poco apropiada, hasta que me da una voz: “Vaya ayuda, amiga…”, me dice, y miro el estropicio de color acto de la abstracción. “Deja, que te enseño, porque si no…”. Se acerca a mí y me coge la mano moviéndola por la irregular pared, cubriendo hábilmente cada centímetro.
El sudor me cae por el pecho, hace demasiado calor y no creo que todo sea culpa del calentamiento global. Nunca pensé que podría parecerme tan erótico pintar un piso, aunque probablemente sea el cuerpo de Ana junto al mío, su sonrisa abierta, o los vapores de la pintura, ¡quién sabe!
Con la mano libre busco su cuerpo tras el mío y la acaricio. Ella, sin sobresaltarse, deja de guiar mi mano sobre la brocha y recoge con los dedos la humedad que resbala de mi cuello, baja por el pecho y lo agarra con firmeza mientras me pega contra la pared. “Verás tú para limpiar esto…”, digo en alto; “verás tú para olvidar esto…”, responde ella llevando su mano bajo mis bragas, percibiendo que la humedad ya me abarca por completo.
Apoyo las manos sobre la pared manchándomelas con la pintura fresca, abro las piernas y dejo que Ana encuentre el tono para pintarme un orgasmo en el rostro. Su arte con la brocha no es nada comparado con lo hábil que es activando el punto concreto con la intensidad adecuada. Antes de que pueda reaccionar me empuja de nuevo contra la pared, fuerte, y me corro sin remedio entre sus dedos, convulsionando y viendo en aquella pared mal pintada todos los colores del universo.
Respiro agitada; el placer, el orgasmo, el calor, el morbo, la vergüenza… ¡Ana es mi amiga, qué estoy haciendo! Y sus dedos vuelven a la carga borrándome la pregunta de la mente ante un nuevo orgasmo. Libera su mano de mi entrepierna con lentitud, casi apaciguándome, pero aún noto cómo me palpita el clítoris, cómo la humedad excede la capacidad absorbente de mi ropa, cómo su cuerpo se separa del mío y me acaricia el hombro…
...
“Eh, que te has quedado pillada… ¿Vas a pintar toda la pared así de mal, o vas a ponerte en serio?”, me dice. Reacciono con brusquedad, miro la pared y no veo mis manos marcadas en ella, ni mi cuerpo manchado de pintura. Vuelvo a mirarla y me cuesta discernir lo que pasa. El problema es que no pasa nada o, más bien, no ha pasado nada, por más que note mi entrepierna más lubricada de lo natural.
“Perdona, estaba pensando en algo que tengo que resolver, un día de estos…” le respondo con una sonrisa, recreando en mi mente de nuevo sus manos contra mi piel y deseando probarlas fuera de mi imaginación.
Había sido un día largo de reuniones, llegar a casa y tumbarme en el sofá era lo único que me apetecía... Hasta que...
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Había sido un día largo de reuniones, llegar a casa y tumbarme en el sofá era lo único que me apetecía... Hasta que entré por la puerta.
Al final del pasillo sonaba el agua de la ducha corriendo y Max canturreando bajo ella. Dejé el bolso en la entrada y, a medida que avanzaba por el pasillo, me fui desnudando dejando un camino de ropa, como si cada prenda que me quitara liberara un poco más mi estrés.
Llegué al baño y me paré junto a la mampara, distrayéndome con la atractiva visión de Max enjabonándose, percatándome de cómo la espuma resbalaba por su cuerpo y el agua se llevaba cada partícula siguiendo sus formas. Se giró y me vio a través del cristal, observándole. Sonrió y me hizo un gesto invitándome a entrar. Me quité las bragas ante su atenta mirada y me deslicé entre sus brazos, abrazándole tan fuerte como me era posible.
Desnudarme había sido liberador, pero necesitaba algo más para volverme a sentir en paz. Le necesitaba a él.
Besé su cuello húmedo y acaricié su espalda, clavando los dedos cuando mis manos se deslizaban hasta su culo mientras lo atraía hacia mí. Me mojó el cuerpo con el grifo con delicadeza y comenzó a enjabonarme de manera casi ceremonial; muy despacio, recreándose en cada rincón, pliegue y curva. Para entonces mi cuerpo no estaba mojado solo por fuera, mis muslos fantaseaban con rodear su cintura. Cogió el grifo de nuevo aclarándome a la vez que su otra mano acariciaba con disimulo mi piel. Dio más potencia al grifo y lo dirigió hacia mis labios ya hinchados, provocándome un espasmo al encontrarse el chorro con mi clítoris.
Se colocó a mi espalda sin mover el grifo de su nueva y placentera ubicación, internó la mano entre mis piernas y rebuscó en mi humedad más profunda con mis gemidos como hilo musical. “Hazlo, lo necesito”, le supliqué. En ese momento sacó los dedos, arrimó su pelvis y me penetró con firmeza. Un fuerte gemido y un empaque que me hizo apoyarme en la pared para no caerme. Siguió penetrándome despacio, con fuerza, profundo, sin apartar el grifo que me hacía estremecer y mordiendo mi cuello en cada penetración.
El agua caía cálida entre mis piernas y era incapaz de distinguir cuánto calor sería del agua y cuánto de mi propia humedad. Lo mucho que me excitaba Max cuando sabía exactamente qué teclas tocar y cómo... Llevó una mano a mi pecho, apretándolo fuerte sin cesar su movimiento de caderas. El choque de su cuerpo contra el mío formaba una dulce y potente melodía con la cadencia perfecta.
Salió de mí cuando estaba a punto de encontrar el nirvana, me giré para buscar más y me apretó contra la pared de la ducha, se arrodilló y encontró mi clítoris con la lengua. Apoyé una pierna sobre su hombro y se clavó más a mí, devorándome con tanta ansia como placer me daba. Con alta dificultad me agarraba a la pared mientras el orgasmo me invadía, y Max no parecía querer parar de hacerme gritar.
Bajé la pierna de su hombro, en parte por estabilidad, en parte por pedirle clemencia. Con mis orgasmos aún brillándome en los ojos y su satisfacción por lo proporcionado en los suyos, acerqué el pie a su entrepierna y comencé a acariciar la latente erección sin apartar la mirada de sus intensos ojos. No tardó en agarrarme los muslos y arquear la espalda mientras explotaba de placer sobre mi pie.
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La mejor terapia, ¿quién dijo estrés?
Siempre me ha gustado probar cosas nuevas, en especial cuando me siento cómoda con la otra persona. Por eso no me l...
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Siempre me ha gustado probar cosas nuevas, en especial cuando me siento cómoda con la otra persona. Por eso no me lo pensé cuando me propuso unas prácticas de Shibari. Me excitaba rendirme a la experimentación bajo sus manos.
Quedamos en su casa, tomamos una cerveza y lo bañamos con una intensa y caliente conversación. El tono iba subiendo en nuestras palabras y en nuestros cuerpos. Mi mente anticipaba el tacto de las cuerdas envolviendo mi piel y me estremecía sin siquiera tenerlas a la vista. Llevé la mano a su cara y acaricié sus labios con los dedos antes de besarle. Un beso que inició lento y tímido, pronto se convirtió en pura lascivia pasional, volviendo locas a las manos que no daban abasto a recorrer todo cuanto querían abarcar.
Me dio la mano y me llevó al estudio. Al llegar, las cuerdas estaban dispuestas en el suelo sobre una mullida manta. Un cosquilleo me recorrió la espalda y continuó hacia mi entrepierna cuando comenzó a desnudarme.
Quitaba cada prenda con mucha delicadeza, como quien desenvuelve un regalo con irreal paciencia, recreándose en el deslizamiento de la tela sobre el cuerpo, sensibilizando cada rincón accesible. Cuando me quitó el sujetador, mi pecho ya apuntaba firme, con los pezones duros y contraídos. El roce de la tela sobre ellos me humedeció un poco más, no sabía si podría aguantar las ataduras sin suplicarle que me desatara para hacerle mío.
Me senté de rodillas en el suelo, nerviosa, excitada, rebosante de deseo. Tomó la primera cuerda y comenzó las ataduras en las muñecas, que llevó a la espalda. Cada roce de la cuerda sobre la piel me excitaba más. Su destreza, su delicadeza, su concentración… Hacía vueltas firmes y concienzudas, y pequeños gemidos se me escapaban entre los labios, mientras que los otros palpitaban húmedos. Pasó una cuerda entre mis piernas, envolviendo con maestría la vulva e internándose ligeramente entre los labios, provocando que uno de los nudos rozara el clítoris cada vez que tiraba de una de las secciones.
La cierta aspereza de la cuerda se estaba transformando en una deliciosa sensación intensificada por la atmósfera que había creado, su sobriedad y el punto justo de constricción. Creaba nuevos nudos alrededor de mi cuerpo, uniendo unos con otros, modificando mi postura e incrementando mi excitación. El sentimiento no era de sumisión ciega, sino que me sentía adorada. Notaba las cuerdas como una extensión de su cuerpo, de su voluntad, dispuestas para proporcionarme un nuevo tipo de placer físico y mental. No me sentía a su merced, le sentía a la mía, guiándose por mis reacciones y gemidos para deshacer o crear nuevos nudos que intensificaran ese zen sensorial que me invadía.
El movimiento de la cuerda correcta proporcionaba la fuerza justa para despertar más aún mi excitación.
Comenzaba a notar cómo emanaba sin medida el flujo y calaba las bragas, cómo mi deseo de sentirle dentro era más fuerte que nunca, cómo de solo pensar en su erección apretándose contra mí en ese momento estuve a punto de correrme, cómo acabé haciéndolo cuando tiró suave y repetidamente de la cuerda que se anudaba sobre mi clítoris…
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…cómo, desde entonces, cada vez que recuerdo las marcas de las cuerdas sobre mi piel se me eriza y me excito irremediblemente.
Se sentó en el pequeño sofá de la habitación, aún con la ropa interior puesta, mostrando con algo de cautela y org...
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Se sentó en el pequeño sofá de la habitación, aún con la ropa interior puesta, mostrando con algo de cautela y orgullo lo que con enorme dificultad ocultaba la prenda. Me quité la camiseta, dejando el pecho al aire, y con las bragas puestas me senté a horcajadas sobre él.
Agarró mis pechos y mientras una mano acariciaba un pezón, al otro llevaba la lengua, poniendo a prueba cuán duro podía ponerse. Mis dedos se enredaban en su nuca, acariciándole sin perder de vista esos preciosos ojos cada vez que me miraba con el pezón entre los dientes.
Con sentida lentitud empecé a girar la cadera, rozando su entrepierna y sintiéndole rebosar. Mi humedad traspasaba las telas, y él empezaba a moverse también. Llevó sus manos a mi culo y tras un sonoro azote en cada nalga que me hizo estremecer, apartó la tela y coló dos dedos entre los labios, introduciéndolos y sacándolos muy despacio, provocando mis ganas entre mordiscos en los pezones.
Me incliné hacia él, levantando algo más las caderas, dejándole margen de maniobra en mis humedades. Pero no pude mantener las manos quietas y liberé su pene de la tejida prisión. Humedecí los dedos en mi boca, asegurándome de que lo viera y recorrí su erección con las dos manos, con la firmeza justa para que supiera quién tenía el control, pero con la suavidad necesaria para no excitarle en demasía.
Gemíamos anárquicamente, no había ritmo marcado, solo calor, deseo y necesidad. Sacó los dedos de mí y los llevó a su boca, degustándolos hasta la última gota, y me besó. Saborearme en sus labios me excitó más, aunque no tanto como el tirón que le dio a las bragas, haciéndolas desintegrarse. Como leyéndole la mente alcé un poco más las caderas, y él guio su erección a mi interior.
El tamaño de un pene nunca ha sido determinante para el placer que he obtenido con ellos, pero este en concreto iba a suponer un nuevo reto logístico.
Descendía lentamente sobre su pene, sintiendo cómo me llenaba, cómo sus manos me acariciaban propiciando el máximo de placer, encontrándolo en el clítoris con la yema del dedo gordo. Él lo frotaba suavemente, y yo controlaba la placentera penetración. Me movía muy despacio y contraía los músculos de la vagina en mi trayecto arriba y abajo. “Lo que me apetecería tu cara entre los muslos”, con ese deseo bastó. Fuimos a la cama, me tumbó en ella y se sumergió en mis humedades mientras yo me derretía en su boca.
Su lengua, sus dedos y un orgasmo en apenas unos minutos me hicieron retorcer las sábanas entre los dedos con fiereza. Acaricié su cabeza y le sonreí con toda la picardía que me quedaba en el cuerpo. Se levantó y de un solo movimiento me puso boca abajo, pasó la mano por mi espalda y me penetró despacio mientras mi culo se elevaba mínimamente a su encuentro.
Sus embates firmes hasta mi fondo, mi garganta liberando intensos jadeos, sus labios en mi hombro, mi piel erizada, su cuerpo tenso y rítmico chocando contra el mío, mi silencio seguido de fuertes espasmos y un orgasmo ensordecedor que tembló en la habitación.
Se tumbó a mi lado acariciando mi piel con la punta de los dedos, y yo me acerqué a su erección, a saborear cada gota de mí que lo impregnaba. Paseé la lengua a lo largo y con la mano recorrí cada centímetro, liberando en él al fin un placer como el mío.
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Dulce tentación, ¿sucumbiré de nuevo?
Nos encontramos en un bar céntrico con una atmósfera muy tranquila, al contrario de cómo me encontraba yo. En princ...
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Nos encontramos en un bar céntrico con una atmósfera muy tranquila, al contrario de cómo me encontraba yo. En principio, solo íbamos a tomar una caña, ponernos cara y charlar de todo y de nada, como llevábamos haciendo meses a través de privados. Pero el romper esa pantalla entre nosotrxs me ponía frenética.
Más de una de esas conversaciones acabó con intensas escenas hipotéticas y húmedas entrepiernas y, aunque en ese momento no me planteaba una relación esporádica, no podía controlar el morbo que bailaba en mi interior tras leerle, imaginarle o ver…algunas cosas.
Le vi entrar y mirar alrededor en mi busca. Al encontrarme sonrió y se acercó con calma sin dejar de mirarme. Los nervios aumentaron cuando acercó su rostro al mío y me dio dos besos muy cerca de las comisuras, casi recreándose. Debí ponerme tan colorada que, una vez sentado, cogió mi mano y la acarició despacio intentando calmarme.
Tras esos primeros minutos extraños, el ambiente se fue distendiendo, incluso comenzamos a soltar alguna que otra broma con tintes eróticos. Nuestra conversación fluía, y cada vez parecíamos acercarnos más a la otra persona. Las sonrisas se ladeaban pícaramente, y la química se hacía notable entre nosotrxs. Mi valentía, infundida por la comodidad, me hizo poner la mano sobre su muslo, mientras continuaba con la conversación, como un gesto más natural que el propio respirar. Él imitó mi movimiento, que ahora divagaba suave por zona segura, aunque con ganas de adentrarse en los rincones.
No podía creer lo bien que estaba ni las ganas que tenía de que allí mismo me hiciera una demostración empírica de todo cuanto habíamos hablado durante nuestras conversaciones más intensas.
Sus labios se acercaron a los míos pidiendo permiso para la colisión, abrí ligeramente la boca y recorrí los últimos milímetros. Hacía mucho que no me besaban tan bien. Los labios se rozaban como si de nuestros cuerpos desnudos se tratara. Se nos quedaba pequeña la boca, pequeña la mesa, pequeño el bar… pequeña la ciudad para tanto calor.
Mi mano intrusa apretó con firmeza su muslo, reprimiendo el deseo de aferrarse a su intimidad. Él sonrió con un gesto que me dio a entender que el deseo era mutuo, que ambxs necesitábamos rebasar las fronteras del recato. Un espasmo. De nuevo me venía la imagen mental de su cuerpo encajándose en el mío con fiereza contra la mesa que ahora ocultaba nuestra expedición táctil. No me interesaba nada esporádico, pero, aunque solo fuera por esa vez, pensé que quizá debía rendirme y sucumbir a la tentación que se me presentaba.
Sus labios liberaron los míos y, pretendiendo conquistar terreno, recorrieron mi cuello. Poco me importaba quién nos pudiera ver.... Total, yo no vivía en esa ciudad. Pero sí me alojaba a unas calles de ahí, y cada vez me parecía más interesante la idea de enseñarle mi habitación y ver si la química era también práctica o solo teórica.
Al salir del bar se apretó contra mí, dándome un abrazo desde atrás y permitiendo que sintiera perfectamente cada centímetro de sus ganas, esas que ahora urgían explotar en la intimidad. Para lo cerca que estaba, el camino se hizo eterno.
Cuando llegamos, silencio, miradas, sonrisas. La ropa iba desapareciendo lentamente, entre besos y roces, gemidos y suspiros, fantasías y expectativas…
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“Va a pasar. Mañana no podré caminar, pero merecerá la pena…”, Me dije antes acercarme de nuevo a él.
La casa estaba silenciosa, la madrugada creaba un entorno de extraña paz cuando caminaba por los pasillos a estas h...
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La casa estaba silenciosa, la madrugada creaba un entorno de extraña paz cuando caminaba por los pasillos a estas horas. Había sido un acierto reservar aquella casa rural para distanciarnos del ruido y el estrés de la ciudad por unos días. Y si bien disfrutaba de la compañía de mis amig@s, esos momentos a solas recorriendo las oscuras salas, con el sonido de la naturaleza en el exterior, me transportaban a un estado mental de lo más relajado.
Una noche tranquila, con una brisa suave, decidí salir al porche a respirar el aire puro y nutrirme con el arrullo de las hojas de los árboles bailando al viento. Miraba a mi alrededor y me empapaba de aquella calma; con ella paseé por los rincones de mi mente ahora más despejados y recordé un viaje que hice con un antiguo amigo. En aquel viaje disfrutamos de la naturaleza de manera diferente, incorporándola a nuestras actividades al servirnos de sostén para los pasionales encuentros, raspándonos la piel contra las cortezas de los árboles al aferrarnos a ellos, acabando con el pelo lleno de hojas al retozar en un claro…
Los recuerdos cada vez eran más nítidos, y mi cuerpo recordaba con más realismo cómo se sentía cada roce, cada embate, cada beso, cada morboso escondite improvisado cuando oíamos a alguien cerca. Sin dejar de poseernos, taparnos la boca mutuamente, sin cesar el movimiento de nuestras caderas mientras unos pasos sonaban a pocos metros de nuestro nido erótico. Voces lejanas, ramitas partiéndose con las pisadas de senderistas y nuestros gemidos ahogados entre la frondosa naturaleza.
Allí en el porche, noté mis pezones erguidos y desafiantes. Apreté las piernas, sintiendo con más intensidad ese hormigueo excitante en la entrepierna y percibiendo la humedad que el recuerdo me había hecho brotar. Sentada en la mecedora, abrí las piernas y apoyé los pies en la pequeña mesa cercana. Llevé las manos a mi vulva y la acaricié sobre las bragas suavemente, notando la vagina contrayéndose en cada pasada que hacían mis dedos.
Me resultaba excitante rendirme a los deseos de mi cuerpo al fresco mientras, en la casa, todo el mundo dormían. Estaba sola en aquel remanso de paz, ¿por qué no darnos un homenaje a mí y a la noche? Aparté las bragas con una mano, y la otra se recreó en el cálido flujo, recogiéndolo y llevándolo al clítoris para jugar con él. Movía los dedos al ritmo que las hojas de los árboles eran mecidas por el aire; suave, sin pausa.
Los dedos resbalaban entre los muslos a la vez que mi cuerpo se mecía en aquel viejo mueble de exterior, se movían más rápido cuando flexionaba las piernas y tensaba los músculos, como atrayendo el placer que deseaba, como imaginando a aquel amigo entrando en mí cada vez que me aproximaba. Aumentaba la velocidad a la que me mecía, y justo a punto de que el orgasmo eclosionara, apreté fuerte uno de mis pezones, provocando que se incrementaran las sensaciones que se dispersaron lentas por cada poro de mi satisfecho cuerpo.
Permanecí unos minutos en aquella posición, recuperando el aliento, notando cómo disminuían las contracciones de mi vagina, cómo las hojas sonaban con el viento, cómo el calor de mi cuerpo se disipaba, cómo la brisa olía ahora a placer infinito, cómo crujía la madera del porche…
Un nuevo crujido me sacó de mi trance. Abrí los ojos y una sombra a un lado se convirtió en silueta.
—Perdona por asustarte. No podía dormir e iba a salir a tomar el fresco. Miré por la ventana antes y me quedé absorto viéndote. Me preguntaba si… ¿te apetece compañía? —me dijo con una sonrisa el invitado de uno de mis amigos.
—Lo cierto es que ya me iba a acostar. —dije, con la vergüenza y el morbo en límites estratosféricos— Aunque… si el plan es interesante…
—Por eso no te preocupes, antes de salir se me han ocurrido al menos diez planes interesantes. Todos pasan por comerte la boca y sentir tu cálida piel.
...
Sonreí, y me lo tomé con calma. Coloqué bien las bragas, me levanté de la mecedora, ajusté mi coleta y me acerqué a él hasta estar a escasos milímetros de su boca.
—Tú dirás… —y le besé.
Hacía mucho que no nos dedicábamos un momento para nosotr@s lejos del sofá y la manta y ayer era nuestra noche para...
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Hacía mucho que no nos dedicábamos un momento para nosotr@s lejos del sofá y la manta y ayer era nuestra noche para reconectar. Días atrás compré un vibrador que se coloca en las braguitas y se maneja con un mando, pensando en llevármelo puesto a la cena y darle el mando para que me tuviera a su merced. ¡Lo que me gusta provocarle!
Este es el vibrador de la protagonista. ¿Te atreves? VER MÁS ❯
Mientras nos poníamos el abrigo le di el mando. Ya solo su cara, entre la sorpresa y el morbo, me estaba encendiendo; la noche prometía. En el ascensor nos encontramos con vecin@s que también salían, y se ofrecieron a acercarnos al centro en coche. Agradecimos el detalle, especialmente en una noche tan fría como aquella. Nos sentamos atrás y emprendimos el camino.
Íbamos l@s cuatro hablando en el coche de la última reunión de escalera y de los cotilleos del edificio, cuando veo a Juan trasteando en el bolsillo. Como leyéndole la mente le niego con la cabeza y los ojos abiertos de par en par, y él sonríe con una picardía malvada, activando acto seguido el vibrador. Un suave ronroneo comenzó en mi ropa interior, provocándome un ligero espasmo. Él continuaba la conversación como si lo que pasara entre mis piernas le fuera completamente ajeno.
Mi rostro se iba descomponiendo entre el placer, la vergüenza y el morbo que me daba la situación. Teníamos muy buena relación con est@s vecin@s, pero no tanta confianza como para orgasmar en el asiento trasero de su coche. Juan probaba una nueva intensidad, y se me hacía inevitable moverme levemente en el asiento, agarraba su rodilla y le mantenía la mirada, viendo en ella lo embriagado de poder que estaba y lo mucho que le gustaba poder jugar conmigo así.
“Cariño, ¿estás bien?”, me preguntó Juan. “Sí, tienes el gesto tenso, ¿necesitas que paremos?”, preguntó el conductor. Tuve que rebajar mi entusiasmo unas cuantas notas antes de responder “Sí, bien, no pares, no pares”, viendo como Juan se reía para sí tras escucharme, poniéndome más nerviosa aún. Nueva intensidad. Mi mano viajaba de su rodilla hacia el muslo, apretándolo fuerte y rozando su bragueta. Ahora era él el que se removía en el asiento y se vengó con una nueva intensidad.
Arqueaba la espalda lo más discretamente posible y movía las caderas en pequeños círculos, provocando que a tiempos el vibrador presionara con más fuerza mi clítoris e intensificara así su acción. Conseguí colar la mano en el pantalón de Juan, sin que se percibiera nada desde delante por la oscuridad y protección de los asientos. Acaricié su húmedo glande y me mordí el labio. A estas alturas dudaba si iríamos a cenar o buscaríamos dónde acabar el postre antes. Su mirada más perversa, con la intensidad del vibrador a tope y Juan diciéndoles que nos dejaran ya por donde pudieran que íbamos dando un paseo; ¡no había duda, primero el postre!
Nos despedimos y salimos del coche como pudimos, recolocándonos la ropa y fingiendo cara de póker. Seguí a Juan hasta un pequeño recoveco en la calle, allí me sujetó las manos por encima de la cabeza, abrí las piernas un poco y él colocó su rodilla contra mi vulva, presionando el vibrador a tope, moviéndose suavemente para aumentar el roce y mi excitación.
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Sus labios recorrían mi cuello cuando, a tres calles del restaurante, me recorrió un potente orgasmo. No sabía qué cenaríamos, pero tenía claro que, de postre, quería repetir.
Esta no era la primera vez que invitaba a Alex a casa, ni siquiera la primera en que mis intenciones, y las suyas,...
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Esta no era la primera vez que invitaba a Alex a casa, ni siquiera la primera en que mis intenciones, y las suyas, iban más allá de pasar un rato juntxs. Pero sí era la primera ocasión en la que podíamos dejarnos de tonterías y de fingir que estábamos en mi casa por algo diferente a nuestra incendiaria tensión sexual. Había quedado claro, tras el relato de Alex con su profesor artesano, que el horno estaba bien caliente y preparado para todo.
Alex y yo solíamos compartir nuestras aventuras con el otro, pero no era frecuente que una de ellas me acabara excitando tanto como en esta ocasión. Quizá mi reciente sequía sexual y el morbo de su orgullosa bisexualidad habían servido de yesca para prender el fuego que me recorría.
—Levadura… ¿tienes? —preguntó entrando en la cocina.
—Eh… Si lo que necesitas es algo para que la “masa” suba… —desabroché mi camisa, dejando ver el pecho sin sujetador— ¿Esto sirve?
—Justo lo que necesitaba —afirmó acercándose y rozando suavemente mi piel, bajando los dedos de la clavícula al ombligo.
Con la mirada fija en mis ojos, paseaba sus manos por mi torso con suaves caricias, jugando a tiempos a colar los dedos por la cintura del pantalón, lo justo para acariciar las nalgas, lo justo para rozar mi vello púbico, lo justo para hacerme mojar con una intensidad y facilidad inusitada.
Metí las manos en su pantalón y le agarré el culo atrayéndolo hacia mí, notando que su excitación estaba, al menos, al nivel de la mía. Acerqué el dedo corazón a su ano y lo acaricié estimulándolo, introduje el dedo despacio. Nuestros labios frenéticos no se despegaban mientras las manos satisfacían cada rincón que alcanzaban.
Apoyada en la encimera me bajó los pantalones con delicadeza, disfrutando del ansia que desprendía mi mirada. Al quitarlos se incorporó, me sujetó una pierna con el brazo, me besó el cuello y, con esa sonrisa de excitante malicia pervertida en los labios, me penetró duro y profundo de un solo movimiento de cadera. Exhalé un fuerte gemido y mi sonrisa copió a la suya invitándole a repetir la operación.
Su cadera se movía con la soltura de quien sabe perfectamente cómo y a qué ritmo dar el mayor placer posible. La pierna que sujetaba su brazo se enroscó a su cintura a la vez que la otra temblaba clavada en el suelo, la unión terrenal para tan divino deleite. Alex tenía una mano firme en mi culo y la otra bailando con mi clítoris; no podía hacer más calor en la cocina ni encendiendo de verdad el horno.
Al borde de alcanzar el orgasmo le di un azote en el culo, provocando que acelerara el ritmo y que, pocos minutos después de mí, me agarrara el culo con ambas manos, sincronizando la fuerza con sus jadeos y el gemido sordo de su orgasmo.
Nos quedamos un rato inmóviles, recuperando el aliento, abrazadxs, entre pequeños besos.
...
—Madre mía… Sí que parece interesante y práctica esa clase artesanal. —dije mientras ambos sonreíamos— ¿Te importa que te acompañe a la siguiente?
—Pues ahora que lo dices…podría ser muy interesante esa clase con tu compañía. Apúntatelo en la agenda, y lleva ropa cómoda. Ya sabes, nunca se sabe qué puede pasar…
Alex, con la voz pausada y recreándose en el recuerdo, me relataba su última aventura mientras compartíamos unas ce...
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Alex, con la voz pausada y recreándose en el recuerdo, me relataba su última aventura mientras compartíamos unas cervezas.
—No imaginaba que hacer pan pudiera ser tan divertido... —iniciaba Alex.
—Me tienes en ascuas con tu aventura artesanal —me impacienté.
—Bueno, ya sabes que me gusta probar cosas nuevas, en todos los ámbitos... Me encontré con un anuncio de un taller de pan artesanal, y mira, que no tenía yo nada que hacer el día que lo hacían, y me apunté. Lo que no esperaba es que iba a ser la única persona en acudir al taller...
—Joder, ¡qué éxito! —exclamé.
—Parece ser que la fecha estaba mal en el anuncio que vi, pero el profesor me pidió disculpas y me ofreció aun así un taller individual. ¿Cómo desaprovechar la atención personalizada? Y ahí estábamos, los dos solos en el obrador, hablando de panes, harinas, masas y semillas, con las manos ya bien metidas en harina, literalmente. Y una conversación llevó a otra, hasta que dejó caer que a la próxima podría ir con mi pareja.
—Uh, ese te estaba tirando caña con la excusa —dije entre risas.
—¡Evidente! Cuando le dije que no tenía pareja me suelta “Es una pena desaprovechar esa habilidad que tienes con las manos”. Y sin cortarme le respondí “¿habilidad? No has visto nada...”, y le saqué la lengua con un guiño. Y, vaya, el horno no era lo que más se estaba calentando cuando acabé la frase...
—Te faltó hacerle una demostración —se hizo el silencio y su mirada flotaba sin posarse. Tuve que preguntar:— ¿O se la hiciste?
—Yo no suelto sedal si no quiero pescar. ¡Claro que se lo demostré! Me parecía tonto seguir ignorando las intenciones que ambos habíamos manifestado por el otro. Con las manos pringadas de masa le manché la nariz y me acerqué al grifo a lavármelas; él me siguió y, desde atrás con sus brazos a mi alrededor, se aclaró también.
Se regodeó frotándose suavemente contra mi culo mientras sus manos buscaban urgentes en mi pantalón. Sobra decir que se encontró un saludo firme bajo la tela. Me acarició el pene con una delicadeza desconocida para mí, y me encendió tanto que me asalvajé de golpe. Le giré y cambiamos posiciones, él contra el lavabo y yo detrás; tenía que demostrarle mis habilidades…
Besé su cuello al tiempo que llevaba mis manos a sus caderas y me movía contra él. Desabroché su pantalón y lo bajé lo justo para liberar su latente erección y ese increíble, redondo y pálido culo. Sin cesar mi roce comencé a masturbarle, primero despacio, incrementando el ritmo a medida que lo hacía su respiración. Se agarraba con fuerza al lavabo sin dejar de gemir y apretarse contra mí.
Llevé un dedo a su boca y dejé que lo lamiera. Si yo tenía habilidad con las manos, la suya claramente estaba en la lengua. Le mordí el cuello y me separé lo justo para poder acercar el dedo previamente humedecido a su ano, tentándolo, pero sin llegar a meterlo. “Hazlo ya, por favor”, me suplicó cuando ya no aguantaba más la tensión a la que le estaba sometiendo. Y eso hice, lo introduje despacio pero firme, sin dejar de recorrer su pene a ritmo frenético con la otra mano. Saqué el dedo y volví a meterlo acompañado de otro más, y te prometo que noté cómo se le erizaba toda la piel. Le penetraba con rapidez, oyéndole gemir con más intensidad. Sus manos se agarraban con más fuerza al lavabo, sus piernas empezaban a temblar y, precedido de un instante eterno conteniendo la respiración, eyaculó con fiereza en mi mano. “¿Qué te parece ahora mi habilidad con las manos?”, le pregunté, y su amplia sonrisa fue respuesta más que suficiente.
—Joder, ¡qué brutal! —dije envidiosa y claramente excitada.
—La semana que viene volvemos a tener taller, esta vez en su casa —sonrió pícaramente.
...
—Oye, Alex, ¿qué te parece si vienes a casa y me enseñas algunas técnicas de amasado? —dije acalorada.
—¿Ahora? Se tarda en...
—No te preocupes —le corté—, el horno ya está caliente... —apuntillé, percibiendo al fin en su cara que había recibido el mensaje.
—Pues lo cierto es que creo que puede gustarte cómo hago… la masa. Será un placer enseñártelo.
Movió su mano bajo la manta y se internó buscando acceso a mi piel. Las capas de ropa complicaban su tarea, pero no...
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Movió su mano bajo la manta y se internó buscando acceso a mi piel. Las capas de ropa complicaban su tarea, pero no desistió y logró hallar el camino. Con delicadeza, sus cálidos dedos entraban en mi camiseta, topándose con los pezones erguidos por el frío del trayecto. Un escalofrío me recorrió y puso alerta.
¿Cómo se le había ocurrido meterme mano en el autobús? Nos vería todo el mundo y no habría forma de huir de allí. Tenía miedo, no tanto porque nos pillaran, sino porque me acelerase y no me importara quién o cómo nos viera. Me conozco, y él también, cuando empiezo es difícil pararme.
Con el dedo jugando a retar por turnos a los pezones, movía su otra mano por mi pelo, acariciándolo lentamente, casi meciéndome como si pretendiera así apaciguar las sensaciones que él mismo me provocaba. Iluso.
Era tarde y el trayecto realmente largo. “No vuelvo a viajar en autobús”, le dije la última vez que consiguió convencerme de cruzar la península en uno. Todavía no me explico cómo logró hacerme repetir. Supongo que fue su poder de persuasión y que me lo preguntó mientras me regalaba un brutal orgasmo. En esos momentos no soy capaz de negarle nada.
Mala fortuna que la calefacción se estropeara, pero suerte de la manta que nos dieron y la oscuridad que nos cobijaba. El resto de pasajerxs estaban muy tranquilxs, la mayoría durmiendo o con los sentidos volcados en sus dispositivos. ¿Podré ser discreta? Pensaba cuando mi mano se perdía entre su bragueta y abrazaba con los dedos su erección. Un leve gemido salió de su boca, seguido de otro más fuerte que tuve que silenciar con un profundo beso. Quizá fuera él quien, en esta ocasión, no lograra pasar desapercibido.
Aumenté el ritmo, puede que a modo de castigo por lo del autobús; veríamos si era capaz de disfrutar en absoluto silencio de una masturbación tal como a él le gustaba. ¡Venganza! Me decía mentalmente, sin dejar de estimularle. Notaba cómo se revolvía en la butaca, cómo apretaba mi pezón entre sus dedos como buscando un hilo terrenal al que agarrarse antes de estallar sonoramente. Y paré, en seco.
Su cara de susto y decepción me enternecía; no lo suficiente para dejarle acabar, pero sí para aprovechar la parada nocturna que intuía. 5 minutos después el autobús paró y la conductora dijo en voz más baja que alta: “Parada técnica, en 20 minutos seguimos el trayecto. Pueden bajar a estirar las piernas”.
Tiré de la manta, casi sin dejarle tiempo a colocarse el pantalón, le agarré y lo saqué del autobús. Fuera no había mucho, un área de descanso con apenas unos bancos y una caseta con baños públicos.
Él tiró de mí hacia los baños. Yo tiré de él hacia la parte de atrás de la caseta. Sonrió y me siguió. Mi idea parecía convencerle más.
Me apoyé contra la pared y empecé a bajarme los pantalones lentamente. No pudo resistirlo; me volteó y tiró de ellos fuerte, dejándome desnuda de cintura a tobillos. Se acercó a mí y me susurró “Me encanta que te guste jugar tanto como a mí, pero a ver ahora quién es el escandaloso de lxs dos”, y se deslizó dentro de mí. Mi boca se abría entre gemidos sordos que, pulso a pulso, se volvieron más y más audibles. Me puse la mano sobre la boca, pero era incapaz de retener el placer recibido hecho sonido. “Seguro que nos están oyendo” dije, y aumentó el ritmo con esa sonrisa que pone cuando cree que le reto.
Me temblaban las piernas cuando la cadera comenzó a convulsionarme con un desesperado orgasmo. Agarraba fuerte la pared intentando no caerme, no gemir, no gritar suplicando más… Y cuando abrí los ojos crucé mirada con otro de los pasajeros, quien, intrigado por los extraños ruidos, había ido de expedición. Me sonrió, le sonreí y mi compañero al percatarse me dijo al oído, de la que llevaba sus dedos a mi clítoris, “Pregúntale si en la siguiente parada contamos con él”, y de nuevo me invadió el orgasmo, acompañado ahora del suyo.
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Puede que viajar en autobús, después de todo, no esté tan mal…
La necesidad de viajar por trabajo, y que odie con todas mis fuerzas hacerlo en autobús, no me dejó otra que compra...
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La necesidad de viajar por trabajo, y que odie con todas mis fuerzas hacerlo en autobús, no me dejó otra que comprar billete para un tren-hotel en un trayecto nocturno.
Tenía reuniones desde primera hora de la mañana, cuando el tren llegaría a mi destino, por lo que quería aprovechar el viaje para dormir. Con las prisas no me di cuenta de que el compartimento era compartido y, cuando llegué, mi compañero de viaje ya estaba poniéndose cómodo. Con gesto despistado me saludó y siguió con su equipaje.
Me acerqué al restaurante a cenar algo antes de intentar dormir con el traqueteo. Esperaba mi cena cuando mi compañero de viaje entró en el vagón. Pidió, se sentó cerca mirando en mi dirección y abrió el libro que llevaba. No pude evitar distraerme observándole. La responsabilidad me llamaba al orden, a terminar mi cena y acostarme en mi ridícula litera hasta que llegáramos al destino. Pero mi curiosidad no se sabe estar quieta y lo tuvo que hacer…
Me acerqué a su mesa y le pregunté si podía sentarme. Con expresión de sorpresa me señaló la silla, invitándome a acompañarle. Nos presentamos, hablamos de nuestro viaje y su propósito, los trenes y esa aura de aventura que es capaz de inspirar... La madrugada nos pilló saliendo del vagón restaurante, riendo entre susurros y ligeros acercamientos que se suponían inocentes.
El tren, una vieja gloria del sistema ferroviario, se movía en exceso en algunos tramos, provocando que perdiéramos momentáneamente el equilibrio y chocáramos con las estrechas paredes del pasillo. Llegábamos a nuestro vagón cuando el tren pareció centrifugar y nos encontramos chocando entre nosotrxs, abrazándonos para no caernos y permaneciendo inmóviles cuando el tren volvió a la tranquilidad. El relativo silencio, la calma y la oscuridad de los compartimentos cercanos parecían una excusa perfecta para acortar por completo la minúscula distancia que nos separaba.
Nuestros labios chocaron tímidos. Timidez que pronto dio paso a una intensidad digna de un reencuentro místico. Atraíamos nuestro cuerpo contra el de la otra persona, como queriendo traspasar la ropa. Una mirada y nos apresuramos al compartimento. Yo cerraba la puerta mientras sus manos luchaban por encontrar el camino más rápido a mi piel, despojándome de cada prenda innecesaria frenéticamente. No se entretuvo, ni yo deseaba que lo hiciera. Habíamos encendido un fuego y era preciso apagarlo, rápido, sin contemplaciones, contra la primera superficie que encontramos.
Con los pantalones por los tobillos, las bragas echadas a un lado, mi camiseta a medio quitar y sus pantalones clavados bajo su tenso culo, encontramos un uso mucho más interesante para los ahora incesantes traqueteos del tren.
El frío compartimento era ya caliente, casi infernal. El sudor recorría nuestros cuerpos, la respiración agitada empañaba la ventana y llenaba rápidamente los pulmones, faltos de aire y sobrantes de gemidos ahogados. Si bien no era un gran espacio, estábamos rentabilizando cada centímetro hábil, poniendo a prueba nuestra resistencia y la del mobiliario.
La luz de la mañana auguraba la inminente llegada a la estación. Apenas habíamos tenido unos pocos minutos de paz antes de volver a la guerra de placer una y otra vez. Adiós a mis planes de dormir, aunque sin duda iría relajada a las reuniones.
Nos despedimos como te despides de un desconocido, con mirada tímida y sonrisa de cordialidad ajena.
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Ni teléfonos ni planes, quién sabe si el azar y el morbo nos volverán a juntar en el mismo tren…
Bien entrada la madrugada no logro dormir, doy vueltas en la cama intentando encontrar la postura, pero, a pesar de...
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Bien entrada la madrugada no logro dormir, doy vueltas en la cama intentando encontrar la postura, pero, a pesar del frío que inunda ya las calles, tengo un inusual calor.
Me levanto y salgo al balcón. La intención es bajar mi temperatura y poder volverme a la cama a descansar, que falta me hace con las largas jornadas de trabajo que llevo últimamente.
Pasan unos minutos y mis ojos van recorriendo las aceras, las luces en el horizonte, las ventanas, los balcones que están encendidos… Pronto uno en concreto llama mi atención, percibo movimiento y me sorprende por lo tarde que es y el frío que hace. Está cerca, en mi mismo bloque, unos pisos más abajo.
Fijo la vista, intentando dilucidar qué ocurre en ese balcón. La curiosidad, diría yo; el voyerismo, dirían otros… Por fin logro discernir las figuras que, con brío y sepulcral silencio, se mueven entre las sombras de la noche. Es una pareja. Al parecer su calor no estaba entre las sábanas solitarias, como el mío; y si lo estaba, lo han sabido airear mejor que yo.
Con algo de vergüenza, pero muchísimo morbo, permanezco inmóvil sin perderme cómo transcurre la escena. Una figura está apoyada contra la barandilla, dando la espalda a la otra que, desde atrás, abraza su cuerpo. Se mueven rítmicamente, con delicadeza dentro de la fogosidad que desprenden. Cualquiera diría que se quedaron atrapadxs y no encontraron mejor forma de entrar en calor. Los cuerpos están tan juntos que cuesta distinguir las formas o qué ocurre en detalle, pero mi imaginación entra en juego y complementa lo que el ojo no es capaz de observar.
El sonido de un leve gemido llega hasta mi balcón, y me enciendo por dentro. El calor de las sábanas ya no es nada comparado con el que me arde deseando unirme a la fiesta de exterior. Sin dejar de mirar, llevo la mano al pezón y empiezo a acariciarlo suavemente, con pequeños pellizcos de vez en cuando. Estar allí abajo sería divertido, pero la distancia le da un punto especial al juego. Me excito pensando que saben que estoy aquí, viéndolo todo, que me dedican los embates, los jadeos ahogados, que se excitan sabiéndome excitada…
Y la otra mano se me va entre las piernas. Sola. Como guiada por la necesidad. Se cuela entre las bragas y separa los labios, notando la humedad que los encharca, la suavidad, el calor, las ganas. Encuentra el clítoris y le dedica un solo. Dulce y calmado al principio, fuerte y rápido después.
Gimo, más alto de lo que debería, y las figuras de abajo paran en seco. Me asusto, pero ahora no puedo parar, ya pensaré en mudarme más tarde.
Distingo dos cabezas mirando hacia arriba, buscando la procedencia del gemido. Me encuentran. Hablan algo que no oigo, se colocan ambas figuras con la espalda apoyada en la barandilla. Veo cómo comienzan a masturbarse ellxs mismxs, con la cabeza elevada, haciendo que nuestras miradas se encuentren en el camino.
La excitación de ver se mezcla con la de ser vista. Me aferro a la barandilla sin dejar de masturbarme, escapándoseme los gemidos cada vez más incontrolados, más altos y más frecuentes. Sus siluetas se mueven con rapidez, incrementando el ritmo, y en el mundo ahora no hay nada más que nuestros respectivos balcones, que parecen arder en deseo, fluidos y orgasmos.
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Ahora estoy segura de que lograré dormir. Qué gusto a veces esto de vivir en comunidad…
El corazón me iba a mil y mi mente no podía parar de imaginar motivos, distintos al que yo deseaba, para que Sara h...
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El corazón me iba a mil y mi mente no podía parar de imaginar motivos, distintos al que yo deseaba, para que Sara hubiera mentido diciendo que había dejado el coche en mi casa. Pero nada, no se me ocurría ninguna justificación.
Entonces lo tuve claro, mis mensajes subliminares habían funcionado. Tan pronto se alejaron con el coche, Sara se acercó a mi cuerpo, dejando sus labios a escasos centímetros de los míos y muy bajito me dijo que quería descubrir si estaba tan húmeda como ella. Cogí su mano, la metí dentro de mis pantalones y le susurré “Tú dirás…”. En respuesta ella cogió la mía y me guio bajo su falda, dejando que mis dedos pudieran confirmar lo que imaginaba y deseaba, un sexo hinchado y fluyente de cálida esencia.
Sin sacar la mano de entre sus piernas, ni cesar en el movimiento de mis dedos que le hacían gemir fuerte, abrí la puerta del portal y la llevé hasta el ascensor. La besé con furia, con esa necesidad de apagar un fuego que se ha encendido lentamente y que ahora arde incontrolable. Me mojé más aún al notar sus labios devolviéndome el beso, mis manos buscándola bajo su falda, ella abriendo las piernas recibiéndome, sus manos estrujando las tetas, yo moviéndome más rápido en su interior, ella mordiéndome el cuello y apresándome los dedos entre deliciosas contracciones involuntarias…
Entramos en casa desnudando nuestros torsos, y cuando llegamos al salón me empujó hacia la mesa del comedor, dejándome con el pecho desnudo contra el frío cristal y mi cuerpo a su disposición. Me bajó el pantalón y las bragas muy despacio, como desenvolviendo un regalo muy deseado, con la paciencia de quien sabe que es todo suyo y nadie le quitará su nuevo juguete. Me separó las nalgas con ambas manos y enterró su lengua en mi profundidad más cerrada. Busqué su cabeza con mi mano y la empujé hacia mí un poco más, mensaje al que ella respondió introduciendo varios dedos en mi vagina y frotando frenéticamente el clítoris, provocándome un espasmódico orgasmo húmedo que se vertió entre sus dedos y mis muslos.
En esa mesa nunca se había comido tan bien como hasta ahora.
Reposaba exhausta sobre la mesa. Las piernas abiertas y la entrepierna y los muslos perlados del néctar del placer; los pechos adheridos al cristal, ya adormecidos y acostumbrados a su baja temperatura; las manos aferradas al borde de la mesa y la cabeza girada hacia un lado, observando cómo Sara se relamía satisfecha, sabedora del placer que me había proporcionado.
“Dios mío, no me esperaba acabar así cuando iba de camino a la cena…”, logré decir aún con la respiración acelerada. Y ella, marcándome el culo con un sonoro azote añadió: “¿Acabar? Todavía queda noche para la recena…”. Notó cómo su fuerte azote, lejos de molestarme u ofenderme, me hizo gemir en voz baja y arquear la espalda.
Azotó mi culo de nuevo, esta vez varias veces seguidas, provocando reacciones similares. Los azotes más fuertes, los gemidos más altos, mi arqueo más notable, la excitación inconmensurable. “Juega conmigo”, dije. Y como si mi súplica fuera una orden, sin pensarlo sus dedos se internaron en mi anatomía y su mandíbula se asió firme a mi culo.
El resto de la noche podría resumirse en una orgiástica mezcla de deseo, gemidos profundos, anatomías inspeccionadas al milímetro y deliciosos fluidos manados del placer más intenso.
Cuando desperté, Sara ya no estaba. Me consolé pensando que en menos de una hora la vería en el trabajo. Al entrar en el despacho la vi, preciosa y natural, sentada en el borde de su mesa hablando con un compañero. Cuando pasé junto a ella para acceder a mi mesa, sus dedos se estiraron discretamente para acariciar los míos de pasada. La miré, me miró, y todas las sensaciones de la noche anterior me recorrieron el cuerpo como una oleada. Contaba los segundos esperando una nueva oportunidad.
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El post-it que encontré en mi mesa me decía que sería muy pronto…
Ayer fue la cena de empresa. Había sido una semana agotadora y lo menos que me apetecía era ver a esxs compañerxs q...
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Ayer fue la cena de empresa. Había sido una semana agotadora y lo menos que me apetecía era ver a esxs compañerxs que habían intervenido en el último proyecto. Si no llega a ser por Sara no lo logramos.
Ambas habíamos estado haciendo horas extra toda la semana. A pesar de toda la carga laboral, los pequeños momentos de descanso los habíamos pasado hablando, riendo y conociéndonos más; aunque llevábamos años en la empresa nunca habíamos coincidido más allá de algún trayecto en ascensor.
Durante este proyecto me había acercado a casa alguna vez, cuando salíamos de la oficina bien entrada la madrugada, y los últimos días había una energía diferente entre nosotras. Algún roce de manos al pasarnos documentos que se alargaban más de lo preciso, sonrisas nerviosas durante las comidas, su dedo pulgar pasando por la comisura de mi boca para limpiarme el día que comimos aquellas enormes hamburguesas… Estaba empezando a sentir algo más que compañerismo por ella, me hervía la sangre solo con pensarla.
El día de la cena esperé a que llegara a la parada de bus cercana, entramos juntas y me senté frente a ella. Pasamos la cena hablando entre nosotras, como si el resto de la mesa no fueran más que sombras sin voz. Sara era metódica comiendo y degustaba cada bocado como si fuera lo más delicioso que hubiera probado jamás. Ocasionalmente se humedecía los labios con la lengua, eliminando algún resto de salsa, y yo imaginaba que era mi lengua. Me sonreía ajena a mis pensamientos, ¿o tal vez no tanto? Creo que se me notaba en la cara que la estaba desnudando con la mirada. Habría barrido la mesa lanzándome a sus labios en el preciso momento que sacó la lengua en una mueca cómica.
La salsa de los langostinos a la plancha se le escurría por los dedos, y me quedé absorta imaginando otro fluido en ellos. En especial cuando al terminar los lamió uno a uno lentamente antes de limpiarse con la servilleta. Sin ella saberlo me estaba poniendo a mil, ¿o tal vez lo sabía y jugaba con ello? Brindamos toda la mesa, y al chocar mi copa con la suya, mirándonos a los ojos, me mordí el labio y Sara sonrió pícaramente.
La tarta del postre sacó ese lado exhibicionista que tengo, y sin importar quién pudiera verme saboreé el dulce poco a poco, pasando la lengua varias veces por la cuchara antes de meterla en la boca y sacarla limpia. “Ojalá fueran los pezones de Sara y no esta aburrida tarta”, pensé. Su cara cambiaba la expresión, se removía nerviosa en el asiento y daba vueltas a su café sin parar, pero sin dejar de observarme. Cualquiera diría que entendía mis intenciones.
Al terminar, uno de los responsables de equipo se ofreció a llevarnos a casa a Sara, a otro compañero y a mí. Llegamos a mi casa, y Sara bajó del coche conmigo diciendo: “No te vayas sin mí, ¿o no recuerdas que dejé el coche aquí?”, acompañando su frase con un guiño. “Sí, cierto. ¡Qué cabeza la mía!”, respondí yo.
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Continuará…
La primera cita había sido prácticamente un desastre. Llegó tarde, se le cayó la cerveza en mi regazo y me arreó un...
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La primera cita había sido prácticamente un desastre. Llegó tarde, se le cayó la cerveza en mi regazo y me arreó un cabezazo por accidente que todavía me pregunto si quería besarme o noquearme. Volví a casa convencida de que no habría una segunda, nunca fui aficionada a los deportes de riesgo.
Me estaba metiendo en la cama cuando me escribió. Se disculpaba por el retraso, por la torpeza y el cabezazo, y me intentó explicar, ahora más tranquilo en la distancia, el día que había tenido. Lo raro es que la cita no fuera peor...
Le llamé. Quizá podíamos intentar recuperar ese tiempo perdido entre lo sientos y accidentes. Resultó ser de esas personas que, cuenten lo que cuenten, lo hacen de tal manera que no te cansas de escuchar. Me hacía reír, y el nivel de confianza entre ambxs se estaba volviendo cómodamente natural. La conversación fluía entre anécdotas y banalidades, pero con bromas el tono se iba calentando.
No tardaron en desaparecer las bromas y, con ellas, mis bragas. Hablábamos de fantasías eróticas, y mi cuerpo respondía al estímulo instintivamente. Él hablaba y yo acariciaba mis pezones por encima de la camiseta. Ahora me arrepentía de no haberle invitado a subir, pero ¿quién imaginaría esto con la cita que habíamos tenido?
Juntaba los muslos y los apretaba, moviendo suavemente las caderas. Su tono era calmado, espaciando las palabras, como paladeándolas antes de susurrármelas al oído, y yo empezaba a derretirme de las ganas. Estaba muy excitada, pero no acababa de atreverme a decírselo, apenas habíamos pasado un par de horas juntos, ¡y ya llevábamos más tiempo hablando por teléfono!
Me rendí. Si se asustaba todo quedaría en una anécdota, pero si reaccionaba bien, podía ser muy interesante. Sutilmente le dije que la noche estaba acabando mejor de lo que parecía y que ahora la cama se me tornaba demasiado grande y fría. Se quedó en silencio. Me la jugué del todo: “para lo caliente que tengo el cuerpo”, apostillé. Volvió a hacerse el silencio, y ya temía que este fuera perenne al cortarse la llamada desde el otro lado.
Tardó unos segundos en reaccionar y preguntarme si había empezado sin él. Me reí. Tuve que ser sincera y relatarle lo húmeda que estaba a estas alturas y lo mucho que me apetecía que me desarrollara más esa última fantasía. No se hizo de rogar, raudo, empezó a detallar cada paso, cada caricia, cada embestida…
Mis manos recorrían mi anatomía siguiendo a sus palabras, y mi cuerpo se imaginaba al suyo; caliente, tenso, fuerte, sujetándome con firmeza mientras mis caderas se movían al ritmo de las suyas, alcanzando todos esos puntos que te dejan sin aliento, con una mueca muda, las manos aferradas a las sábanas y los muslos mojados.
Ambxs jadeantes nos quedamos en silencio, solo escuchando nuestras agitadas respiraciones al teléfono. Mis labios sonreían entre incredulidad y placer residual. “Creo que ya hemos roto la mala suerte”, me dijo entre risas.
...
Parece ser que al final sí habrá una segunda cita…
Acertar en la lectura de un relato erótico, más allá del famosísimo libro 50 Sombras de Grey puede ser una tarea m...
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Acertar en la lectura de un relato erótico, más allá del famosísimo libro 50 Sombras de Grey puede ser una tarea muy complicada. Pero no te preocupes, nosotrxs hemos buscado los mejores relatos eróticos para que no dejes de estimular tu mente y tu cuerpo.
1. El orgasmo de mi vida, de Silvia Carpallo
Este libro recoge 5 relatos eróticos contados desde la perspectiva del empoderamiento de la mujer. A partir de historias como la de la joven Aroa de 16 años, hasta Adela de más de 65, la periodista y sexóloga Silvia Carpallo nos traslada el mensaje de que no hay una mujer igual que otra y ni hay un orgasmo igual que otro.
Desde una mujer que descubre excitación por otra mujer, el deseo prohibido, el descubrimiento del placer a edades inesperadas... Un relato erótico con el que es muy fácil sentirse identificada, ya que se trata de relatos eróticos del siglo XXI, sin adornos, que te hará sentir y entender la sexualidad femenina.
Diviértete mientras aprendes y disfrutas de 5 relatos eróticos distintos
Silvia nos cuenta...
"El orgasmo de mi vida es mi primer libro, y al que guardo un especial cariño. La idea era explicar que el orgasmo no depende solo de una cuestión física, sino que es un concepto mucho más amplio que se relaciona con nuestras vivencias, emociones y circunstancias. Por ello, quise narrar 5+1 historias en las que el orgasmo no llega solo por una estimulación vaginal, clitoriana o anal, sino sobre todo unido a emociones como el poder, la liberación, el deseo, el descubrimiento y también el amor. Para ello me metí en la piel de mujeres muy diferentes entre sí, con las que las lectoras, y también los lectores masculinos que fueron muchos, me dijeron que se sentían muy identificados, precisamente debido a esa diversidad. Y es que siempre hablamos del orgasmo como un fenómeno único, cuando la idea es entender que aunque el proceso del orgasmo pueda ser similar, la forma de vivenciarlo es única en cada caso".
2. El hombre fetichista, de Mimmi Kass
Carolina y Martín son lxs protagonistas de la biología erótica de Mimmi Kass. Dos personajes reales, auténticxs y sin ningún trauma infantil que justifique sus peculiaridades en la cama. Carolina tiene una vida laboral muy absorbente, tanto que no tiene tiempo ni de esos momentos de pasión con su pareja. ¿Cómo reaccionará Carolina tras la ruptura de una relación de 4 años?
Sensualidad y erotismo hecho libro
3. La mujer fetiche, de Mimmi Kass
Al terminar El hombre fetichista te será inevitable querer saber cómo continúa la historia de Carolina y Martín. Por ello llega la segunda parte del relato erótico que te ha dejado sin palabras. En el relato erótico La mujer fetiche, la pasión y la sensualidad están aseguradas. Aun así, la falta de afecto por parte de Martín, empujan a Carolina a afrontar nuevos retos sensuales.
¿Cómo continuará la historia de Carolina y Martín?
4. Pídeme lo que quieras, de Megan Maxwell
La trilogía Pídeme lo que quieras recoge 3 relatos eróticos que han tenido mucho éxito en España. Con esta lectura, disfrutarás de la atracción entre Judith y Eric. Después de la muerte de su padre, el joven alemán Eric acude a trabajar a España y seduce a su compañera de trabajo Judith. Con el tiempo, la relación se hace más intensa y Eric tiene miedo de que Judith descubra su secreto...
La clandestinidad de su relación y la intensidad de esta te enganchará desde un principio a esta historia de deseo y amor.
Todxs tenemos secretos... ¿Cuál es el tuyo?
5. Seducción, de Jodi Ellen Malpas
Este primer relato erótico de la triología Mi hombre de Jodi Ellen Malpas, trata de una decoradora de interiores, Ava, y su cliente, Jesse, un hombre atractivo y con mucho éxito. La protagonista de la historia lucha por ser mejor en su trabajo mientras Jesse trabaja fuertemente por seducirla. ¿Será Ava capaz de resistirse a los encantos y particularidades de Jesse? ¿Podrán resolver la tensión entre cliente y trabajadora?
Si te quedas con ganas de saber más sobre esta historia de seducción y atracción la escritora nos ha regalado una segunda parte, Obesión, que te dejará con la boca abierta.
Primer relato erótico de la triología 'Mi hombre'
6. Martina con vistas al mar, de Elisabet Benavent
La pasión por la cocina y en la cama están muy presentes en este relato erótico lleno de sorpresas y humor. Una mezcla perfecta para reír, soñar y disfrutar de la vida de Martina, una joven cocinera que 'siempre lleva el pelo recogido, menos en la cama'.
Este primer libro te dejará con ganas de más y podrás disfrutar de una segunda parte, Martina en tierra firme.
Cocina y sexo. Dos grandes placeres de la vida
7. Alguien que no soy, de Elisabet Benavent
Esta vez, Elisabet Benavent nos deja la historia de Alba, una joven periodista que, de un día para otro, se encuentra en la calle y tiene que conformarse con el puesto de secretaria.
La frustración que esto le provoca se desvanece cuando conoce a Hugo y Nicolás, que le harán cuestionarse sus normas y le presentarán nuevos placeres de la vida que no esperaba. ¿Es posible mantener una relación a 3?
Y tú, ¿podrías tener una relación a 3?
8. Mi querido Zar, de Cristina Brocos
Un matrimonio roto y un vuelo hacia las Islas Canarias llevan a Cristina a disfrutar del sol, a descansar y a conocer a Misha. Con él, la protagonista de este relato erótico descubrirá noches de sexo desenfrenado y una vida de ensueño.
A pesar de lo fantástico que es todo con el empresario ruso millonario, la treintañera con la autoestima baja, la maestra gallega, no acaba de confiar en los finales felices. ¿Qué pasará?
Una historia erótica entre una maestra gallega y un empresario ruso milionario
Cristina nos cuenta...
"Lo más curioso que puedo contar sobre 'Mi querido zar' es que me decidí a escribir la novela después de leer Cincuenta Sombras de Grey. Me gustó verla en primera línea de la trinchera y no escondida, mostrándole al mundo que la sexualidad no es algo vergonzoso, como nos quieren hacer creer, sino inherente al ser humano y delicioso. Como decía mi madre, “es la sal de la vida”.
9. Deseado, de Julie Kenner
La exitosa autora best seller del New York Times nos regala, una vez más, un relato erótico de deseo, seducción y pasión. Angie, una joven que no está pasando por su mejor momento y aun así se decide a conquistar al exitoso, sexy y salvaje Evan, del que lleva años secretamente enamorada. ¿Conseguirá lo que se propone?
¿Alguna vez te has propuesto seducir a alguien?
10. La primera vez que... 1, de Mamá, no leas
¿Qué te viene a la cabeza cuando lees ‘primera vez’? Seguro que te acuerdas de tu primera relación con penetración. Pues bien, este libro NO trata de ese momento que todxs esperamos que sea perfecto y acaba siendo desastroso.
Sino que nos descubre muchas primeras veces que podemos disfrutar en el sexo gracias a nuestra imaginación. Como señala la sex coach y colaboradora del libro, Nayara Malnero, si quisiéramos escribirlas todas no acabaríamos nunca. Estos relatos personales de distintos bloggers te ayudarán a romper con los límites y descubrir hasta dónde puede llevarte tu creatividad: experimentar una primera vez cada día, mucho más allá de la penetración.
¿Lo has probado todo en el sexo? Compruébalo
11. La primera vez que... 2, de Mamá, no leas
Cuando pruebas cosas nuevas, pueden resultarte divertidas, excitantes o también decepcionantes (no todo es perfecto)… Pero lo que está claro es que si no las pruebas nunca sabrás los placeres que puedes llegar a descubrir.
Este libro recoge hasta 30 historias de primeras veces relacionadas con la sexualidad en todo su significado que te animarán a salir de tu zona de confort a la que estas acostumbradx (y tal vez aburridx): viajes, juegos, dominación, pilladas... Una gran variedad de relatos que te enseñaran lo bueno y no tan bueno de lanzarse a la aventura.
'La primera vez que estimulé el ano de un hombre', entre muchos otros relatos eróticos
Gwen nos cuenta...
"Desde adolescente me ha gustado escribir, y publicar un libro era (es) uno de mis sueños. La idea surgió por esa voluntad de 'publicar', de crear algo grande con más forma que un blog, y como era algo que en ese momento veía muy complicado de lograr sola, decidí tantear a varias compañeras para ver si se apuntaban a mi locura. Me gustaba la idea de hablar de sexo con naturalidad y de las primeras veces en particular, para desmitificar esa perfección que nos han vendido en cine y literatura; que todas tenemos experiencias que salen mal o no como esperamos, que son divertidas incluso... Y también hacer ver que no existe una única primera vez en el sexo, habiendo tantas como deseemos.
Encontrar a personas que ilustraran esas historias fue algo más complicado, pero finalmente hicimos un equipo muy completo y el resultado (tras mucho esfuerzo de organización, corrección y edición) fue fantástico. La gente que participó quedó encantada, quien lo leyó también y quien no participó (porque por aquel entonces no me conocía o porque no acababa de visualizar el proyecto, como pasa muchas veces cuando es algo nuevo) se quedó con ganas de hacerlo. De ahí que hubiera una segunda parte, muy esperada y que tuvo también gran aceptación y muchas personas detrás (41 personas en el equipo y el triple de tamaño que el primero). Todavía hay personas, compañeras y público en general, que me piden la tercera parte; pero de momento 'La primera vez que...' se tomará un respiro, y yo con él, dado que, aunque es genial ser cabeza de este proyecto, requiere mucha carga de trabajo y emocional. Quizá vuelva más adelante..."
12. Lejos de las sombras, de Alice Raine
¿En qué piensas al leer 'Clubs Twist'? En este relato erótico Stella, la protagonista de esta historia, descubre un lugar de encuentro para aquellas personas que quieren explorar su sexualidad a fondo. Y aquí es donde aparece Nathaniel, con el que cumplirá sus deseos sexuales y le sorprenderá con momentos emocionales para los que ni él ni ella estaban preparados.
Viaja al Club Twist con Stella
13. Éxtasis, de Maya Banks
Mia es la hermana del mejor amigo de Gabe, la chica con la que Gabe a soñado, imaginado, deseado y también esperado hasta que llegará el momento ideal para actuar. La atracción entre ambos es palpable a pesar de sus 14 años de diferencia.
Cuando la edad deja de ser un problema, Mia y Gabe dan el paso. La protagonista se da cuenta de que hay muchas cosas que no conocía de él, en concreto, en el terreno de la cama. Una relación muy intensa y clandestina que te pondrá los pelos de punta de placer y de tensión.
¿Qué harías si tuvieras atracción por el/la hermanx de tu mejor amigx?
14. Sexualmente, de Nuria Roca
Una recopilación de varios relatos eróticos basados en hechos reales que tienen como objetivo principal la diversión. Relatos eróticos con ese toque de humor que excitará tu mente y tu cuerpo. Se trata de un libro para hombres y mujeres, con el que la escritora y presentadora de televisión habla sin tabúes del sexo para poder disfrutar de él.
Relatos eróticos basados en hechos reales
15. Ardiendo, de Mimmi Kass
Una vez más, Mimmi Kass no deja de sorprendernos y hacernos suspirar con sus relatos eróticos. En el relato erótico Ardiendo, el fuego no solo crea incendios en los bosques de Ourense, también saltan chispas entre el bombero Miguel y la doctora Irene. Un relato erótico de lectura ágil y de lenguaje cuidadoso.
Un relato erótico donde el fuego es el protagonista
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Son muchas las personas que confirman excitarse al leer un buen relato erótico. y es que leer, imaginar y/o pensar en algo erótico tiene mucho poder cuando se trata de la excitación. Y para que tu imaginación vuele existen los relatos eróticos, historias reales y/o ficticias perfectas para coger ideas y divertirte a solas y luego poder aplicarlo en la cama con alguien.